Una noche cuyos protagonistas eran una dupla de bandas compuestas por veteranos músicos, bragados en varias y a veces ingratas batallas, y a la que no se le hizo demasiado caso por variadas y obvias razones (la inminencia del cambio horario, la reserva habitual del oyente medio hacia sonidos que andan lejos de su órbita sonora más confortable, y en resumen el desconocimiento de sus bonanzas musicales). Una noche, resumiendo, en que nos encontramos con bastantes sorpresas y sobre todo con la entrega, el sudor y la sangre escénica de dos nombres de dudosa repercusión fuera del circuito y poderes más que sobrados para prestigiarse ante audiencias de todo pelaje. Cualidades les sobran a unos y otros para salir orgullosos de cualquier envite, y este, el de tocar en una fecha y una ciudad sobrada de ofertas y habitualmente limitada de orejas, se presentaba más duro de lo habitual. Nada que no supiéramos que podrían solventar de forma airosa, y hasta con cierta grandeza. Sello de clase, en otras palabras, con la garantía que sólo podría ofrecer una sala como Ambigú Axerquía, siempre al quite de lo que hay que escuchar.
Establecidos en San Roque (Cádiz) y ciudadanos de un mundo remoto en el que desearían haber habitado, Howlin’ Ramblers –ojo al nombre, una veneración explícita a uno de los dioses del blues, el inconmensurable Howlin’ Wolf y una reverencia implícita al padre de la patria country, Hank Williams alias ‘Ramblin’ Man’– descargaron un arsenal de rock con mucho roll, bien aliñado de swing y líneas rítmicas dignas de un gran combo de roots music como el que aquí nos ocupa. No hace falta hablar demasiado de sus fuentes de inspiración, tan sólo citar algunas paradas sabias en el repertorio de Charlie Feathers, Elmore James o Crazy Cavan. “Drunken hearted man”, “Liver blues”, “Send me some lovin’”, “Howlin’ for my Darling”, “Your line was busy” o “Eighteen wheeler” son balazos en plena frente disparados con armónica, guitarra, batería y contrabajo respectivamente tocados por Pepe Badrriles, Matt, Juan Luis Núñez y Juan Ferrer, ex miembros de los no menos aplastantes Johnny Moon & The Selenites, Saint Peter Square o The Mammys Daddys. Los comanda al inglés con acento de Algeciras el gran Jesús Teddy y representan todo lo que muchos otros grupos de su misma órbita quisieran ser y nunca serán. Amigos, concienciados de lo que son y conscientes de lo que quieren, una tribu bien organizada que se ha recorrido media Europa y gran parte del territorio hispano adscribiendo nombres y apellidos de toda procedencia a su religión eterna. No es una mera banda de rockabilly pulverizando clichés al uso, sino mucho más que eso. Sus dos últimos discos largos son un catálogo de sabiduría que, trasladada al directo, pasa a ser casi cátedra. Unos auténticos merodeadores que se regodean en sus largos y productivos paseos por el lado adecuado de la música americana.
La conexión con Lojo & The Mojos viene por la base misma de su puesta en escena. Contrabajo y batería comparten persona y presencia en ambas bandas, con la guitarra volcánica de Pablo Mateos incrementando las virtudes de una banda dirigida por Ismael Lojo, un veterano músico sevillano fajado en las filas de Uncle Williams y otro buen puñado de bandas que se centra más en el rockabilly que sus colegas gaditanos y lo embadurna de grasa y energía vintage. Voodoo Bop, editado hace un año, resume bien las características de una banda nueva que es en verdad una enciclopedia de experiencias, idas y venidas por varios países en los que los reciben con los brazos y los oídos mucho más abiertos que aquí, aunque sólo sea por su soberbia militancia. Ahí queda la esencia de “Long sleeve shirt”, “Breathless bop”, “Rockin with my baby”, la pegada irresistible de “Cuttlefish boogie”, “Voodoo spell” o “Bumblebee” o el entregado sentimiento de “Long blond hair”, “Mean old man” o “Skin rat”. Tampoco ocultan su pasión por la parte mediterránea de unos sonidos fundamentalmente yanquis, y así lo expresan en “Buona sera”, delimitando y definiendo a la perfección un perfil que se retroalimenta del fuel que siempre ha demostrado su eficacia en recorridos tan largos y llenos de historia. Desde Andalucía se puede conquistar el mundo, aunque sea a porciones cortas y tramos bien estudiados.
La jornada nocturna no fue oscura y eterna como un deber laboral difícil de cumplir satisfactoriamente. Se convirtió más bien en algo único y auténtico, unas horas en las que el tiempo parecía detenerse y el tren del rock and roll hacer un único recorrido de ida y vuelta rodeando las carreteras secundarias que lo hicieron expandirse por un mundo que ahora parece querer olvidarse de él. Siempre habrá, hoy y siempre, unos cuantos guerreros que resisten con empaque y empeño cualquier amenaza de exterminio.
Fotos: María José Martín