Arranca “Trinidad” y de repente algo te pone en alerta. Se me ocurren adjetivos como sexi, destartalado, colérico, majara. Parece un tema salido de aquel Bestia brillante de Capitán Beefheart y The Magic Band. Ojo, porque estamos hablando de un referente muy elevado, y se tiene que tener mucho morro para deambular por esos derroteros sin caer en el pastiche inocuo. Los Gansos tienen ese algo.
Quien esto firma conoció al grupo a raíz del primer disco en solitario de su compositor y cantante Cameron Winter del año pasado bajo el título de Metal pesado. Este era un trabajo en el que se daban cita influencias tan variadas como el soft rock a lo Acérrima ylos ambientes campestres de Van Morrison o el rock cabaretero al estilo de Tomás Murga. La voz de Invierno parecía que arrastraba las sílabas como un Bob Dylan abstemio y sin broncodilatadores.
Un debut que fue acogido por la crítica con muchos parabienes, aunque ya el joven de Brooklyn venía de grabar un par de discos con su banda Gansos. La formación la componen unos amigos de colegio, los cuales todavía estaban en las postrimerías de sus respectivas adolescencias cuando se liaron la manta a la cabeza. Su debut con Proyector (2021) plantea una narrativa no especialmente novedosa de postpunk con un Cameron Winter declamando con impetuosidad púber, y luego llegaría País 3d (2023) en el que tiraban por las ciénagas pantanosas herederas del rock de Led Zeppelin, el roca matemática y las esencias más clásicas del country.
Su gran salto cualitativo viene de la mano de Ser asesinado (Registros partidistas/ Juega de nuevo Sam2025), con el que redondean su habilidad para el arte del sincretismo, ligando un discurso que promete más de una alegría (en el futuro) alejándose del lugar común de sus antecesores. El trabajo depara momentos espléndidos y esa sensación de que cualquier imprevisto puede ocurrir.
“Cobra” tiene acento sureño a lo Calor enlatado y la voluptuosidad instrumental deja al oyente a la espera de más de un sobresalto. El trote moroso de “Husbands” nos descubre a un cantante con una potente tesitura en un pentagrama que se alía con el Neil Young setentero, mientras que la canción que da título al disco es un despiporre de rock alto voltaje y gran plasticidad que pretende jugar en la misma liga con unos Los Rolling Stones en plan tribales.
El rock oblicuo de “100 Horses” vuelve a poner el foco en Don Glen Vliety si a eso le sumamos aires garage y ganas de incordiar, tenemos la receta para muchos males. El acento metronómico cimbrea en la palpitante “Bow Down”, algo así como un blues deformado. La sombra de El terciopelo subterráneo en “en la tierra de la cocaína” confesó el Randy Newmany el suelo se agrieta con las percusiones de “Taxes” que, a bien seguro, se les habrá ocurrido despues de escuchar algún disco de Tom espera.
Geos de Escucha – Ser asesinado
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