Como escribí hace poco tiempo a colación de la crónica sobre Visor Fest 2023, Joaquín Pascual es poseedor de un universo lírico y musical muy particular. Acercarse a sus canciones es un ejercicio de indagación en uno mismo a través de esa fina línea que separa la tristeza y la alegría, la melancolía de la esperanza.
Es muy probable que pertenecer en origen a una banda como Surfin’ Bichos, tan intensa e influida por el genio compositivo de Fernando Alfaro llevara a Joaquín a un intento por mostrar su particular talento viajando primero a través de las canciones de Mercromina para, posteriormente, afirmarse también con humildad orgullosa en su ya extensa carrera en solitario, sin olvidar esa aventuras a menudo estimulantes que han sido Travolta o Tórtel.
Cuando lanzó su electrizante e inflamado debut, recuerdo escribir la reseña de El Ritmo de los Acontecimientos (09) para esta casa, del que ya han pasado casi quince años. Luego, sin saber mucho cómo ni por qué, como ocurre con tantas cosas en la vida, me alejé sin darme cuenta de sus lanzamientos, sin prestarles la debida atención habida cuenta de lo mucho que habían aportado al latido, y posteriormente memoria, de mi corazón antaño.
Todo esto se ha borrado de un plumazo con la publicación de Baladas por un Atraco (23), a cuya puerta acudí de la misma manera que un día me fui, sin darme cuenta, pero dispuesto en primer lugar y, posteriormente, encantado de formar parte cómplice de este atraco emocional.
El disco presenta un conjunto de canciones diría casi conceptual, o más bien dispuestas en un camino circular en el que, como muy acertadamente canta Joaquín, sólo somos pasado y futuro: el presente es circunstancia que se bambolea entre ellos. Él sabe que no tiene una voz demasiado dotada, de hecho no cesa en reiterarlo, pero él también sabe, aunque no lo diga y lo diga yo ahora, que es un músico como la copa de un pino y que tiene el talento de conseguir que canciones aparentemente desnudas cuenten con un abrigo casi invisible que no cesa de embellecerlas y aportarles un valor que cala dentro del oyente.
El disco empieza narrativo y amenazante casi con “El plan” y, desde entonces, el maridaje mágico de sus dibujos de guitarra, atmósferas y preciosas letras (de andar por casa) nos va invadiendo como gota malaya por dentro. A la altura de “Un final abierto” nos encontramos ya completamente atrapados en el extraño imán sonoro pergeñado.
Las texturas espaciales de la instrumental “Balada Intergaláctica”, seguida de la tensión subterránea de “El accidente” nos disponen para el nudo en la garganta y la secreción lacrimal aflorando en silencio y con la mirada fija por lo que fue y no será con “Una cruz clavada”, canción que no existe adjetivo por mi parte para hacerle justicia en lo que supone y me produce.
En el trayecto final, es de obligado cumplimiento destacar la maravillosa reflexión desde la entraña que es “El presente” y, cómo no, celebrar que haya sacado del armario su chaqueta de pana para contar con sus compañeros de Mercromina en “Empezar de cero como si nada” para construir un armazón en torno a la canción como sólo ellos juntos saben hacer, dejando como colofón el aliento vital estremecedor de “Lo bueno”.
Algo demasiado hermoso para este degradante fin del mundo.
Escucha Joaquín Pascual – Baladas para un atraco