Cuando se juega en casa se nota, y el sábado Las Migas lo hicieron en Sevilla, la ciudad que vio nacer a dos de sus componentes y que acuna al resto de ellas como si lo hubieran hecho también. El concierto que dieron el sábado en el Cartuja Center fue una ocasión para la memoria. Ocurrió a horas de volar a EEUU para los Latin Grammy, para los que están nominadas una vez más, tras haber ganado ya una vez y haber estado nominadas otras dos.
La entrada al escenario constó de un ritual solemne para rasgar el silencio con la voz de paula a cappella, acompañada de las palmas del resto y una percusión que se mantenía elegantemente en su lugar. Esto nos preparaba para lo que se avecinaba, que no era poco para digerir y sí mucho para disfrutar. Esta fecha formaba parte de la gira de presentación de su último disco, Flamencasal que definen como un trabajo en el que expresar cómo ellas ven el flamenco, haciendo un recorrido por algunos de sus palos de una manera más purista que en trabajos anteriores, sin perder, por supuesto, la esencia que las define.
Entre las canciones del último disco no faltaron algunos de sus himnos, como “Tangos de la Repompa” y un inesperado “Caricias de sal” (de sus inicios junto a Silvia Pérez Cruz), rescatado por Laura Pacios, la violinista, que nos dejó totalmente encandilados con su voz aterciopelada. ¿Su sueño? “Que los escenarios se llenen de mujeres en el mundo entero”. Las Migas no son solo musicazas (que lo son): ellas son de esas artistas que entienden que la cultura y el arte sirven para lanzar mensajes necesarios, con conciencia de causa, de clase, feminista y entendiendo el privilegio occidental de poder estar haciéndolo. Y es que la música y la cultura nacen para expresar ideas, pensamientos y emociones, para, de alguna manera, compartir todo aquello con quienes quieran escuchar.
La emoción estuvo toda la velada a flor de piel, y no solo entre el público, donde alguno que otro no era capaz de contener los gritos (confieso que esto me llegó a enturbiar una parte del concierto, ya que rompía con la solemnidad y profesionalidad de las artistas). Encima del escenario se podía observar cómo se limpiaban alguna lágrima en varias ocasiones. Uno de estos momentos nos llegó regalado de la mano de Mati Lópezque subió al escenario para compartir “La trinchera helada”, una rondeña de despedidas que nos puso los vellos como escarpias y el corazón en un puño.
Tampoco quedó atrás la otra invitada de la noche, Esperanza Fernández, que las acompañó en “Celos”, con una interpretación magnífica y muy bien encajada, que quedó muy cercana a la versión del disco, algo que no ocurre tan a menudo con los artistas invitados.
Me gusta pensar que un músico reconoce a otro músico, y en este caso no es que Marta, Alicia, Laura, Paula, Abril y Oriol sean buenos músicos: es que demuestran una y otra vez las horas de estudio, la práctica del instrumento y los ensayos en conjunto que hay detrás de cada concierto para conseguir un resultado tan pulcro, digno y complejo. Guitarras, violín, voz, contrabajo, percusiones y palmas: todos brillaron demostrando su talento inconmensurable. No solo en el directo, sino también en las propias canciones, cuya composición y producción corren a su cargo por completo desde que tomaron la valiente decisión de no contar con una gran discográfica.
El incansable trabajo y profesionalidad del cuarteto y agregados, junto a los juegos de luces durante todo el concierto y a los coreografiados cambios de posición, se sumaron a una ingeniería de sonido que hacía el empaque perfecto. Un concierto lleno de matices, talento y sensibilidad que me gustaría comparar a un buen abrazo a esa persona favorita.
Foto Las Migas: Rocío Cabello