Coincidiendo con el décimo aniversario de su bien parecido disco homónimo de 2013 (y, seguramente, el que es su trabajo más compacto hasta la fecha), Elephant Stone han planificado una extensa gira europea que suma un total de cuatro paradas en nuestro país. La primera de ellas quedó fijada en la céntrica sala madrileña Wurlitzer Ballroom, y congregó a no pocos fanáticos (sumados a la causa a lo largo de quince años de carrera) de esos sonidos psicodélicos que los canadienses utilizan como principal hoja de ruta, también a lo largo de un directo extendido (tal y como cabía esperar) a medio camino entre buenas vibraciones de querencias hippies y distorsiones.
La actuación comenzó con el misticismo explícito latente en esa intro de sitar pacientemente extendida por Rishi Dhir –vocalista y líder del grupo y experto en el instrumento indio–, dando paso al grueso del concierto. Un repertorio que, efectivamente, resultó repartido entre esas texturas psicodélicas de aspecto vintage y los indisimulados acercamientos al indie-pop (con algún ramalazo de power-pop) noventero del cuarteto. Curiosamente, las piezas asociadas a este último género fueron también las más favorecedoras al contacto con las tablas, luciendo por encima de ese perfil sesentero que se supone predominante en el ADN artístico de la formación.
Piezas de mayor pulcritud y con estribillos irresistibles, caso de “Setting Sun”, “Heavy Moon” o esa auténtica gema que es “Love The Sinner, Hate The Sin”, dotadas todas ellas con chispa mientras que (en uno u otro momento) hacían pensar en Nada Surf, Velvet Crush, Kula Shaker, Gigolo Aunts o The Charlatans. En cualquier caso, los de Montreal resultaron solventes en cualquiera de sus mutaciones, también cuando perpetraron las influencias de The Brian Jonestown Massacre (con quien el propio Dhir ha colaborado), Syd Barret, The Warlocks, George Harrison o Traffic en canciones como “A Silent Moment”, “The Sea Of Your Mind”, ·Looking Thru Baby Blue” o “Don’t You Know”.
Resultó, además, que Elephant Stone probaron ser poseedores de cierto recorrido estilístico, el mismo que ayudó a dinamizar la propia actuación dotándola con diferentes tonalidades y en la que viene siendo otra de sus virtudes. Y es que el combo es tan capaz de firmar canciones embaucadoras de diez minutos como pildorazos directos al grano al estilo de Teenage Fanclub. Aunque puntalmente su propuesta pecase de exceso de densidad, el grupo completó un concierto atractivo, disfrutable y delineado con ese tipo de habilidad que muestran los músicos curtidos y especialmente virtuosos, dejando a su paso un agradable olor a incienso.