Katy Perry cerraba la parte europea de su gira La gira de las vidas en Madrid con un espectáculo, literalmente, por todo lo alto. La batería de luces, efectos y coreografías que se le presumen a este tipo de eventos superó con creces cualquier exigencia visual, predominando lo efectista y lo impactante sobre otros planos como el musical que, a pesar de encuadrarse en un concierto, hace mucho que dejaron de ser imprescindibles.
La artista californiana salió del centro del escenario del Palacio de los Deportessuspendida entre cables y estrenando toda la parafernalia cibernética y de heroína de videojuegos que sería central en su propuesta conceptual de la noche. Rodeada de un ejército de bailarines de carácter biónico, el primer bloque de los que se compuso la noche propuso fue concretando con “ARTIFICIAL”, “Chained to the Rhythm”, “Teary Eyes” o “Dark Horse” una base con la que ir preparando a un público entusiasmado, pero entrando todavía en escena.
“Teenage Dream” y “Hot n Cold” sirvieron de revulsivo casi definitivo para un temprano estado de ánimo festivo y familiar, cercano, enmarcado un segundo bloque que proporcionó los primeros puntos reales de conexión. Por momentos, la coreografía se tornaba en decorado, guitarra más de atrezzo en mano, pero necesaria para la suerte de interacción que buscaba Katy Perry y que adornaba de manera más artística los habituales alegatos.

“Peacock” y “I Kissed a Girl” encajaron en ese relato y narrativa de verbo fácil, pero también permitieron seguir añadiendo acrobacias al asunto para centrar también ahí la atención y no en las superposiciones vocales sobre las canciones pregrabadas. Eso produjo por momentos la sensación de que la de Santa Bárbara participaba más como maestra de ceremonias de la fiesta que de una cantante en sentido estricto, aunque quizá no se trata de eso.
El espectáculo de un mundo futurista para Katy Perry
La estética futurista y de videojuego, o asimilación retroalimentada de un mundo de inteligencia artificial, separaba las distintas acciones. Katy Perry salió disparada de las entrañas del palacio para ser recogida y salvada por su grupo de bailarines antes de retornar al vuelo con “NIRVANA”. Una vez aterrizada, “I’m His, He’s Mine” y, especialmente, “Wide Awake” llegaron con un tono más propicio para el deleite de la artista, menos acompañada y más centrada en el uso de una voz alejada de los artificios y a favor de una naturalidad que sirvió como pausa mental.
Momento clave fue el de los fanstanto por lo especial para esa legión incondicional de seguidores de la que puede presumir la californiana, pero también por la ruptura excesiva del ritmo en un parón que, si bien fue necesario en lo físico, trastabilló una secuencia de entrega plena. Del falso aleatorio para la elección de la canción para la comunión saldría “By the Grace of God”, rechazada por parte del público que encontró en “Unconditionally” la posibilidad de resarcirse en el juego.

Con el elenco seleccionado personalmente de entre toda la masa sobre el infinito escenario, Katy Perry hizo caso al público para lanzarse con “La que se escapó”, la elegida -ya sí- por sus seguidores que, previamente, le habían regalado numerosos momentos, incluido una llamada al archipiélago canario para saludar a la madre de uno de los afortunados. De eso se trata, de hacer de la cercanía un arma versátil. Por momentos, “ALL THE LOVE” enfilaría el final de un nuevo bloque con algo más de intensidad musical.
Se había hablado mucho de la validez de las coreografías en la gira. Madrid no pareció tener ese problema, o no tan evidente. Por momentos, los bailarines transformaron el escenario en un teatro callejero de vanguardia, entre biónico y futurista, con una neblina que empapó “E.T.” antes de que surgiera la icónica heroína. Empuñando una barra de luz roja, Sidra de pera luchaba sabiéndose ganadora de la noche.
Daba igual -siempre dio igual- si, de nuevo, las voces pregrabadas tomaban la iniciativa, porque, al final, a pocos le importaban eso. Su espectáculo condena, al igual que muchos, la tradición hacia una evolución más de experiencia. Es como tomarse un café cortado en un bar de toda la vida o un café especial mezclado orgánico: si aprecias el envoltorio, pagarás más por ello, y eso es lo que la gente lícitamente busca, y más en un mundo donde lo visual y lo espectacular mandan sobre otras cuestiones.

Ahí está lo que ocurrió con “Part of Me”, muestra de esa incondicionalidad de cualquiera que estuviera en el recinto entregado a la causa hace ya más de hora y media. “Rise” propuso algo de escenario ambiental a través de los teclados de Danielle McGinley antes de adentrarse en terrenos más rockeros con la guitarra de Devon Eisenbargerambas figuras centrales del nutrido grupo de músicos y que Perry reconoció varias veces.
“Bandaids” despojó a la californiana de todo y se pudo volver a disfrutar de una voz sin edulcorantes ni anabolizantes, estrictamente una voz que acredita que no necesita de mucho más si se lo propusiera. Claro que no estamos ante ese tipo de recitales. El vuelo en mariposa mecánica sobre las cabezas de los miles de partisanos bien hubiera sido el epítome de todo, pero todavía quedaba hueco para un par de transiciones hasta esa esperada “Firework” que, como colofón, no pudo ser mejor en su mejor sentido de energía y correspondencia en ese todo que siempre bulló, incluso antes de empezar.
Fotos: Álvaro de Benito