A pesar de sus pocas ediciones, lo de Visor Fest está empezando a generar un tejido de fieles que lo convierte en único. Desde su nacimiento, uno de sus objetivos ha sido recuperar esas sensaciones que muchos vivimos a principios de los 90 en citas como los primeros FIB. Ese buen rollo, ese ambiente que se crea al estar rodeados de fans de la música que asisten para disfrutar con amigos de sus grupos favoritos y nada más. Algo tan de perogrullo que sorprende, pero por lo poco habitual que es últimamente. Y es que Visor Fest se aleja de los macro festivales y de esos carteles clónicos que se repiten por decenas cada verano, lo que es un importante punto a favor. Si a ello le sumamos la colección de conciertos memorables que va dejándonos en nuestra memoria, no es de extrañar que se haya ganado ser uno de los eventos más especiales del país.
Su edición de 2023 volvió a generar el entusiasmo del personal gracias a un line up marca de la casa, que aparte de grupos con solera nos dio la oportunidad de ver a viejos conocidos muy poco habituales por estas tierras. Como novedades, este año el recinto se ensanchaba para alojar en un lateral la zona de comida y algunas tiendas, apartándolos de la arena destinada a los conciertos. Una arena en la que podías moverte sin ningún tipo de masificación, o desplazarte a unas barras sin esperas. Y lo que es más importante, su fórmula infalible: cuatro conciertos al día, uno detrás de otro y en el mismo escenario, con solventes Djs amenizando entre cada uno de ellos.
VISOR FEST – VIERNES 22 DE SEPTIEMBRE
The Primitives tenían la difícil tarea de abrir fuego y conseguir captar la atención de quien llega de nuevas al recinto. Salvo sus reconocibles seguidores, se notaba algo de dispersión por parte de un público que aún estaba aterrizando. Los de Coventry tienen mecha y argumentos de sobra para tirar del carisma de una simpática Tracy Tracy y contagiarnos con esas melodías pegajosas, guitarras jangly y letras a menudo simples, pero efectivas.
Apenas llegó a la hora de duración, pero bastó que sonaran clásicos de siempre como «Sick of It» o más recientes como «Petals» o «Spin-o-Rama», para empaparse de esa energía contagiosa que terminó de explotar con la conocida «Crash», -cuyo punteo sonó minutos antes a modo llamada- y rematando con «Everything Shining Bright» cuando la gente había empezado a conectar. Pero ahí terminó la cosa, dejándonos con ganas de más y teniendo que esperar algo más de una hora para ver a The House Of Love.
Los de Guy Chadwick eran uno de los deseos más preciados de los asistentes, de hecho estuvieron confirmados en la edición de 2019, esa que tuvo que cancelarse por condiciones meteorológicas. Este año se incorporaron los últimos, también después de una cancelación, en este caso de unos The Church que se resisten y que esperamos poder ver por fin en 2024.
«Reactivé The House Of Love porque era lo que debía hacer tarde o temprano» nos decía Chadwick en una entrevista publicada hace pocos días. Ellos pudieron ser una de las más grandes bandas de pop de finales de los 80 y principios de los 90, pero la salida de su guitarrista Terry Bickers y una serie de caminos equivocados dieron al traste con una progresión que nunca llegó. Desde su regreso más de una década después, las perspectivas han cambiado y aunque hay nuevos discos en el camino, algo falta. A pesar de ello, tenerles encima de las tablas rescatando ESOS discos era ya motivo de sobra para mantenernos entusiasmados.
Arrancaron con una «Cruel» algo falta de fuelle, pero a continuación llegaron las dos piezas que abrían su debut, «Christine» y «Hope», que aunque sonaron algo deslavazadas y saturadas, lograron emocionarnos. Se notaba cierta la falta de cohesión en la banda, -perdónenme pero tuve la suerte de verles en su momento un par de veces y aquello era otra cosa-. A pesar de ello, fueron remontando, dejando por el camino regalos como «Beatles and Stones», «The Girl With The Loneliest Eyes», «In a room» 0 «Crush», que degustamos con gozo. Fue con la envolvente «Destroy the Heart» cuando por fin nos golpearon como esperábamos, rematando por todo lo alto con «Love in a car», dejándonos satisfechos, y contentos por habernos reencontrado con ellos tanto tiempo después.
Reconozco que con Inspiral Carpets me pasó lo contrario. También les disfruté en su día y simplemente esperaba un divertido concierto revivalista para echarnos unos bailes. Lo que nos encontramos fue un verdadero arrase de una banda -esta sí- totalmente engrasada.
Siempre les ha tocado ser los terceros en discordia a la hora de recordar a los héroes de Madchester. The Stone Roses, Happy Mondays e… Inspiral Carpets. El caso es que sus canciones están más vivas y soportan mejor el paso del tiempo de lo que muchos recordábamos. La química entre Stephen Holt, y su ilustre teclista Clint Boon permanece intacta y la fusión entre ese órgano Farfisa, una base rítmica renovada y los riffs de guitarra pegajosos del también miembro fundador Graham Lambert, consiguieron transportarnos a lo que fue la génesis del britpop.
Los primeros instantes de «Joe» pusieron la alfombra para un enérgico set centrado sobre todo en ese gran disco llamado Life (1990) que os animo a recuperar. Fue una hora y media intensa llena de carisma con sacudidas como las de «Generations», «Weakness», «She Comes in the Fall» y «Directing traffic», con rescate de las sentidas «This Is How It Feels», «Uniform» y «Move», y donde quisieron recordar a su paisano de Mánchester Mark E. Smith, desaparecido líder de The Fall en «I Want You».
Ellos nunca grabaron para Factory, pero sí frecuentaron la mítica sala The Haçienda a cuyas raves nos trasladaron en una «Commercial Reign» que sonó en su lisérgica versión Rub-A-Dub Mix. El cierre, como no podía ser de otra manera, llegó con «Saturn 5», siendo capaces de olvidar The Beast Inside (1991) y dejarse un buen número de hits en la reserva, pero dando un concierto muy especial.
No menos especial fue la presencia de Orchestral Manoeuvres in the Dark (OMD) en Visor Fest, aunque en esta ocasión veníamos advertidos. Las últimas visitas a nuestro país han dejado claro que ir a verles sigue siendo una vibrante experiencia totalmente recomendable y vigente, a pesar de que lleven más de cuatro décadas en activo.
Son unos gigantes del synthpop y tienen un legado a la altura de muy pocos, pero es que además mantienen viva su creatividad con unos discos recientes más que notables. En poco menos de un mes tendremos la ocasión de comprobarlo cuando llegue un Bauhaus Staircase del que ya hemos escuchado un par de adelantos que no sonaron, pero sí dos temas de su anterior obra, The Punishment of Luxury (2017), la que daba título al álbum y la kraftwerkiana «Isotype» con la que abrieron su set. Un set que no fue más que un recorrido por esa impoluta discografía, ejecutado a la perfección por unos empáticos Andy McCluskey y Paul Humphreys, acompañados de sus habituales Martin Cooper en teclados y saxo y Stuart Kershaw a la batería.
Fue coger McCluskey su bajo, arrancar «Electricity» y brotar una catarata de himnos inmortales que nos trasladó a todas sus épocas y etapas. No faltaron «Messages», «If You Leave», «Tesla Girls»… Humphreys tomó el micrófono para deleitarnos con el sophistipop de «(Forever) Live and Die» y posteriormente con la grandiosa «Souvenir» recordándonos que era una canción de 1981 de un disco llamado Architecture & Morality, una de esas joyas de obligada posesión en cualquier colección de discos que se precie. Se quedaron en él y detuvieron el tiempo al enlazar «Joan of Arc» y una «Joan of Arc (Maid of Orleans)» que hizo caer más de una lágrima en las primeras filas, y como no podía ser de otra manera, cerraron con ese monumento llamado «Enola Gay». Parecía que la cosa se quedaría ahí, pero aún había tiempo de obsequiarnos con «Pandora’s Box» y «Secret», que terminaron de completar otro de esos momentos del Visor Fest que recordaremos para siempre.
Manuel Pinazo.
VISOR FEST – SÁBADO 23 DE SEPTIEMBRE
El universo asociado al ecosistema musical del conocido como “Albacete Sound” está viviendo lo que es un momento dulce. Este año al regreso muy digno de Surfin’ Bichos –disco incluido– y al extraordinario nuevo trabajo de Joaquín Pascual Baladas para un atraco (23) (en el que colaboran de nuevo juntos en estudio Mercromina con la canción “Empezar de cero como si nada”, la cual sonó en la tarde del sábado desde el recinto de La Fica), hay que sumar ahora la vuelta de estos últimos a los escenarios en uno de los regresos más esperados sin duda alguna.
Y es que pocas bandas como Mercromina supieron irse con unas grabaciones tan soberbias, acaparadoras de lo mejor de su carrera. Estoy hablando de los muy evolucionados y sólidos Bingo (02) y Desde la Montaña Más Alta del Mundo (05). Y, con gran fortuna, el inicio del show estuvo protagonizado por los temas recogidos en esta fantástica etapa de su devenir para quien les escribe.
Para todos aquellos que buscaran el, llamémosle, “pop indie”, el concierto iba a comenzar bastante cuesta arriba –una delicia, qué duda cabe- con una muralla atronadora de distorsión guitarrera a cargo de Joaquín Pascual y el nervio inherente a la forma de tocar esgrimida siempre por Carlos García, los teclados y programaciones de Enrique Borrajeros y la imponente base rítmica compuesta por la elasticidad de las líneas de bajo de José Manuel Mora y el pulso diestro de Carlos Cuevas a la batería, auténtico motor de la propuesta sónica de los albaceteños.
La declaración de intenciones que es “La Gran aventura” abrió fuego a las formas en que “Viaje de redención” lo hace con su banda madre Surfin’ Bichos. La siguió el escalofrío emocionante que permanece conmocionándome el lagrimal como el primer día: “Huracán”, directamente una de las canciones más bellas que han escuchado mis oídos, llenas de esa poesía tan propia expuesta siempre por Joaquín Pascual, fluctuando en la frontera casi imperceptible que separa tristeza y esperanza.
La última parada en su brillante testamento discográfico hasta la fecha fue la majestuosa “Lo que dicta el corazón”, la cual no pudo brillar en toda su expansión por un sonido que, en ocasiones, empastaba en demasía y ahogaba los desarrollos más sutiles, pero que adivinaba la tremenda belleza que atesora.
Fue en ese momento cuando disfrutamos de los momentos más increíbles de su actuación con la irrupción del deleitosamente exigente Bingo (02) del que sonaron imperiales la muy kraut “Entrevista a un abducido”, el electrificado estribillo de “El libro de oro de la congelación” y la absoluta barbarie sónica en que convirtieron “Chaqueta de Pana”, momento top del festival para servidor.
A partir de ahí, tiempo de rendir homenaje a la primera parte de su carrera, con momentos destacadísimos para mí, especialmente rescates de un disco debut, Acrobacia (95), que sigue sonando fresquísimo, sin resentirse en absoluto por el paso del tiempo. Me quedo sobre todo con la brillantez compositiva de “Encadenados” y el bendito ruido de “Ciencia ficción”, primera canción escrita por la banda. También con el rescate de una canción para nada complaciente y poseedora de una atmósfera intransferible, la cual de siempre recuerdo aman especialmente: “Vals de ballenas”, otro ejemplo evidente de que no hace falta complacer con lo fácil desde un escenario ni aun estando en un festival compartiendo cartel con bandas y públicos diversos.
Y destacar un broche para el recuerdo, la salida de Matthew Caws de Nada Surf como invitado para tocar junto a Mercromina “Evolution”, la cual tuvieron el gusto de incluir en su increíble disco de versiones If I Had a Hi-Fi (10). Uno de esos detalles históricos de andar por casa que nos llevaremos en el corazón, como así son sus canciones.
Raúl del Olmo.
El concierto de Nada Surf tuvo también como virtud especial la de huir de un repertorio fácil o predecible para un festival. De entrada, abrieron con “Popular”, su celebérrimo éxito que, para quienes somos die fans de la banda desde sus inicios hasta ahora, sabemos que es una muy buena canción. Y ya está. Vamos, que la discografía del desde hace tiempo cuarteto cuenta con una colección de joyas que ya quisieran para sí muchísimas otras formaciones coetáneas con un éxito más reconocido que el de Nada Surf, a los que siempre he considerado no demasiado reconocidos por parte de la crítica musical mientras que los seguidores de a pie nos desvivimos por su música.
Dejando estas cuestiones aparte, Nada Surf son un combo infinitamente más disfrutable en sala que un escenario de grandes dimensiones como he podido atestiguar en las numerosas veces que he asistido a sus shows. Entiéndanme, no fue para nada una actuación mala, ni mucho menos, pero entregarse a intimidades tan sutilmente bonitas como “Friend Hospital” o crescendos que, poco más o menos, nos han salvado literalmente la vida como los de “Come get me” o “See these bones” se viven mejor en un entorno recogido y con una sonorización a medida más óptima, la verdad. Según desde qué sitios, el show no se pudo disfrutar plenamente por un sonido confuso y difuminado que hacía perder magia a canciones tan grandes como monumentos.
Valiente repertorio, y muy compensado, el que ofrecieron: de latigazos primerizos tan apabullantes como “The Plan” o “Hyperspace” a estremecedores pasajes introspectivos como “Killian’s red” o la purificadora “Looking for you”, auténtica joya de su reciente cancionero, tan excelente o más que su notable pasado. Un pasado que estuvo frondosamente representado por el que se ha convertido en disco estandarte con el tiempo, Let Go (02), al unísono con el buenísimo Never not together (20), uno de los mejores discos a nivel mundial publicados en los últimos cuatro años para quien les escribe y del que se rescató hacia el final una trepidante “Something i should do”, disponiéndolo todo para una despedida jovial y celebrada con la epatante “Blankest year”.
Raúl del Olmo.
Había ganas, muchas ganas de volver a ver por aquí a Echo & The Bunnymen, la apuesta post-punk con solera ochentera de este año en Visor Fest. Tras una serie de cancelaciones por pandemia y demás, era tiempo de ese ‘Celebrating 40 Years Of Magical Songs’ y de reencontrarnos con un envidiable catálogo que aunque no depara demasiadas sorpresas en directo desde hace ya desde hace demasiado tiempo, contiene argumentos de peso para seguir estremeciéndonos. Es de sobra conocido que tras esa extraña época (1987-1997) volvieron a la vida con Evergreen (1997) y desde entonces, han sacado varios discos más que decentes, pero es raro ver sus canciones en sus setlists.
Los habituales cantos gregorianos que abren sus actuaciones daban paso a «Going Up», que sonó poderosa. Le siguieron una celebrada «Rescue» y la contundente «All That Jazz» que siempre nos recordará a Pete de Freitas. Tres piezas de su debut y entusiasmo generalizado, hasta que llegaron las primeras quejas de McCulloch con las luces, con el sonido, con la vida… sonó «Flowers», una de las pocas concesiones a esta nueva etapa, a la que siguió una descafeinada «Bring On the Dancing Horses». Con la solemne «All My Colours» el concierto volvió a encauzarse, aunque la otrora portentosa voz se iba apagando gradualmente.
Nuevos comentarios, nuevas quejas, «Seven Seas» en piloto automático, gallos, «Nothing Lasts Forever» con su guiño a «Walk on the Wild Side» y una especie de soliloquios inteligibles que nos hacían sospechar que algo no iba bien. Pero de repente sonó «Over the Wall» con un inmenso Will Sergeant y volvimos a conectar. Esto era justo lo que esperábamos y esto es de lo que la banda es capaz, aunque Ian McCulloch seguía a lo suyo para chapurrear «Bedbugs and Ballyhoo» y «Never Stop», y prácticamente destrozar «The Killing Moon», tras la que se fue del escenario sin mediar palabra. El público no sabía si reír o llorar, mosqueo general y un bis con una «Lips Like Sugar» para olvidar, con el que terminó una hora de concierto más agrio que dulce.
Apenas 20 minutos después de esto, Brett Anderson tropezaba y se caía de culo; sobreponiéndose volvía a coger el micrófono aguantándose la risa y continuaba cantando sin perder una nota como si tal cosa. Mucha gente ni se dio cuenta. Es lo que tiene la profesionalidad, dicen algunos.
Manuel Pinazo.
Lo de Suede hace tiempo que es todo un escándalo. Ninguna banda de su generación puede comparársele actualmente ni en estudio, ni en directo. Esto no es que haya pasado una vez, no. Ha pasado muchas más y sigue pasando. Cuatro discos sólidos a cual mejores publicados desde su reunión y unos directos increíbles, ya sea en aquellos en los que nos encogen el alma con su vertiente más dramática hasta hacernos llorar como magdalenas (todavía sin recuperarme del “To the birds” y, en especial, del “The two of us” que sonaron en el Tomavistas del pasado año), o bien en su vertiente más vitaminada y frontal, como lo ha sido el excelente directo con el que se clausuraba la edición de Visor Fest en este año.
Ya si hablamos del estado de forma de Brett Anderson, directamente se nos queda corta cualquier palabra. Resulta increíble lo que este Dorian Grey ha sido capaz de pactar con el demonio para parecer en todos los sentidos, qué se yo, una persona veinticinco años más joven de lo que es como poco. Uno de los mejores frontman del universo. Delirante.
Con una seguridad arrolladora y con el mono de trabajo enfundado incluso diez minutos antes de la hora programada, el quinteto salió al escenario con ganas de comerse todo lo visto hasta entonces –no resultaba especialmente difícil tras la lastrada actuación de Echo & The Bunnymen que llegó a acortarse en cerca de media hora-. Ayudaba sobre manera el muy darky y punk reciente trabajo, Autofiction (22), disco que, merecidamente, ha contado con la aclamación unánime de prensa y público.
Es probable que el mood que destilan esas canciones sea lo que ha hecho apartar en cierta manera su faceta más introspectiva e íntima de los shows, especialmente atmósferas melodramáticas como ciertos pasajes de Dog Man Star (94) y similares, ganando mucho espacio los momentos más desatados de su debut (increíbles sonaron “Animal Nitrate” y “The Drowners”), o los momentos más eléctricos de Comin’ Up (96) (tan buena como siempre su clasicazo “Trash”, su indispensable “She” o los guitarrazos efectivos de “Filmstar”, otros de los momentos más apoteósicos de la velada).
Las nuevas canciones también deslumbraron, en especial la hermosa “She stills lead on me”, esa radiantemente bella declaración de amor que escribe su cantante a su madre, o la desatadísima “Personality disorder”.
Una exhibición escénica descomunal que entraría dentro de los parámetros de un concierto gran formato de festival, plagado de singles y con pocas concesiones a las rarezas o a las canciones rebuscadas, pero que cumplió absolutamente con lo que demandaban las altas horas de la noche y lo que buscaba un público ansioso por corear himnos.
Y, como broche, Suede se despidió con la ensoñación de un pasado diluido entre los deseos, fracasos y conquistas que nos acompañaron a través de cualquiera “Saturday night”, como la que acabábamos de experimentar, sabiendo una vez más que no somos más que la posesión de nuestros recuerdos y el porvenir incierto de lo que nos queda por vivir.
Raúl del Olmo.
Fotos Visor Fest: Luis Pérez Contreras (Visor Fest) y Manuel Pinazo