En el repaso que realicé para esta revista de la discografía de Wilco, con motivo del aniversario de Yankee Hotel Foxtrot (2002), despaché los quince últimos años de carrera del grupo diciendo más o menos que se hallaban en su zona de confort, facturando cada poco tiempo discos que no bajaban del notable, pero que carecían del calado emocional de sus obras maestras. Desde entonces le he dado bastantes vueltas a esta afirmación y al hecho de casi no haber hablado en aquel artículo de Star Wars (2015) u Ode to Joy (2019). ¿Estaba siendo condescendiente con unos discos que, en realidad, me gustan mucho? ¿Me gustan solo porque son piezas de perfecto acabado en las que, en el fondo, se intuye el caos que me hizo enamorarme de la banda? ¿Existe algún fan reciente del grupo que se haya sumado a la causa gracias a The Whole Love (2011) o Schmilco (2016)?
No tengo una respuesta clara para estas preguntas, pero puedo hablar de mi experiencia con los Wilco de madurez: cada nuevo disco suyo es un pequeño acontecimiento para mí. Sé que no me va a cambiar la vida, pero me la hará más agradable durante al menos unos meses. Con esta premisa, me enfrenté a Cousin (2023) según el ritual que he seguido los últimos años. Cuando todo el mundo en casa dormía, me puse los auriculares, me acosté en el sofá y lo escuché de un tirón. Al terminar sentí el impulso de levantarme y gritar: ¡es su mejor trabajo desde Sky Blue Sky (2007)! Luego me refrené un poco porque recordé que había exclamado lo mismo con al menos tres de sus últimos siete discos.
Es cierto, Wilco llevan quince años navegando en su zona de confort, pero por suerte su zona de confort es mucho más amplia que la de la mayoría. Podríamos decir que se extiende en torno a tres coordenadas bastante alejadas entre sí: el country rock setentero de Being There (1997), el pop de orfebrería de Summerteeth (1999) y la experimentación ruidista de Yankee Hotel Foxtrot. Todo lo que han hecho desde 2006 es moverse con solvencia de un punto a otro, a veces en un mismo disco, a veces en una misma canción. No se me ocurre ningún otro grupo del mundo capaz de hacer eso.
Si Cruel Country (2022) era un ejercicio de estilo ortodoxo, Cousin en sus primeros compases da la impresión de ser una vuelta a su veta más experimental. Probablemente la elección de Cate Le Bon como productora buscaba azuzar esa veta. Le Bon aporta un retorno al primer plano de la guitarra más ruidosa de Nels Cline, tras un par de discos en los que sonaba contenido, y un mayor tratamiento de las atmósferas, pero lo cierto es que, tras la inicial “Infinite Surprise”, con sus disonancias y capas de ruido, la experimentación va perdiendo presencia en el disco para reaparecer solo en puntuales momentos muy disfrutables (esos ritmos cruzados de la canción “Cousin”).
Cousin es un disco de pop de corte clásico, pero con suficientes trucos en la manga como para no resultar simplemente amable: es casi siempre brillante y, en algunos momentos, francamente estimulante. Los trucos nos los sabemos todos: tanto “Infinite Surprise” como “Cousin” nos recuerdan a los momentos más juguetones de Star Wars (uno de los discos más queridos en su trayectoria reciente); el single “Evicted” bien podría haber estado en Cruel Country, al igual que la balada al piano “Ten Dead”, si no fuera por la intensidad in crescendo de la guitarra de Cline y los espectaculares rellenos de batería de Glenn Kotche. Pero también hay lugar para sorpresas: “Sunlight Ends” es una de las contadas ocasiones en toda la discografía de Wilco en que la banda recurre a una batería programada, y el resultado recuerda a los Big Thief más densos. En “A Bowl and a Pudding”, la voz de Tweedy doblada y el tratamiento de las guitarras acústicas consiguen un ambiente casi onírico. Ambas son las canciones donde más se nota la mano de Cate Le Bon y bien podrían marcar un camino para el futuro, si no fuera porque seguramente en su próximo disco darán otro volantazo y no se parecerá en nada a este.
La joya de la corona es “Pittsburgh”, una canción llena de recovecos y cambios de intensidad donde la banda muestra todo su músculo instrumental: empieza con un órgano solemne y grandilocuente, que suena como si los cielos se estuvieran abriendo, para después caer en el habitual intimismo susurrante de Tweedy y finalmente alzarse de nuevo, una hoja llevada por el viento, con una guitarra que termina engullida en un mar de ruido blanco. Una obra maestra que puede mirar de tú a tú a las mejores épocas del grupo.
Tweedy lleva años practicando un acercamiento a la escritura más directo y casi espontáneo, tal y como explica en su libro Cómo escribir una canción (2020), lo cual resulta en unas letras más sencillas que las de sus primeros discos, a veces impresionistas, a veces con un toque casi naif. Esto funciona muy bien en canciones como “Ten Dead”, que versa sobre los tiroteos masivos en EEUU y cuyo estribillo repite insistentemente “No more than ten dead” (no creo que haya otro acercamiento posible a un tema como este que no sea desde la inocencia, sin un atisbo de cinismo). En otras ocasiones, sin embargo, cae en la obviedad (“I’m evicted from your heart. I deserve it”), aunque Tweedy parece bastante consciente de ello y lo hace con cierta ironía.
Aunque el tono en general del disco es melancólico, para el tramo final quedan las dos piezas más luminosas y alegres: tanto “Soldier Child” como “Meant to Be” son canciones de amor pegadizas, sin muchas sorpresas, pero tremendamente contagiosas y raramente optimistas que hacen que terminemos Cousin con una sonrisa y ganas de empezar de nuevo otra vez.
Es su mejor disco desde Sky Blue Sky.
O, por lo menos, entre los tres mejores.
Escucha Wilco – Cousin