Si me lo permiten, antes de entrar de lleno en la crónica del concierto que el pasado miércoles ofrecieron The National en la capital, quiero hacer una breve consideración acerca de la música del, a día de hoy, consagrado grupo norteamericano.
Y ésta no es otra que verter una unpopular opinion acerca de sus últimos dos trabajos publicados este año, el titular First Two Pages of Frankenstein (23) y esa suerte de descartes que ha sido el reciente Laugh Track (23). Pues bien, parece que toda la prensa ha convenido, en mayor o menor medida, en satanizar ambos discos, esgrimiendo argumentos en torno a un cansancio en las formas, una autocomplacencia, etc. Pues bien, debo decir que me parecen trabajos muy dignos; es más, el primero de ellos –inexplicablemente más ninguneado aún si cabe- goza de una serie de canciones inspiradas en las que la sutilidad y la sencillez bien entendida, es decir, aquella que busca emocionar sin embustes o facilidad, hacen suficiente acto de presencia.
Y termino. Muchísimo peor me parecía a todas luces el flojísimo I Am Easy to Find (19), que contaba con la característica de ser arropado por la colaboración de diferentes vocalistas femeninas en todos los temas menos uno. Supongo que resultaba mucho menos correcto políticamente cebarse entonces y ahora no. En fin, sólo quería verter mi punto de vista por si alguna otra persona lo comparte en el planeta.
A lo que vamos, el concierto. A día de hoy, aunque ya en los estertores de la genialidad compositiva, The National ocupan a mi parecer el puesto a nivel mundial como banda de referencia que, anteriormente en este siglo, ocuparon Radiohead primero y Wilco después; esto es, una importancia legítima e indiscutible para encabezar aquello que quede como referencia significativa cuando uno menciona el término “rock alternativo de estadio” o similares (pueden reírse con razón por la etiqueta empleada, pero todos nos entendemos).
En base a ello, no era de extrañar el casi lleno que presentaba el Wizink Center poco antes de comenzar su actuación The National, si bien todavía me cuesta asimilar que una banda ciertamente esquinada en según qué casos pueda alcanzar esta notoriedad hoy día. A dios gracias.
Poco antes, Bartees Strange había ofrecido un estimulante show. Una suerte de actualización de TV on the Radio con ciertas dosis de math y heartland rock, mezclados en una batidora imposible en la que también entrarían las influencias de Jeff Buckley o hasta las de los The War on Drugs más inquietos. De hecho, su reciente Farm to Table (22) fue uno de los discos más estimulantes para quien les escribe del glorioso ejercicio discográfico del pasado año.
Nuestros protagonistas de la velada llegaron en loor de multitudes, dispuestos a conquistar el estadio a poco que hicieran. Y debo decir que el comienzo de su velada me resultó conmovedor y emocionante como pocos. Abrir con la preciosa y doliente “Once Upon a Poolside”, me retrotrajo a la última vez en que ocupé asiento en el recinto, aflorando de nuevo unas lágrimas que, en aquella ocasión, mientras observaba el mágico concierto último de The Cure, no cesaban de brotar, anegándome por dentro y por fuera.
La siguieron otros dos temas notables de reciente autoría, “Eucaplyptus” y “Tropic Morning News”. Y si estas no son tres de las mejores canciones paridas en este año 2023, a mí que me deporten de la especie humana ya.
Fue momento entonces de asistir a la primera de las muchas catarsis que vivió su líder, Matt Berninger, tan rebosante de carisma y presencia escénica como siempre. “Squalor Victoria” sonó a pleno colapso existencial. Y, paulatinamente, el concierto fue abandonando un inicio introspectivo para irse acercando a una orgía de guitarras dislocadas, defendidas con entusiasmo furibundo por los hermanos Dessner, y aderezados por unos arreglos de viento nunca invasivos. Especialmente epatantes resultaron en “The System Only Dreams in Total Darkness”, “Graceless” o “Smoke detector”, siendo esta última el mejor momento rescatado de Laugh track (23), inmensamente enlazada con “Day i die”, uno de los momentos más trepidantes de la noche.
Anteriormente, la faceta más profunda y conmovedora se había reservado a momentos como el recuerdo de su primer concierto en Madrid en la sala Moby Dick antes de tocar “Cherry tree” o “I need my girl”, bellísima. Pero la tendencia era hacer todo explotar con decibelios, como quedó claro con la revisión que hicieron de su monumental “About today”, precedida de la inevitable y celebrada “Fake empire”, terminando con ambas el grueso del concierto.
Nos esperaba un bis completamente ganador, arrebatado de principio a fin y poseedor de todas las virtudes que han convertido a The National en lo que son: desde la fragilidad desarmante y lúcida de “Light years” a la apoteosis desatada con un “Mr. November” mientras su líder se abría paso fila a fila desde el foso entre las miles de almas entre las que navegaba mientras no cesaba de cantar.
De ahí a un clásico ya imperecedero como “Terrible Love” hasta llegar a uno que, de tocarse con semejante desboque eléctrico, puede decirse que lo es ya ,“Space Invader”, y, finalmente, todo el elenco terminó recogida en acústico después de que el espigado cantante hubiera girado el pie de micro hacia la audiencia y fuera un coro de voces entregadas al unísono el que cantara “Vanderlyle Crybaby Geeks” para despedir a una banda que se había dado un merecido y ostentoso baño de masas durante casi dos horas y media.
Foto The National: Blanca Orcasitas