Ya no hay muchos como él. Y si me apuran, diría que Lee Fields es el último baluarte que permanece -en pie y en forma- de una larga estirpe de soul singers que empieza a principios de los 1960’s con Sam Cooke, Bobby Bland o, por supuesto, James Brown (con el que siempre, de manera algo reduccionista, se le compara); que continúa a mediados y finales de esa década con la explosión del género a manos de Arthur Conley, Etta James, Johnny Taylor u Otis Redding; y que finaliza con la última resurrección que protagonizaron Charles Bradley, Sharon Jones o el propio Lee, gracias a sellos como Daptone o Big Crown.
Y al contrario de lo que pasó con sus llorados “rivales”, Sharon y Charles, Lee Fields llega a nuestros días con unos pletóricos 73 años que ni por asomo le bajan de un escenario al que, no lo olvidemos, le costó mucho subir. El pequeño Lee se tiró muchos, muchos años pateando tugurios de noche mientras de día lidiaba con trabajos de mierda, así que su entusiasmo, ahora que su reputación como adalid de un género inmortal es bien sólida, jamás desfallecerá mientras le queden fuerzas.
Tal vez por eso sus ofrecimientos discográficos rara vez bajan del notable, como es el caso de Sentimental Fool (Daptone Records, 2022), el magnífico disco que viene a presentar en esta ocasión, cosa que, además, hará por todo lo alto, rodeado de su banda, los Expressions, parte de lo más granado de los músicos de rhythm and blues (blancos, claro está) de New York.
Y no crean, eso no es en absoluto frecuente. Lo normal en estas visitas de reputados cantantes afroamericanos es que se les asigne una competente backing band nacional de entre las ya existentes o fletada a tal efecto. Eso causa que muchas veces -con todos los respetos a los brillantes músicos que hay aquí- los shows no suenen todo lo fieles que sería deseable al material del artista en cuestión, o que la cosa, en cuanto a sinergia banda-cantante se refiere, ande algo desligada. Por eso me parecen dignas de gran pedorreta aquellas personas que se quejan de pagar 30 euros por algo de tanta calidad. Seguro que son las mismas que pagan 200 por ver a Chris Martin y sus Coldplay hacer el Mr. Wonderful durante dos horas y media desde un rincón recóndito de un estadio desde el que no se ve ni papa.
Pero, quejas de pejigueros aparte, la gente responde. Y por eso la sala 16 Toneladas de València colgaba a escasas horas del concierto el sold out para recibir al de North Carolina en la peor semana de agosto, la del puente de la Asunción y los mayores registros de calor del verano, que causan que la ciudad se vacíe. No importó: la gente vino desde donde tuviera que venir para presenciar uno de los grandes eventos del año si hablamos de música negra.
Y Lee no decepciona: con un poco de retraso respecto a las puntualísimas 22 h de comienzo de concierto, reiteradamente anunciadas por la organización, salía al escenario una poderosa banda de seis piezas que comenzó a desgranar la intro vacilona que sirve para que su guitarrista, a modo de maestro de ceremonias, anticipe la entrada triunfal de un Lee pletórico, con sonrisa oreja a oreja y movimiento funky de pelvis. Lo sabe a ciencia cierta: se debe a su público. Le ha costado muchos años llegar ahí, la gente debe saberlo. Es el puto amo. Y lo va a demostrar.
Arranca la noche con su ardiente “Don’t leave me this way” (o “Don’t ever leave me”, como también se la conoce), perteneciente al que probablemente sea su mejor disco, Emma Jean (Truth & Soul, 2014). Desde el primer momento se desgañita, preguntando a su público “are you happy?”. No necesita respuesta, lo sabe perfectamente. Algunos, hasta están demasiado happy. Pero da igual, él y sus músicos harán que todo se equilibre.
Suenan “You can count on me”, “I still got it” y la magnífica “Ladies”, en la que Lee aprovecha para bromear con el respetable, manifestando la envidia que le suscitan las acompañantes de algunos de los señoros en primera fila. Algo machirulo, sí, pero con gracia y salero. El poderoso uptempo de “Standing by your side” sube, si cabe, la temperatura un poco más. Ni el aire acondicionado a tope que la sala tuvo a bien proveer lo podía arreglar. El soul arde. Eso es así.
El repertorio es equilibrado. Combina piezas bailables y ese deep soul en el que nuestro protagonista se maneja tan bien. A veces parece Solomon Burke resucitado, otras alcanza la categoría divina de Al Green. Le toca el turno al nuevo álbum, producido junto a lo más potente de la escudería de la mítica Daptone Records. Canciones como la que le da título, “Sentimental fool”, “What did I do”, “Got to get through” o “Two jobs” (con divertido speech de temática conyugal incluido), que saben a gloria bendita, pero lo mejor está por llegar: “Forever”, la versión del godfather James Brown “Money is king” (con un solo espectacular a cargo del saxofonista que bien podría recordar las maniobras del legendario Bobby Byrd) y el himno “Faithful man”, descartada sorprendentemente en conciertos previos, cierran un ardiente set que sirve de preludio a la tormenta final.
Precedido por un brioso instrumental a cargo de unos cada vez más pletóricos Expressions, Lee desgrana la canción que le puso definitivamente en el mapa como referencia soul: “Honey dove” suena desesperada, ardiente, definitiva, como debe ser. De esta forma se cierra una actuación breve, de una hora y cuarto más o menos, pero de una intensidad sin límites que causa que este que escribe siga con la sonrisa puesta muchas horas después de su clausura. Y es que los grandes, cuando lo son de verdad, suelen tener ese efecto. Mucho mejor que las drogas, dónde va a parar.
(la foto de cabecera, como las del resto de la crónica, es obra de María Carbonell)