A estas alturas, ya nadie espera nada de ellos. Y resulta absolutamente normal, la partida de Gerard Love de Teenage Fanclub debió haber sido el tiro de gracia definitivo para una banda que ya agonizaba. Además, ellos mismos lo certificaron con un disco, Endless Arcade (2021), que les mostraba desnortados, por decirlo suave. Al fin y al cabo, el bajista era una pieza clave del engranaje, cuyas composiciones funcionaban como empaste entre el preciosismo entusiasta de Norman Blake y la tendencia a lo narcótico de Raymond McGinley. Básicamente, se habían convertido en una mesa coja y vieja. A la basura con ella.
Pero no: contra todo pronóstico se empeñan en continuar. Y lo hacen con un disco que les muestra pletóricos, cómodos con cómo son ahora, envejeciendo con elegancia y sobre todo, con un paquete de canciones como no han tenido en sus manos en al menos dos décadas. Eso sí, no esperen aquí, pese al engañoso acople de guitarra inicial, la recuperación nostálgica de los tiempos de gloria de Bandwagonesque (1991) o Grand Prix (1995). Sería absurdo. Todas aquellas canciones fueron escritas por unos chavales greñudos que poco o nada tienen que ver con los señores maduros en que se han convertido sus autores.
Nothing Last Forever, título que podría incluso oler a despedida, no es el álbum de resurrección que ustedes piensan. Es decir, ni inventan la rueda ni se reinventan a sí mismos. Las mismas plantillas de siempre para hacer canciones siguen siendo usadas. Pero sin trampas, usadas con la maestría que otorga conocerse a uno mismo y los límites que puede abarcar. En ese sentido, este crepuscular y preciosista paquete de pequeños himnos a la vida madura y ordinaria es más cohesionado y tiene mucho más sentido que cualquiera de sus ofrecimientos desde Howdy! (2000). En todos ellos había un tufo a piloto automático, a constante reivindicación barata, a falta de entusiasmo y fe en sí mismos, que hacía que Teenage Fanclub llevaran años inmersos en una inercia, de la que parecía que Gerard había sido el único en darse cuenta. De ahí que se largara.
Ahora, sin embargo, la banda parece plenamente consciente de sí misma, y se nota el alivio que eso supone. Tal vez el título de la canción de apertura del disco, “Foreign land”, vaya precisamente de eso. Unos viejunos que se hallan en tierra extraña, un mundo que ya no entiende lo que quieren decir. No obstante, como dicen en sus primeros versos, “time to move along”, o lo que es lo mismo, tirar p’alante encontrando la sanación en lo que mejor saben hacer, canciones. Han encontrado la motivación para existir precisamente en lo más sencillo, en lo que siempre ha estado ahí. Por eso les han quedado todas chulas. Y por eso funcionan a la perfección, sin fisura, unas tras otras, en un disco bonito como pocos.
“Foreign land” inaugura el álbum a base de sedosa psicodelia, con una cadencia que va a ser la predominante en todo el disco. Ni muy rápido ni muy lento, algo que la base rítmica formada por el batería original de la banda, Francis McDonald, y el nuevo bajista Scott McGowan, sabe ejecutar con maestría, sirviendo de lecho para que canciones tan espléndidas como la siguiente, “Tired of being alone”, de McGinley, suenen a gloria. Ah! Y no olvidemos los vaporosos teclados de la gran adquisición desde 2019: el genio galés Euros Childs ¿Se acuerdan de Gorky’s Zygotic Minci? ¿no? ¡Pues deberían!.
La sucesión de los diez temas, uno de Norman, otro de Scott, sin saltarse ni por un momento ese orden, se desarrolla de una forma natural, sedosa, apaciguante. Todo tiene cierto tono crepuscular, pausado, hasta el punto de que es difícil diferenciar determinadas canciones si no se hace lo debido, es decir (nunca me cansaré de repetirlo), escuchar el disco con atención y no “en diagonal”. Si se hace, es ahí cuando los detalles comienzan a brotar como setas y la maestría compositiva de esta banda sale a relucir.
Imposible no rendirse a piezas tan rotundas como “Self-sedation”, que parece compuesta a pachas entre Curt Boettcher y Brian Wilson, las no menos resplandecientes “It’s alright”, “Falling into the sun” o “Back to the light”, todas ellas, cómo no, marca de la casa. Y es que da lo mismo que una banda trabaje sobre plantilla si el trazo es seguro y certero. Y aquí lo es. Mucho más de lo que lo había sido durante años, estuviera la formación completa o no. Así que ¿mesa coja? ¿viejos acabados? Escuchen esto completo, incluidos los intensos siete minutos de la sobrecogedora epopeya “I will love you” y díganme si esta banda que se ha redescubierto a sí misma, que sabe perfectamente cuál es su lugar y que le canta a la vida, al paso del tiempo y al amor de esta manera no sigue siendo absolutamente pertinente en este mundo que, sea o no una tierra extraña para ellos (y para quién no), necesita canciones así más que nunca.
Escucha Teenage Fanclub – Nothing Lasts Forever