El pasado domingo las Noches del Botánico cerraban con broche de oro este ciclo de conciertos que viene realizándose con notable éxito en la capital desde tiempo ha. A destacar como siempre el ambiente y el entorno donde tocaba rendirse esta vez al intenso e íntimo universo musical de Damien Rice.
El irlandés había sido de los más tempranos artistas en colgar un sold out este año cuando se presentó la edición del cartel y es todavía para mí todo un fenómeno extraño el ninguneo que la crítica viene haciendo de su carrera –tampoco ayuda el hecho de que haya publicado tres discos en los últimos veinte años y que desde el último haga ya nueve largos años, cosas todas que nos la resbalan a su parroquia de fieles- contrapuesto a la fe militante por parte de la audiencia reflejada en unas canciones que nos enfrentar al espejo de uno mismo con una sinceridad y una confesionalidad desarmantes.
Se daba también con esta clausura dos circunstancias que no suelen prodigarse demasiado durante el ciclo: no habría artista telonero y, tanto en palco como en foso, todas las localidades serían asientos, algo que aseguraba preservar la esencia de la avalancha de emociones que se nos venía encima, como así fue.
Resulta del todo valiente como nuestro bardo se aventure siempre de una manera tan desnuda a defender un cancionero que, a pesar de su predominante tono acústico, cuenta con cientos de adornos, arreglos y sutiles abrigos en estudio para vestir esas canciones tan bonitas que sólo él sabe moldear.
Para esta ocasión, se hizo acompañar puntualmente de la artista brasileña Francisca Barreto al chelo y voces, facetas ambas en las que brilló con mesura y tino. Extraordinaria acústica de nuevo desde los jardines del Paraninfo y una actitud del público de diez en cuanto a silencio, respeto y agradecimiento.
Como suele ser habitual en estos conciertos, pese al tono “cortavenista” de nuestro héroe, es lógico que los comentarios para introducir los temas estén trufados de algún que otro comentario gracioso con el fin de aligerar la carga de amonal que llevan los mismas, algo que resulta del todo inevitable en según qué artistas y que, en este caso, tuvieron un protagonismo excesivo para quien les escribe en los primeros compases del show mientras ya sonaban clásicos como “Delicate” o “Volcano”. Afortunadamente, fue atenuándose este hecho, llegando a momentos de auténtica conexión ventricular, sobre todo el entramado que solidificó seguidas “Amie” con un outro de “Eskimo” y la maravillosa “Cannonball”.
En cuanto a repertorio, reinó como no podía ser de otra manera su clásico O (03) y, por mi parte, eché de menos mayor presencia del buenísimo My favorite faded fantasy (14), del que sólo sonó el tema titular.
El concierto fue ganando en calidez y cercanía una vez que Damien Rice animó a la audiencia a levantarse de sus asientos y acercarse al escenario, unido al dramatismo de un bis donde la complicidad entre ambos músicos combustionó en un auténtico estremecimiento mientras interpretaron “9 Crimes” y el apoteósico final con “The Blower’s daughter”.
Previamente, un pequeño imprevisto con el cello de Francisca, que requirió una rápida puesta a punto, había llevado al cantautor a improvisar una canción preguntándonos si queríamos escuchar una canción alegre, triste, furiosa, etc. Y, claro, ya se nos conoce, la elección declinó hacia una “sad and furious”, lo que devino en una cruda y vaciada catarsis al piano con “Rootless tree”, otro de los momentos álgidos de la velada.
No faltó tampoco el anuncio de, tras terminada su gira, la promesa de entrar en estudio a grabar nuevas canciones e incluso la defensa de un nuevo tema previamente.
Que nunca nos falten días como éste que, de puntillas, dejan su huella en nuestro transcurrir por este mundo tan ajeno como inevitable.
Fotos Damien Rice: Víctor Moreno (Noches del Botánico)