Quien tuvo, retuvo. O dicho de forma menos mundana y adecuada al ámbito que nos ocupa: quien estuvo enredado alguna vez en la experiencia que es coger una guitarra, componer unas canciones y tocarlas por ahí con colegas, tiene el gusano metido dentro. Y ya no hay marcha atrás: por mucho que lo quiera evitar, más tarde o más temprano, acabará saliendo.
Javier Calero formó y forma parte de aquella València que en los ochenta fue puro caos, creatividad, actitud mediterránea y espíritu underground. Una València que se niega hoy, todavía, a perder aquella esencia. Y es que no será lo mismo que en Madrid o Barcelona, pero todo lo sucedido en esta ciudad construida a orillas del río Túria merecería ser reivindicado como algo importante para el pop y rock español.
Los grupos de los que formó parte Calero en su día (Combo Potombo, Estilo gráfico) quizás no resuenen en los oídos de los foráneos, pero para los que vivieron en el mismo momento y lugar que él, su nombre es sinónimo de leyenda viva. Un nombre a situar, tal vez, junto al de otros míticos cantautores algo más conocidos como son Julio Bustamante oh Carlos Carrascosobre todo si tenemos en cuenta el profundo respeto que despierta el nombre de Calero tanto entre músicos de su generación, como de las más jóvenes.
De hecho, de eso, de generaciones jóvenes y no tan jóvenes, está este disco, que es el primero que hace jamás en solitario nuestro protagonista, lleno. De los de antes, Javier Baeza (Noviembre) se canta un par de temas y Pepe Cantó toca varios instrumentos y produce junto a Calero; de los de ahora, tenemos nada menos que al enorme vocalista de alma jamaicana que es Payoh Alma Rebelde prestando su negroide voz a “En la ciudad” o la magnífica “Las leyes de la conducta animal” y la cantante de origen polaco Karolina Driemel hace lo propio con la no menos estupenda “Noches de calor”.
Tanta colaboración vocal no es casualidad, lo de Calero ha sido siempre más la composición y la guitarra, no obstante su voz repleta de experiencias se escucha en gran parte de un disco que es como su alter-ego. Un disco que se diría que ha estado escribiendo toda la vida y que, como no podía ser de otra forma viniendo de quien viene, es puro Valencia. Sus noches calurosas, su fiesta, su mar, su ánimo siempre apacible, sus misterios y sus surrealismos, todo está aquí, en estas canciones.
Canciones a las que uno termina por hacerse adicto. Toda esa experiencia vital, a veces incluso con un punto näive, no deja de ser un reflejo de todos nosotros. No en vano lo dice en una de sus piezas centrales: “Tú y yo vamos a vivir una odisea espacial, tú y yo vamos a conquistar las galaxias”. Es una especie de invitación al oyente a unirse a él en este viaje que no deja resquicio a la impostura: se nota que cada nota, cada palabra, ha sido vivida y bien vivida.
Postales urbanas (“En el barrio”), mestizas invitaciones al baile (“Nuestro momento”, con voz de patty gatitoo “Me meto en los charcos”), junto a ensoñadoras postales mediterráneas (“En la playa”) configuran un conjunto tan sólido como la férrea reputación de un músico que llevaba aparentemente demasiado tiempo alejado de las tablas, pero cuya ópera prima como cantautor demuestra, una vez más, lo que decíamos al principio: que quien tuvo retuvo, que quien lleva el gusano dentro, debe sacarlo, y que ejercicios de madurez tan bien traídos como éste no sólo se escuchan con gran gusto, sino que son altamente necesarios para entender lo que fuimos, lo que somos, y lo que seremos.