Son muchas las cualidades de la música de Gran ladrón a un nivel meramente técnico, pero cada vez se afianza en mí (una apreciación absolutamente subjetiva) la idea de que el combo de Brooklyn tiene el privilegio de abordar cuestiones que interpelan al oyente, y que nos lleva por derroteros alejados del método y más cercano al para sentir. La banda liderada por Enlaces de Adrianne te arropa y te acaricia en cada acorde; son sonidos que recrean una nueva no-realidad en la que uno se siente en paz consigo mismo y con tus congéneres; son canciones que parecen ríos de agua cristalina atravesados por los rayos de sol en una mañana fría, es el ruido del agua chocando contra las rocas, es una voz amiga que te desvela un secreto que jamás te confesó, son los ecos de un pasado que te visitan, y sientes que tu piel se eriza cuando un recuerdo sobrevuela tu mente, es el tacto de piel ajada de una voz sabia que te explica que este mundo es feo pero vale la pena estar, sí, ser.
Ahora reducidos a trío tras la marcha del bajista Max Oleartchiken este Doble infinito (4ad2025) han elegido Nueva York como el centro de operaciones para grabar unas canciones que se instalan en tu conciencia como si fueran letanías o mantras. Canciones que fluyen, se escurren, parecen que van a salir en fuga, o que se van a retorcer en un estado de zigzagueo inesperado. Diría que Gran ladrón más que una banda de rock son un estado de ánimo, y cada nueva entrega parece que den vueltas sobre un mismo eje y sobre la misma canción, aunque si estás atento vas encontrando pequeños giros de guión que de nuevo te ponen en alerta.
Abren este disco soberbio con “Incomprehensible” y ya uno es preso de esa espiral de sonidos que son un sortilegio, como transportados de otro lugar y de otro espacio temporal que es complicado explicar: ¿es hauntología? ¿es jipismo ilustrado? ¿es improvisación? Da igual porque es maravilloso. La aportación de Laraaji en el disco es fundamental para abrir una insondable grieta por donde se filtran estos sonidos sostenidos por una instrumentación que, por momentos, parecen que estén practicando un suave kraut (“Words”) hipersensorial. La voz de Campo de golf cada vez es más poderosa. En “Los Angeles” canta aferrándose como una tabla de salvación a cada verso, y es que te desarma cuando canta “El cuadro de imágenes está lleno /y nos estamos besando en un puñal de fragmentos, cayendo /los arrojo y los veo golpear al suelo como nieve /dimensión amputada de la imagen física /de fusión sin sonido …”. Ecos a Emmylou Harris y parece como si toda la angustia se concentrara en cada sílaba que se disputan el ser dichas.
Solo la realidad es tal si es nombrada. Espectros de una Linda Ronstadt imaginaria danzando alrededor de una hoguera al son de la magistral “All Night All Day”, el lento devenir de “Double Infinity” con una Campo de golf que se crece y entona con fuerza, y nos cuenta sobre la soledad a través de metáforas cristianas; una guitarra pespuntea a lo La cura en “No Fear”, y las percusiones te retrotraen a músicas en donde la repetición de patrones crea una sensación cinética, al igual que la siguiente “Grandmother” con la voz de fondo de Laraaji; “Happy With You” es un grito de felicidad, de no cuestionarse continuamente cada uno de los sentimientos, y se cierra el disco con “How Could I Have Known” que es como ver actuar a una banda de música y es una plegaria por todo aquello que se pierde por el camino, pero la memoria nos trae esas imágenes, y no se puede explicar el por qué.
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