
Por RAQUEL CHAN, investigadora principal Conicet
Los científicos somos durante toda la vida como esos niños que preguntan ¿por qué? Y ¿por qué? Muchas veces hasta cansar a sus mayores. La diferencia con esos niños eternos es que no hay un adulto que responda. En cambio, existen muchos predecesores que aportaron conocimientos que nos permiten plantear hipótesis, probarlas, corroborarlas o refutarlas y con suerte, aportar otro grano de arena al conocimiento. Es por eso que, cuando se abre el Google académico, aparece el lema “a hombros de gigantes”. El conocimiento se apoya sobre otros conocimientos que muchas veces fueron considerados “inútiles” y sin embargo alimentaron otros que después se consideran “útiles”. Un ejemplo claro es el de Newton enunciando la ley de la gravedad al ver caer la manzana sobre su cabeza (“inútil”) que permite que un avión vuele superando esa fuerza gravitacional (“útil”).
La Ciencia es muy amplia y abarca muchas disciplinas. Según la Real Academia Española, es el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente. Suena complicado, y sin embargo, de alguna forma ese conjunto de conocimientos está continuamente en nuestra vida cotidiana.
Los ejemplos simples de comprender son los celulares, la televisión, los medicamentos, las vacunas, los análisis bioquímicos, los autos, los aviones, los colectivos, los alimentos, el agua potable que sale al abrir una canilla y la lista sigue y es muy muy larga. Todos esos “inventos” no estaban ni están en la naturaleza y requirieron para su desarrollo de conocimientos matemáticos, físicos, químicos, biológicos, sociales y demás. Sin ellos, viviríamos como lo hacían nuestros ancestros en las cavernas y tendríamos una esperanza de vida de 30 años.
Vayamos a nuestros alimentos diarios. Lavarlos y cocinarlos evita que nos infectemos y enfermemos por microorganismos presentes en todos lados. Hoy sabemos de qué están compuestos, cuáles hacen bien y por qué, cuáles hacen mal y por qué, cuáles hay que comer con moderación, cuáles en ciertas circunstancias, cuáles evitar. Todo ese conocimiento requiere de ciencia, de saber la composición de cada alimento, de saber cómo los digiere nuestro cuerpo, cuáles elementos no podemos sintetizar, y muchas cosas más.
Seguimos con los alimentos y consideremos que para el 2050 se calcula una población mundial de 9000 millones de personas. La esperanza de vida viene aumentando en forma continua y ahí surge un problema que resolvía la naturaleza o las guerras: hay más gente que quiere comer, consumir energía y nuestro planeta tierra tiene una superficie cultivable limitada y más preocupante aún, agua apta para cultivo también limitada. En este escenario, hay que producir más alimentos y evitar guerras que se desatarían por ellos.
Cuatro cultivos, maíz, soja, trigo y arroz, son los que generan la mayor parte de la alimentación de humanos y otros animales. La falta de agua, y no el exceso a pesar de la frecuencia de eventos catastróficos, es el motivo primario de la pérdida del 50 % de la producción en todo el mundo. Difícil de combatir y eventos más frecuentes con el cambio climático en los que las sequías se combinan con temperaturas extremas, hacen de este problema el más importante de la producción agropecuaria.
¿Por qué el agua? Porque no hay ser vivo que pueda vivir sin ella y compone entre el 70 y el 80% de la masa de un ser vivo. Las plantas no escapan a las generales de la ley y requieren agua para crecer, multiplicarse, dar frutos y semillas. Eso no se puede cambiar, ya que esa es la naturaleza, estamos compuestos esencialmente de agua.
Es verdad que hay plantas que toleran mejor que otras la falta de agua o lo hacen por períodos más extensos. Los casos extremos son los cactus y otras que viven en el desierto. ¿Viven sin agua? La respuesta es no, sólo que no pierden la que acumulan, casi no transpiran. El problema es que tampoco son comestibles. Entonces tenemos que mirar las plantas que sí se pueden comer y dentro de ese mundo, aquellas que toleren mejor la falta de agua o lo hagan por períodos prolongados.
Ahí entramos de nuevo los científicos preguntando cómo conseguir cultivos que requieran menos agua y que la usen más eficientemente que los actuales. Hay que estudiar por qué hacen eso, por qué pueden sobrevivir más tiempo para poder darles ese “don” a las que no lo tienen. Así surgió HB4, un gen de girasol (una planta bastante resiliente) que se introdujo en maíz, trigo y soja convirtiéndolas en más tolerantes a sequía. Esto se hizo en un laboratorio del sistema público de Ciencia y fue financiado por el CONICET. Pero no alcanzaba con generar esos cultivos tolerantes a sequía y altas temperaturas. Había que llevar el desarrollo de laboratorio a sistemas de campo abierto y demostrar que la tecnología se sostenía en distintos ambientes que presentan una combinación de suelos, climas, regímenes pluviométricos.
No podíamos hacerlo solos, no teníamos los medios ni el conocimiento necesario, mucho menos el requerido para llevar nuestro desarrollo al mercado. Nos asociamos a través de nuestras Instituciones con una empresa en sus primeras etapas de crecimiento, Bioceres. La asociación fue virtuosa pero no sencilla. Requirió de convenios, abogados, y sobre todo de aprender a hablar un idioma en común. Sí, todos hablamos castellano pero tenemos motivaciones distintas y eso hace que pensemos y hablemos diferente. Lo logramos, no en un día ni en cinco, llevó tiempo, pero lo logramos. El trigo HB4 está en el mercado, Bioceres cotiza en la bolsa de Nueva York y sí, sorteamos y seguiremos sorteando mil dificultades pero también perseveraremos en nuestro espíritu de hace la mejor ciencia posible y tratar de llevar nuestros resultados a productos que solucionen problemas existentes y mejoren la vida de las personas.
¿Alcanza? ¿Ya se resolvió el problema de la alimentación de la población del mundo? Ciertamente, NO. Hace falta mucha más ciencia, mucho más estudio, para poder mejorar los cultivos para que pierdan menos cuando vienen las sequías. Seguiremos trabajando mientras nos lo permitan y esperamos seguir siendo actores positivos de nuestra sociedad. Tener conocimientos propios, personas preparadas y empresas innovadoras nos hace soberanos.