Estar viendo películas en un festival -cuatro, cinco o seis por día- da la posibilidad de analizar, relacionarlas y encontrar puntos afines. Por ejemplo, El asesino, de David Fincher, y AGGRO DR1FT, de Harmony Korine, son producciones estadounidenses, ambas sobre precisamente asesinos, y la alemana La teoría del todo, de Tim Kroger, y La Bete (La bestia), del francés Bertrand Bonello, son películas europeas que tratan sobre realidades paralelas. O algo así.
O sea que sería más o menos así: si uno busca entretenimiento puro, va por las norteamericanas, y si tiene ganas de complicarse un poco, va por las europeas.
El asesino (The Killer, que Netflix estrenará el 10 de noviembre) es una película si se quiere pequeña, un thriller en el que Michael Fassbender está todo el tiempo en pantalla. Es el asesino del título, un tipo meticuloso que, tras un comienzo en el que monologa de lo lindo, pifia el disparo del sujeto al que debía eliminar desde una ventana en París.
Lo que seguirá lo llevará a distintas ciudades y países, desde Santo Domingo a Nueva Orleans, Florida y Chicago, cuando descubra que han atentado contra su pareja. Más importante que averiguar quién quiere que pague por lo que hizo, es seguir el derrotero de El asesino, que no tiene nombre, para vengar a su amada lastimada.
Fassbender luce casi siempre una suerte de piluso, y se repite una y otra vez que debe seguir estrictamente lo planeado, no improvisar sino anticipar, que no debe confiar en nadie. Bueno, no siempre las cosas le salen como le gustaría.
No vamos a revelar qué papel juega Tilda Swinton en el filme del director de Pecados capitales, que parece que su asociación con Netflix (desde House of Cards, pasando por la no renovada Mindhunter, y Mank) va más que con viento en popa. No es lo mejor del director de Perdida y La habitación del pánico. Entretiene, y punto.
“La simpatía era lo último que tenía en mente en relación con este personaje”, dijo Fincher en la conferencia de prensa. “No necesitaba dar miedo, es la banalidad del mal. Mi esperanza es que alguien que vea esta película y se ponga muy nervioso por la persona que está detrás suyo”.
Si el filme de Fincher es un ejercicio de estilo, el de Harmony Korine es un experimento. El problema de AGGRO DR1FT es que dura una hora y veinte minutos, y con solo 10 minutos alcanzaba. Y sobraba.
Es un filme inclasificable, en el que todas las imágenes fueron filmadas con la ayuda de lentes térmicas, que colorean las imágenes de acuerdo a la temperatura de los cuerpos y de los objetos. El director de Julien Donkey-Boy y Spring Breakers contó con el apoyo del colectivo EDGLRD, especializado en el desarrollo de tecnología experimental.
La historia en ínfima: el protagonista es un asesino (el catalán Jordi Mollá, pero lo sabemos porque leímos los créditos, porque casi no se lo reconoce), que termina luchando contra otro asesino (el rapero Travis Scott). Antes, se lo muestra en familia, y luego las muertes serán tremendas.
Qué extraño resulta escuchar a un personaje decirle a otro “Te amo”, que éste le responda que también, y el primero grite, pero como de terror.
No es más que una de las tantas extravagancias de La Bete (La bestia), la película de Bertrand Bonello, con Léa Seydoux, la parisina que los cineastas de todas las nacionalidades desean contratar. Aquí su protagonista se llama igual que la que tuvo con Woody Allen en Medianoche en París, Gabrielle.
La sinopsis indica que en un futuro cercano, por 2044, donde las emociones se han convertido en una amenaza, Gabrielle se anima a purificar su ADN mediante una máquina que “la sumergirá en sus vidas pasadas y la liberará de todos los sentimientos”. Así que la vemos en distintos momentos de su vida, pero siempre con la misma edad, y en diferentes años. Será concertista de piano, actriz y/o modelo, fabricará muñecas, dejará a su esposo por un joven (el inglés George MacKay, de 1917) y, lo que es peor, morirá de distintas formas.
Bonello, el director que suele ser bastante desaprensivo con sus protagonistas, de El pornógrafo, su opera prima, pasando por Saint Laurent, Nocturama y L’Apollonide, entrega una historia que no por la confusión aburre, sino por los diálogos irrelevantes. Hay imágenes impresionantes, y Seydoux -que para muchos es la madre del hijo de James Bond- está el 99% del tiempo en pantalla, sufriendo, imaginando, llorando y gritando.
La teoría del todo, de Tim Kroger, es otra de las películas en blanco y negro, que dura más de dos horas y que compite por el León de Oro. Y si el Jurado que preside Damien Chazelle, e integra nuestro compatriota Santiago Mitre, busca algo distinto, el filme alemán se los da.
Es una historia de misterio, con personajes que, como en el filme de Bonello, mueren pero a la vez están vivos. Es el año 1962, un congreso en un hotel en los Alpes (no, no es el mismo hotel que el de The Palace, de Roman Polanski que vimos ayer), una joven pianista que desaparece, y algo relacionado con el uranio en las montañas. Parece que hay túneles en las montañas, que llevan a “algo”, una entidad.
Mucho misterio, vueltas de tuerca, actuaciones llevadas al extremo del paroxismo: insistimos, si buscan algo distinto, aquí está.
Guillermo del Toro ayudó a Wiliam Friedkin
Era como un secreto de Estado. William Friedkin, el director de El exorcista que murió el 7 de agosto, necesitó un director de respaldo (tenía 87 años) para rodar The Caine Mutiny Court-Martial, que tuvo su premiere hoy en Venecia.
Fue la productora del telefilme de Paramount+, Annabelle Dunne, quien lo reveló en la conferencia de prensa en el Lido. “Es muy común, Hollywood es ‘edadista’”, dijo Dunne. Enterado de la situación, el director de Contacto en Francia se tomó un día, y la llamó. “OK, tengo al chico. Agarrá una lapicera: es Guillermo Del Toro”.
La respuesta del director de La forma del agua, que estaba promocionando su Pinocho, fue “Vendré al set todos los días y me sentaré a tu lado”.
La trama es sencilla y la realización un tanto chata, habrá que decirlo. Transcurre casi todo el tiempo en la sala de la corte de la Marina en la que se cuestiona el motín a un barco. Kiefer Sutherland es el comandante Queeg, a quien el teniente Maryk (Jake Lacy) releva del mando en medio de una tormenta.
Jason Clarke, que está estupendo en Oppenheimer como el abogado que acusa al protagonista, aquí repite el papel, ya que defiende a Maryk y ataca a Queeg. La película se basa en la obra de Herman Wouk, ganadora del Pulitzer, que ya fue adaptada por Edward Dmytryk con Humphrey Bogart, y en otra película de TV, dirigida por Robert Altman.
La proyección fue seguida con un fuerte aplauso, en memoria de Friedkin.