Diez años se cumplen ya de la muerte de Lou Reed, el líder de una de las bandas más efímeras y trascendentales de la música rock, The Velvet Underground, y protagonista de una posterior carrera en solitario irregular pero con momentos de verdadero genio.
Reed era uno de esos personajes duros, curtidos, como de hierro, que parecía que no se iban a morir nunca. Finalmente aceptamos la marcha de uno de los cantantes y compositores más grandes e influyentes que la cultura del rock haya podido dar desde su nacimiento en los años 50.
Lou fue uno de los visionarios que cambiaron el devenir de esa música cuando unió sus fuerzas a John Cale, Sterling Morrison y Maureen Tucker en 1965/66. The Velvet Underground nació como un intento casi suicida de hacer un rock nuevo aunando las enseñanzas de la música experimental con el rock and roll original tan querido por Lou.
Posiblemente V.U. fue la creación definitiva de Lou Reed. Un grupo maldito entre malditos (los mejores malditos, los más inspirados y posteriormente más reivindicados) con un sonido y filosofía únicos.
Hicieron un disco de presentación histórico, con el maravilloso “pegote” de Nico, y después – tras el ataque brutal, cegador, de “White Light, White Heat”, ya con Cale fuera de la banda- fueron suavizando su discurso musical sin perder la inspiración por el camino y acabaron con ese extraordinario disco más oreintado a la radio titulado “Loaded”.
En retrospectiva si V.U. tuvieron un rocker, ese fue Lou Reed. John Cale venía de otra esfera musical. Lou Reed era el rock&roll de Velvet Underground.
La de palos que le cayeron en los 70’s por un disco menor, pero bonito, como “Rock & Roll Heart”. Parece que a Lou Reed no le estaba permitido divertirse. Un problema que tenía que enfrentar uno de los artistas que dotaron al rock de profundidad.
Una de las grandes revoluciones de Lou Reed fue retratar fielmente, con una dureza no desprovista de ternura, los ambientes de Nueva York. Habló de los submundos incómodos pero existentes. La cruz de la moneda, la cara “salvaje” de la ciudad, el “otro” Nueva York, el que resplandece de noche. Lou ejerció un papel de cronista de New York queiparable a Brian Wilson con California o Ray Davies con Londres.
La carrera en solitario de Lou tuvo momentos solemnes (“Berlin”, “Songs For Drella”, “Magic & Loss”), discos conceptuales, áridos, fundamentales.
Pero también se dejó querer en otras ocasiones por una atractiva comercialidad, “Transformer” fue el disco que le puso en boca de muchos, el álbum que le dio a conocer a la mayoría, el disco de “Perfect Day”, “Satellite Of Love” o “Walk On The Wild Side”, sus canciones más populares.
Atrás quedaba el álbum el disco reconocido como más importante de su carrera, el de la banana warholiana. Un LP que sigue creando adictos en nuestros días. Tampoco se pueden olvidar olvidar mastodontes del ruido y la locura como “Sister Ray” de “White Light, White Heat”, “Metal Machine Music” o en los últimos años ese “Lulu” que grabó con Metallica como grupo de apoyo, con el que en cierto modo completó su particular círculo eléctrico.
El propósito principal de Lou, dotar al rock de poesía (Edgar Allan Poe fue uno de sus últimos trabajos), hacerlo protagonista de todo tipo de sentimientos más allá de la mera temática adolescente, de hacerlo crecer y, en cierto modo, de crear un rock adulto, quedó conseguido con creces hace muchos años.