Por fortuna, aún siguen editándose discos en los que la creatividad y el riesgo a ser escuchado sólo por unos cuantos priman sobre el compromiso comercial o la selección algorítmica. Incluso por encima de la nueva sociología del arte, en la que tanto los responsables de la obra como los encargados de situarla en el mercado atienden a presupuestos eminentemente crematísticos. Son las reglas del beneficio material contra la ley de la fe incondicional. Y a esto último se afilia con uñas y dientes la música de Francisco Javier Bravo Lahoz, un ex convicto del punk y el hardcore que se liberó de cadenas, pulseras y militancia para entregarse a una visión totalmente libre, aunque escorada a la más pura intuición, de la composición de canciones. No hay más que escuchar con la atención requerida las piezas incluidas en este 2, coherente continuación de un debut inesperado y para muchos desconcertante. Anarquía, conciencia, lo-fi y sonido crudo, hecho a vuelta y vuelta, pero macerado en unos ingredientes básicos para la emoción.
Amparado por el minucioso trabajo de producción de Antonio Horrillo, que aportó notas electrónicas además de baterías y guitarras, las otras cuerdas de Gustavo Yuste y los coros puntuales de Carmen González (notables especialmente en “Muy aburrido”), buscó la inspiración en el Anti Estudio de Fuenlabrada, refugio y centro de su última etapa personal y artística, para redondear las ideas que necesitaba expresar. A su manera, sin prisas ni pausas ni pautas. Sólo el pálpito de la poesía libre y el minimalismo de su sonido, huracanado de vaivenes estilísticos y repleto de reflexiones extraídas de su diario personal. “Una más” y “Un mundo nuevo” son puro experimentalismo, incrustado entre disquisiciones folk, noise rock e incluso un leve acercamiento al blues. Los pensamientos y los sueños se confunden en un mundo entre sentimental y onírico, por el que desfilan personajes sin nombre que no son sino él mismo y sus diversas encarnaciones, porque este es un disco dedicado a los malditos como él, que amplía y mejora anteriores hallazgos. Tanto es así que el plácido paseo por “El parque” con el que nos introduce en su mundo da paso a la turbia “Canción de la fuente”, circulando por los márgenes del pop independiente, enlazando imágenes al azar e hilando versos como piedras en “Víspera de San Esteban”. También dejando clara su rebeldía ante la dictadura de la tecnología y la cultura de la cancelación en escalofriantes letanías como “Maldito”, mostrándose impasible ante las exageraciones y escándalos de fácil alcance proporcionados por las redes y combativo ante el apocalipsis que anuncia el mundo virtual. Nada que no hayan predicado ya muchos antes y de forma similar, díganse las almas atribuladas de Mark Lanegan o Nick Cave, paralelas al exorcismo de “Síndrome de adivino”, que suena como el blues primigenio y clarividente de quien afirma: “Auguro tiempos oscuros, se acaba la euforia y la miel costará más que la cera” para inmediatamente después reafirmarse: “No necesito desvelar mis fuentes, uno de vosotros me traicionará”. Con profetas así, quién necesita mesías.
Escuchar un disco que bajo su apariencia hiriente recorre caminos subliminales apegados a la política y la justicia social es una experiencia exigente pero profundamente satisfactoria. Bravo Lahoz es un músico único, instalado en un estatus que disfruta de su marginalidad y la sitúa en la más absoluta independencia. Por no decir disidencia. Justo lo que necesitamos en los momentos en que la incertidumbre y el pesimismo han de ser convertidos en canción para aliviarnos de sus efectos. Contradictorio, sí, pero descarnadamente humano.
Escucha Bravo Lahoz – 2