Durante una época complicada de mi vida sostuve que Concha Velasco y Miguel Ríos eran la misma persona. Llevaba un estadillo de sus apariciones televisivas, sus galas, actuaciones y conciertos y me pareció advertir que coincidían sospechosamente en el espacio y en el tiempo. Qué quieren que les diga. Estaba ese lunarcillo delator y la necesidad de adoptar una teoría conspirativa que me ayudara a enmarcar en ella mi propia acción vital. Aquello quedó en nada, obviamente, pero ahora, que no estoy mucho mejor, me parece que, a tenor de lo observado en el Love To Rock celebrado este fin de semana en La Marina de València, Shinova, Second y Viva Suecia son la misma banda.
Me imagino que, como en el caso de aquellos dos iconos patrios, tampoco tendré razón, pero es que para un oído poco educado como el mío en estos menesteres llegó un momento en que me parecía estar reviviendo el mismo concierto una y otra vez. Pueden añadir a la lista a Izal, Love of Lesbian y Vetusta Morla tranquilamente, porque con ellos también me ha pasado. Por descontado, no me oirán cargar contra su competencia como músicos, su capacidad como compositores o su esmero en levantar unos buenos espectáculos. Y sería una infame idiotez soslayar el hecho de que tienen más de dos y tres temazos o cuestionar el justificado éxito de sus carreras. Así que, a cambio, permítanme que no me baje de la hipérbole.
Banda sonora para un festival
No los detesto, ni mucho menos. Lo que pasa es que trabajan en unos parámetros sónicos y estéticos que no tiran de mí. En el caso de los tres protagonistas del festival que nos ocupa: cantan muy bien, pero su pose es afectada; sus modulaciones, demasiado cargadas de intensidad, lanzan a todo volumen mensajes ininteligibles, abstractos, intimistas y con un carácter oblicuamente existencial que, por lo que vi, tienen un admirable tirón emocional con el respetable. Su sonido, o el que al cabo de los años han acabado adoptando este tipo de grupos para este tipo de eventos masivos, es pomposo, grandilocuente, trascendental, saltable, coreable y, por momentos, épico, basado en un bajo palpitante, el consabido bombo a negras y la ubicuidad de unos coloridos teclados.
Al final, se trata de poner la adecuada banda sonora a unos saraos rebosantes de intensidad emocional y relacional, de sentimientos al por mayor con el buen rollo a flor de piel, quieras tú o no lo quieras, estés de cara o de culo al escenario, pegando la hebra interminablemente con tus congéneres de camisa floreada, haciendo volar cubalitros llenos de birra o danzando al son de los numerosos pinchadiscos que amenizan los ratos muertos en las múltiples colas. Viviendo la experiencia festivalera mientras te sometes alegre y conscientemente a un genocidio neuronal, como si te dieran un euro por cada sinapsis que te haces polvo. Un fin de semana con la carne de gallina y el corazón en la boca gracias a las buenas vibras que se te meten en el cuerpo serrano a través de esa pulsera mágica que te ponen para entrar y que se parece tanto a ese collar que aplicas al perro para ahuyentarle las malas pulgas.
Así las cosas, y volviendo al aspecto musical, en el caso de Second advertí cierta bunburyzación del asunto, mientras que en la actuación de Viva Suecia el asunto cobró visos de discoteca ibicenca con la adquisición de un saxo que iba soleando por encima de las bases rítmicas, improvisando y picando riffs de otras bandas mientras su macizorro cantante tomaba prestadas algunas figuras del Boss. Cuando éramos jóvenes queríamos montar grupos con los ojos puestos en los Cure, Sonic Youth, Hüsker Dü, R.E.M., Nirvana o los Smiths. Ahora, la madurez nos arrima a los Héroes del Silencio o a Bruce Springsteen.
La apoteosis de Lori Meyers
“Cuelga al DJ porque la música que está pinchando no dice nada sobre nuestra vida”, cantaba Morrissey. Por el contrario, yo mismo firmaría el 80 por ciento de las letras de Lori Meyers. Los granadinos son la mejor banda de su generación, es decir, la inmediatamente posterior a la capitaneada por Lagartija Nick, Los Planetas y La Habitación Roja, por poner tres ejemplos de las que todavía siguen en activo. Y lo son por su tremenda fidelidad a los rasgos más brillantes que cada década ha dejado en la historia del rock and roll: el primitivismo de los 50, las melodías de los 60, la potencia de los 70, el desenfado de los 80 y el orgullo militante de los 90. Con esos mimbres tejieron el sábado el cesto de la mejor actuación del festival, después de la grisura murciana del viernes. Dinámicos, mutantes, sobrados de personalidad y de capacidad rítmica y melódica, los de Loja bordaron otro bolazo más, disparando un hit detrás de otro y regalándonos lo más parecido a un solo de guitarra que pudimos escuchar el fin de semana.
Su sonido, feroz y ultra orgánico emocionó, esta vez comprensiblemente para este plumilla, a una peña que sabía que apartar la vista de Noni era un absurdo ejercicio de estupidez. Y es que el frontman, por momentos un trasunto de Jarvis Cocker, marioneta desgarbada inframusculada y chopada como un perro peludo bajo el inexistente aguacero, domina el arte de no tomarse demasiado en serio y, aun así, follársenos a los casi 10.000 asistentes hasta llegar a un orgasmo colectivo simbolizado por el castillo de fuegos artificiales que la organización disparó hacia el final de su apoteósica actuación.
Además de ellos, me agradó el desparpajo milenial de Cariño, que presentaron los encantadores y a la vez devastadores traumas postadolescentes que pueblan su primer largo, la sincera energía punk de Anabel Lee y sus letras infectadas de cinismo y descreimiento y la marcial oscuridad ochentera de Levitants, veteranos a los que tendríamos que hacer más justicia. Oigan, hasta Cupido, que por un momento me parecieron reguetoneros que habían asaltado el escenario, me movieron desde una agria estupefacción hasta un cierto aprecio por lo diferente de su propuesta.
Comer en el Love To Rock
En cuanto a la confección del cartel y por su coincidencia geográfica, muchos pensamos que el Love To Rock, el último festival de la temporada, es el hermano pequeño del Festival de Les Arts. Acertada o no, la comparación arroja diferencias palmarias entre ambos. El público del festi otoñal aparenta una mayor experiencia vital que queda plasmada en unos comportamientos por lo general más sosegados que en el macro botellón del antiguo cauce. En unas estéticas más cuidadas y maduras y en unas maneras más civilizadas para entrar, salir y vivir la experiencia festivalera. También para comer. Quizá inspirada por ese superior nivel adquisitivo que se adivina a los asistentes, la organización ha decidido apostar fuerte por la oferta gastronómica, más allá del sufrido perrito caliente o el trozo de pizza.
Miren, a un festival se va a muchas cosas: a buscarse novio o novia para un rato o para siempre, a quedarse moñeco en un rincón, a perder el móvil y la cartera, a hacer colas interminables, a dejarse estafar más o menos dócilmente, a perder de vista a los niños o, lo crean o no, a disfrutar de la música. Hasta los hay que van para luego contarlo en un escrito interminable por puro amor al arte. Pues pese a todo, este es un festival al que yo voy a comer. Y no me refiero a la típica cena de astronauta basada en pastillas y sobrecitos de polvo. Venga, no se escandalicen, que ya tenemos una edad.
Así que mi ilusión principal en el Love To Rock es esa, la de investigar quién y qué cocina, y no la de ver quién toca y quién pincha, porque al final de la corrida, y en casi todos los festivales de este tipo, acaban siendo los mismos de siempre, año arriba, año abajo. Para dar cobijo a estas inquietudes tenemos el Love To Food, en el que prestigiosos y estrellados chefs idean una serie de platillos adecuados al ideario de la socorrida fast food, tan cómoda en estos eventos, pero con un maravilloso giro en las materias primas, en las técnicas de cocinado y en las presentaciones.
Exitazo, claro, como quedó patente en la escasez de opciones después de la actuación de Lori Meyers. Aquello volaba. Con una parrilla de brasas tan grande como una cancha de futbito, unos hornos al rojo vivo y un equipo tan implicado como los remeros de una galera en Lepanto los cocineros de Platero, Fierro, Maillard, Lienzo o Saiti prepararon auténticas delicias de una calidad apabullante. Yo quedé encantado y epatado con la crujiente empanada de vacío, el jugoso bocata de picaña ahumada, las alitas a la brasa con esas patatitas que parecían bombones, la súper cremosa ensaladilla rusa, unos impresionantes nachos para comer con cuchara y el espectacular hot dog de longaniza de ternera.
Volver al Love To Rock
Son por cosas como esta del comer, por su cercanía y ubicación, por el agradable ambiente que destila, por la maravillosa labor de la gente de Komba Educación maquillando y jugando incansablemente con la multitud niños que acuden a un tinglado ya inequívocamente familiar, por el sorpresivo reencuentro con viejas amigas y por la sonrisa con la que llegas a casa, que te olvidas de las colas para mear por los insuficientes wáteres, de los alarmantes momentos de masificación, de la manida oferta musical o de que te cobren por salir para poder volver a entrar.
Me gusta ir al Love To Rock, llevo tres años haciéndolo y contándolo, y espero que no muera de éxito después de comprobar que acabaron metiendo 5.000 personas más que el año pasado, con la consiguiente falta de espacio, la incomodidad o la necesidad de buscar otro lugar para el año que viene. Sé de su inagotable amor por la música, y contará con mi respeto siempre y cuando no venda todos sus abonos en una hora sin conocerse si quiera los artistas del cartel. Ya nos veremos dentro de un año.
Fotos Love To Rock: @Brava_es e Irene Bernad