De todas aquellas bandas que hace algún tiempo encabezaron el enésimo revival del punk de garajeel que tuvo lugar más o menos a principios-mediados de la década anterior, no muchas han aguantado el paso del tiempo. Y mucho menos, continuando totalmente fieles a aquellos planteamientos que tenían que ver con la recuperación del espíritu Pepitas desde una perspectiva, digamos, indie. Unos que sí han logrado llegar hasta hoy manteniendo una fuerte credibilidad tanto escénica como a nivel discográfico, son los californianos Las luces misteriosas.
Formados por el cantante y guitarrista Mike Brandon y el guitarrista Luis “la” solanocuando ambos aún estaban en el instituto, allá por 2004, tras foguearse mucho en los escenarios de Salinas, su ciudad, y otros lugares de California y grabar un primer lp que pasó sin pena ni gloria en 2009. Se trasladaron a Nueva York y fue allí, con ayuda del fundamental sello Daponedonde alumbraron en 2016 un disco autotitulado que finalmente les trajo la atención de la prensa especializada y gracias al cual comenzó a formarse una base de fans que nunca ha dejado de crecer hasta ahora.
No era de extrañar, por tanto, que pese a ser domingo en una ciudad tan poco receptiva a los eventos en tal día como Valencia, la entrada para ver en el escenario del Loco Club a estas fieras del directo fuera abultada, rozando el agotado. No en vano su fama les precedía: ya habían pasado por aquí en 2021 y dejaron muy buen sabor de boca gracias a un directo entusiasta, auténtico y explosivo, con el que se metieron a la no poca afición garajera de la ciudad del Turia en el bolsillo.
Entre brumas quizá algo excesivas de máquina de humo y alumbrados por luces tenues apareció el quinteto dispuesto a darlo todo pese a venir sin prácticamente descansar de una noche de concierto (y post-concierto) en Barcelona por lo visto bastante movida. Armados de latas de bebidas energéticas, la resaca brilló -en apariencia- por su ausencia en un comienzo de concierto atómico que puso la marca de salida de una actuación que no pararía de crecer en intensidad.
Arrancaron igual que arranca el disco que vinieron a presentar, Purgatoriocon un “Mighty fine & all mine” de acordes saltarines, un sonido muy deudor de los Semillas de Sky Saxony una actitud jolgoriosa que ya no iba a descender del muy alto estándar con el que estaban inaugurando la actuación. La banda es tremendamente solvente, de sonido compacto y aplastante, pero el que realmente marca la diferencia es Mike Brandon. Uno de esos líder que toda banda quiere tener, una lagartija que no para un segundo quieta. Salta, grita, pega patadas al aire y sin embargo regala a su respetable con mucha frecuencia sonrisas dignas del mejor de los chicos. Un tipo tremendamente abrazable, vamos.
Llamar garage al sonido (o estilo) de esta banda es ser algo reduccionistas. Junto a canciones que siguen el manual de estilo que trajeron compilaciones como el Pepitas de Lenny Kaye, Molesto O De vuelta de la tumbatambién integran elementos de psicodelia más ácida -acuden a la mente bandas como Ciruelas eléctricas O Despertador de fresas-, incluyendo algo de pop inglés vía Torcedurao incluso ciertas reminiscencias country rock.
Suena como un cañón un repertorio básicamente fundado en el nuevo disco: “Memories”, “Purgatory”, “Sorry I forgot your name” (ahí vemos la influencia Torcedura) o la atmosférica “Can’t sleep through the silence”, a las que se unen algunas canciones de discos anteriores como las ultra-garajeras “Melt” y “Follow me home”, la espacial “Traces”, o una frenética “Thick skin” con la que completaron algo así como una hora de actuación.
Tiempo de retirarse un poco y volver para unos bises más cortos que en otros conciertos de la gira, pero no por ello menos intensos: arremeten con una infalible “I’m so tired (of living in the city)”, su himno particular, y completan la faena nada menos que con el “I hate you” de Los monjesaquella banda tan peculiar que formaron unos americanos vestidos de monje en la Alemania occidental de los sesenta y cuya relectura a manos de los californianos hace subir la temperatura hasta límites insospechados, pero no del todo, que aún queda la puntilla. El desiderátum se produce al subir el gerente de carretera de la banda y emprender juntos un “Demolición” de los Saicosla banda seminal del punk, con todo el mundo haciendo un dominical pogo mientras aúllan aquello de “Demoler, demoler, demoler, demoler”. Acaba así uno de esos conciertos por los que sin duda merece la pena abandonar el depresivo sofá un domingo por la tarde. Y es que no tiene punto de comparación, no hay sofá que sea tan terapéutico como una buena ración de punk para afrontar el lunes con otra cara.
Fotos: Susana Godoy