
Por GASTON TARATUTA, CEO y fundador de Aleph
Hay un recurso inagotable que no depende ni de las condiciones climáticas, ni del precio del dólar, ni de los vaivenes internacionales y es el talento de los argentinos. Podemos llamarlo nuestra “soja digital”, pero en definitiva se trata de ese capital humano que, si lo potenciamos, podemos exportar al resto del mundo y convertirlo en uno de los recursos más sólidos para el desarrollo de nuestro país.
De todo lo que produce la Argentina, que supera los 600 mil millones de dólares, apenas el 15% se exporta. Y, en su mayoría, son productos vinculados al agro y la energía. Sin desconocer la importancia estratégica de estos sectores, lo cierto es que el país necesita diversificar su matriz de exportación, y la tendencia es clara e irreversible: cada año más transacciones, relaciones económicas y cadenas de valor migran hacia lo digital. Ante este escenario, si el campo fue el motor que empujó a la Argentina durante buena parte del siglo XX, la economía del conocimiento puede y debe ser el motor del siglo XXI.En 2024, las exportaciones de servicios basados en el conocimiento superaron los US$ 9.000 millones, lo que representa el 9,3% del total de ventas externas del país. Esta cifra representa un salto significativo respecto de hace una década, pero todavía insuficiente para una economía que, en pocos años, estará regida casi por completo por lo digital.
No hay duda de que la oportunidad es enorme, pero para aprovecharla hace falta algo que, aunque parezca sencillo en la teoría, representa grandes dificultades en la práctica: continuidad. Necesitamos políticas de Estado que trasciendan los ciclos de cuatro años, que no se limiten a agendas de gobierno, y que reconozcan que la economía del conocimiento no es una moda ni una promesa, sino la ventaja competitiva más poderosa que tiene la Argentina para progresar y recuperar su lugar como “granero del mundo”, ahora desde lo digital.
El gran cuello de botella es el talento. Hoy existe en Argentina una brecha entre la oferta y la demanda de profesionales en tecnología. La Cámara de la Industria Argentina del Software estima que cada año quedan entre 15.000 y 20.000 puestos sin cubrir por falta de perfiles calificados. Esta es la verdadera frontera que debemos cruzar.
La respuesta no es coyuntural, es estructural: necesitamos un sistema educativo que forme desde la primaria en habilidades digitales. Los países que apostaron a esa estrategia, hoy exportan miles de millones de dólares en servicios digitales, generan empleo de calidad y construyen ventajas competitivas basadas en la economía del conocimiento y la formación de sus ciudadanos.
Irlanda, por ejemplo, destaca por su fuerte apuesta por incluir la tecnología en las aulas, y hoy el 73% de las exportaciones de servicios corresponden a servicios TIC. Estonia, con apenas 1,3 millones de habitantes, lleva más de 20 años integrando la alfabetización digital en las escuelas, y hoy es referente en gobierno electrónico y servicios digitales. Israel, conocido como la “Start-Up Nation”, destina una porción relevante de su PBI a investigación y desarrollo, y ya cuenta con más empresas en el Nasdaq que la mayoría de las potencias europeas.
Sin embargo, la formación no puede limitarse a las habilidades técnicas. El riesgo, o mejor dicho, el espíritu de emprender, es una fuerza inagotable de oportunidad. Nuestros centros educativos deberían fomentar esta práctica, enseñándonos que el riesgo calculado no es un obstáculo, sino un motor para la búsqueda de oportunidades. Y esto implica incorporar el fracaso, hoy tan poco aceptado tanto en la educación como en la sociedad.
Adam Smith, en La riqueza de las naciones, planteó las tres “PPP”: Personas, Propiedad y Promesas. Estos son los pilares del pacto social y la base para el funcionamiento de cualquier sociedad en desarrollo. El talento (personas), la generación de riqueza (propiedad) y, sobre todo, las promesas que hacemos al mercado, son los cimientos del emprendimiento.
Mercado Libre, Globant, Ualá, Despegar y Aleph, la empresa que fundé en 2005, son pruebas de que, cuando los recursos están a disposición, los argentinos tienen la capacidad y el empuje para alcanzar el éxito. No es casualidad que estas compañías, nacidas en nuestro país, compitan de par en par en el escenario global, y que el mundo reconozca su calidad y valor agregado.
La diferencia entre crecer unos años o lograr asentar bases sólidas está en la visión de largo plazo. En una charla con un dirigente político le pregunté cómo podía aportar a una Argentina mejor. Su respuesta fue simple: “Ayúdenme con el cambio cultural”. Esto me hizo pensar, ¿qué pasaría si los emprendedores compartieran un 10% de las ganancias con sus empleados? El trabajador dejaría de ser solo un engranaje para convertirse en socio del proyecto, sin asumir las pérdidas, con un incentivo real para entregar calidad y cumplir tiempos. Ese extra podría destinarlo a lo que él elija: un seguro, vacaciones o mejorar su vida cotidiana. Compartir no es perder: es crear valor, motivar y empoderar.
Este año, Clarín cumple 80 años y Aleph 20. Dos historias distintas, pero unidas por una misma convicción: que la información es un recurso estratégico. Clarín lo demostró durante ocho décadas desde el periodismo. Aleph lo hace desde hace dos décadas conectando plataformas, marcas y consumidores en más de 150 mercados.
La clave está en sostener y multiplicar esos casos. Oportunidades de desarrollo profesional y políticas de formación continua se traducen en empresas más sólidas, que generan empleo y desarrollo económico. Más claro echale agua: educar talento no es un gasto, es la inversión más rentable que podemos hacer como país. Porque cada joven argentino que adquiere una habilidad digital, ya sea en programación, marketing, diseño de videojuegos o energías renovables, es una contribución a nuestra nueva soja digital. Desde Aleph, por ejemplo, impulsamos este cambio a través de nuestra plataforma educativa, Digital Ad Expert, con la que ya certificamos a más de 190.000 estudiantes en 135 países en competencias digitales.
“La información es poder”, solemos decir. Y no solo porque nos permite conocer mejor el mundo que habitamos, sino porque habilita la conexión: con personas, con ideas y con oportunidades que antes parecían inalcanzables. Y justamente de eso se trata la economía del conocimiento: transformar ideas en información, que se multiplica a través del aprendizaje, y genera valor económico y social. Es la oportunidad concreta de salir de los ciclos de crisis y apostar por un modelo que premie la innovación y el esfuerzo. Si logramos entenderlo, nosotros también como país podremos sumar décadas de desarrollo.