Un año más, el Canela Party se erige como un festival de idiosincrasia única y original poniendo la guinda perfecta a la temporada estival de festivales en Andalucía, aunando un excelente cartel con nombres difíciles de ver en nuestra geografía (y ya no digamos en el sur de España) con un ambiente inmejorable caracterizado por el respeto y la sana convivencia.
Poder seguir organizando un evento de estas características durante cuatro días, sin respaldo de ninguna marca ni atrezos comerciales de ningún tipo ni ayudas públicas, parece casi un milagro. Año tras año hasta sumar diecisiete hasta ahora, se ha ido consolidando como una reunión de amigos con la excusa de poder ver a grupos y artistas que rompen con la dinámica muchas veces repetitivas de tantos y tantos line-ups a lo largo y ancho del país. Todo ello, sumando una selección de sesiones de dj’s alternando bandas como Me And The Bees o Fin Del Mundo, con habituales de las salas como Mediocre dj u organizadores de festivales amigos como Centolo Weekender o Prestoso Fest.
Esto sin olvidar los tiempos tan convulsos que nos ha tocado vivir, y que desde el mundo de la cultura no pasan en absoluto desapercibidos, con una destacable implicación de la organización y de los grupos a la hora de denunciar las atrocidades sufridas por la población palestina ante la impasible mirada del resto del mundo.
A continuación te ofrecemos un recorrido por lo vivido en cuatro nuevos días a sumar en el legado de un festival cuya personalidad trasciende lo meramente musical.
Miércoles 20 de agosto
La jornada de apertura del Canela Party siempre ha resultado una experiencia abierta a las familias, con atracciones para los más pequeños, quienes no dudan en acudir disfrazados en muchos casos. En esta ocasión fueron los locales Serpiente Orión los encargados de lanzar los primeros acordes al cielo de Torremolinos, con su rock de ramalazos metaleros y su contundente maquinaria perfectamente engrasada. Desde los primeros compases, se atisba ese carácter único y especial que tiene el festival, huyendo de los formatos masivos, cuidando la comodidad de los asistentes (hasta 19000 en la presente edición) y dejando en general una sensación de que esto va mucho más allá de la música (que ya de por sí, atesora motivos más que sobrados para asistir sin pensarlo). La Milagrosa han llamado la atención de prensa y público con su debut, el inspirado Ya No Me Duele Mal (BMG, 2025). Su pop melódico de tintes oscuros suena sugerente en disco y funciona solvente en directo, perdiendo quizás matices pero ganando en pegada, como corroboró el calambre epatante de “Tripitir”, la rotunda “Anestesiado” o “Me Paso Por Tu Zona”.
Con el punk combativo de los belgas María Iskariot llegaron los primeros pogos de la jornada. El combo, que pronto debutará en largo de la mano del sello nacional Montgrí, cosechó un destacado triunfo entre los asistentes con su actitud combativa y su rock apocalíptico. Y es que la figura imponente de su líder, Helena Cazaerck, levantó pasiones y admiración en unas almas sedientas de incitaciones al baile y al descontrol. Sencillos como “Leugenaar”, llamadas a la acción hechas canción, están hechos para brillar en directo. Y vaya si lo hicieron. La naturaleza ecléctica del Canela sobrevuela cada rincón de la confección de su cartel.
Así pasamos del espasmo punk a la conmoción post-rock de la mano de Palmeras Negras, recreando pasajes entre bosques oscuros y simbología marcada por el misterio y el escapismo, para acabar de dar el volantazo a la primera de las noches con el pop costumbrista pero nada acomodado de Kokoshca. Los navarros regresaron en el pasado ejercicio con el exultante La Juventud (Sonido Muchacho, 2024), del que dieron buena cuenta en un set vigoroso y agitado que arrancó con el tema que da título al disco, y que también contó con paradas en su reluciente pasado (“Futuro”, “La Fuerza” o “Chubi Chubi”) y, cómo no, en ese disco post-pandemia que personalmente tanto quemé en su momento, el notable álbum homónimo que lanzaron en 2021. Una tras otra, dianas infalibles del calibre de “Asia (Canción Para Iñaki Ochoa de Olza)”, “Te Sigo Esperando”, “Regresando A La Ciudad” o esa delirante radiografía de nuestro panorama socio-político que es “Himno De España”, sacudieron cuerpos y conciencias antes de despedirse entre bucles de distorsión con esa “Sácame A Bailar” de tintes nostálgicos, a caballo Chromatics y Family.
Jueves 21 de agosto
Tras las buenas sensaciones dejadas por la jornada inaugural, la segunda jornada se sobrepuso a la dolorosa baja de última hora de Maruja y conllevó la activación del Escenario Jarl, atrayendo a su vez a un ya más que apreciable número de asistentes, que fueron asomándose al bedroom pop de Casero, el proyecto de Gabriela Casero tras formar parte de la banda Solo Astra. Sus canciones atrapan con esa cautivadora mezcla de melodías sedosas y letras amargas sobre conflictos emocionales y vitales. La angustia vital del grunge y la rabia visceral del rock con mayúsculas se cuelan entre las incendiarias descargas de Mourn. Sonido atronador y actitud a raudales para un excelente pase de la formación catalana, quienes ya van atesorando una madurez admirablemente llevada pese a su juventud, a base de patearse los escenarios dentro y fuera de nuestras fronteras. Sus dos últimas canciones (“Alegre y Jovial” y “Verduras y Sentimientos”) les acercan a una línea más melódica coincidiendo con el cambio de idioma, abriendo nuevas puertas a una trayectoria siempre interesante.
La sudafricana afincada en Melbourne Ecca Vandal llegaba como un importante reclamo dentro de la programación del jueves, con su alucinógena amalgama de estilos. En su batidora musical caben miradas al cyberpunk, el rock de estadio, el rap o el hip-hop. Y lo cierto es que, pese a algunos problemas de sonido hacia el final de su concierto, no defraudó con su formato trío en un set arrasador en su puesta en escena y en su alcance, con trallazos de la altura de “Came Here For The Loot” o “Bleed But Never Die” o sedodas progresiones como las de “Then There´s One”. No obstante se está convirtiendo en una gran apuesta por parte de festivales de todo el mundo. Ese radar incansable que permite al Canela detectar valores que suelen escaparse al grueso de festivales, con un ojo demasiado puesto en el mainstream, le sigue distinguiendo como una cantera de grandes descubrimientos dentro del circuito de festivales patrios.
Lambrini Girls la han liado con mayúsculas con ese incendiario artefacto que es su álbum de debut Who Let The Dogs Out (City Slang, 2025). Y en directo no se andan con rodeos: riffs que venden su alma al diablo, recitados invocando a lo más granado del infierno y un despliegue imparable de mala baba que deja la etiqueta riot grrrl a la altura del betún. Lo suyo fue un festín de guitarrazos sudorosos y ritmos lascivos irresistibles como los de “Big Dick Energy” o los del brutal single “Company Culture”. Abrasadoras y necesarias.
El dúo de Belfast Bob Vylan ha sido recientemente cancelado en USA por su activismo político, enfrentándose a una investigación criminal por sus cánticos contra el ejército de Israel en el festival de Glastonbury. Lejos de achantarse, dejaron bien claro en su apabullante set en el Canela que van a seguir autoeditándose y esquivando las trampas del sistema para poder llevar su discurso allá donde les llamen, interpelando al personal y rechazando la rendición. Y lo cierto es que su mezcla de rap, punk-rock y música urbana, supuso una auténtica bofetada en los cimientos de un espacio convertido en una olla a presión zarandeada al ritmo de la épica de “Dream Big”, “He´s A Man” o “We Live Here”.
Por su parte, Biznaga mantuvieron la energía reivindicativa de la noche a través de su robusto cancionero, ese que bascula entre los problemas de la vivienda y la degradación progresiva de las ciudades. El suyo es un directo sin fisuras que se hace grande a medida que la onda expansiva de “Madrid Nos Pertenece”, “Una Ciudad Cualquiera”, “Benzodiazepinas” o “El Futuro Sobre Plano” se cuela entre los poros de tantas almas cansadas de vender su alma a quien dirige nuestros designios para poder sobrevivir malviviendo. En plena forma y sin síntomas de flaqueza.
La apuesta nacional extendió su llama con los estimulantes Sal Del Coche, quienes se descolgaron en Ciudad De Polvo (Humo Internacional, 2024) con un afilado muestrario de ritmos combativos y sutileza instrumental que añadía elementos de la no-wave a su esencia post punk. “Año 2000” o la titular “Ciudad De Polvo” sacuden conciencias con insolente facilidad al tiempo que esconden detalles sonoros sorprendentes y adictivos. Muy a tener en cuenta.
Teresa Iñesta es ya casi una fija en la plantilla del Canela Party, como confesó en el inicio del pase de Aiko Del Grupo. Su repetida presencia en diferentes pieles la ha convertido en una asidua del pitote malagueño. Esta vez ejerció de maestra de ceremonias en el espídico recorrido de la banda afincada en Madrid por los sube y baja emocionales de su notable repertorio. Sin tiempo para pestañear se fueron sucediendo las paradas en bombas de relojería melódica como la reciente “Soy Una Fracasada Estúpida” o el himno “A Mí Ya Me Iba Mal De Antes” antes de que Somos La Herencia pusieran el broche a la segunda jornada tiñendo de post-punk siniestro la explanada de Torremolinos con su retorcida e hipnótica propuesta.
Viernes 22 de agosto
Una agradecida brisa acompañada de una leve bajada de temperaturas configuró un contexto inmejorable en el paseo por las atmósferas shoegaze que tan bien manejan los madrileños Bum Motion Club. Las texturas envolventes de sus canciones van dibujando claroscuros de seductora fragilidad que se concretan en canciones tan valiosas como “La Muerte Del Mañana”, “Abismo” o la reciente “Paseo De Vuelta”. Ejecución vibrante huyendo del ensimismamiento, victoriosa en su hábil pericia para levantar catedrales de sonido con cimientos sólidos y creíbles.
La vuelta de los catalanes Maple, exponentes de la inagotable factoría BCore, a los escenarios, fue recibida como una excelente noticia para los amantes de su sonido de raíces anglosajonas y gusto por los estribillos nada complacientes. Escuchando sus delicadas progresiones, entre la quebradiza estampa emo de Fugazi o Sunny Day Real Estate y la rabia (in)contenida de los también catalanes Fromheadtotoe, era imposible evitar recordar con nostalgia a la portentosa vocalista de estos últimos, Raquel Pascual, a través de la sentida interpretación de Laura, cuya voz emociona y proyecta esperanza a partes iguales. Fue un concierto tremendamente especial, de esos que el Canela tan atinadamente sabe propiciar. Un sentido encuentro con épocas doradas en las que escribieron su propia historia a base de buenas canciones, las del excelente The Daily Charm (BCore, 2003), seguramente infravaloradas. Emocore en el sentido más auténtico del término.
Había muchas ganas de ver cómo se las ingeniaban los canadienses Ducks Ltd. para trasladar al directo su radiante encuentro entre guitarras vigorosas y líneas vocales irresistiblemente pegadizas. Y desde luego que su puesta al día de la fórmula que en su momento tan bien desarrollaron Go-Betweens, The Wedding Present, The Feelies o Beat Happening, no tan lejana de The Smiths o The Housemartins por momentos, funcionó pletórica con sus contados elementos empastados sin necesidad de filigranas o adornos artificiales. Tan solo (como si fuera poco) canciones de poso atemporal movidas por un jangle-pop ágil y luminoso, que dibujan puestas de sol en las que quedarse a vivir como “Train Full Of Gasoline”, “18 Cigarettes” o “Under The Rolling Moon”. Así, una tras otra, sin apenas descanso, haciéndonos desear que se congelara el tiempo. La felicidad hecha acordes y estribillos capaces de hacer parecer fácil lo difícil. Una de esas pequeñas grandes bandas que deberían vender discos como rosquillas en un mundo ideal.
Tras la cancelación del año pasado por enfermedad, había muchas ganas de asistir a la descarga de rock crujiente con un atractivo halo de misterio que rodea a Bar Italia. La joven banda londinense formada apenas en 2020 atesora una jugosa producción musical en apenas cinco años, caracterizada por carecer de entregas menores. Se mostraron algo esquivos y tuvieron que lidiar con algunos problemas de sonido que parecían impedirles entrar en calor. Pero fue entonar el blues pantanoso de “My Kiss Era” y Nina Cristante encendió el Escenario Jarl con sus contoneos serpenteantes y su hipnótico magnetismo, disfrazándose de PJ Harvey por unos momentos. A su lado no tenía a Nick Cave, sino más bien una reencarnación de Thurston Moore, al que Jezmi Tarik Fehmi remite con su tono protagonista la mayoría de las veces. En la otra esquina, Sam Fenton también acapara voces y guitarras configurando un frente de presencia imponente. Los hirientes pellizcos de “My Little Tony”, “World’s Greatest Emoter” o los adelantos de su esperado nuevo álbum a editar en octubre, “Cowbella” y “Fundraiser”, mordieron con su trote atropellado y urgente mientras que “Jelsy” o “Twist” maceraron el ambiente con su aire cinematográfico y seductor. Las diferentes caras de Bar Italia los muestran como un volcán en incesante erupción, convirtiéndolos en una de las bandas más excitantes del panorama del rock independiente actual. Tras ellos, Amenra desplegaron su post-metal (por ceñirnos a una etiqueta, aunque podrían ser cientos de ellas) subrayando la versatilidad del cartel para acercar a uno de los grandes espadas del género a la multitud de fans que los recibieron en éxtasis. Apabullantes en su muestrario de melodías graníticas, no se guardaron ni una gota de entrega dejando a sus fieles plenamente satisfechos y provocando grietas de emoción en sus entregados corazones.
A continuación, uno de los platos fuertes del cartel de este año, Blonde Redhead, no defraudaron con un set hipnótico en el que el trío se desenvolvió con absoluta maestría para ir tejiendo sus características piezas de orfebrería musical que se balancean equidistantes entre el shoegaze, el dream pop y el rock atmosférico. Lo suyo fue casi una hora de sublimación de esas melodías circulares que van cercando los receptores sensoriales del oyente hasta cautivarlo entre brumas de teclados, guitarras y percusiones celestiales. Del latido imperecedero de “Spring And By Summer Fall” o “23” a las sinuosas curvas de “Falling Man”, “Dr. Strangeluv” o “Snowman”, el eco que dejaron la estela fascinante de la enigmática Kazu Makino y los gemelos Simone y Amedeo Pace, resonará a buen seguro y durante mucho tiempo en las memorias de los asistentes a una sublime catarata de ritmos nocturnos y etéreos que fueron capaces de recrear la intimidad y el recogimiento provocando lo más parecido al silencio reverencial que se puede conseguir en situaciones así.
La gira del vigésimo quinto aniversario del Something To Write About (Vagrant Records/Heros & Villains Records, 1999), el icónico álbum que catapultó a The Get Up Kids a un éxito probablemente inesperado por ellos mismos, hizo parada en Torremolinos para deleite de un buen puñado de nostálgicos que los recibió como agua de mayo. Aquel disco mezcló con tino el sonido del rock clásico americano con cierta vertiente emo-pop que tan en boga estaba por aquellos días. En el cambio de siglo brillaban bandas como Jimmy Eat World, Goo Goo Dolls, o los propios Get Up Kids, acaparando flashes con sus ritmos accesibles pero no complacientes y horas de difusión en las FM alternativas de la época. Aunque no fue un superventas, el disco en cuestión quedó en la retina como una referencia del género y su recuerdo se ha mantenido vigente, justificando un tour conmemorativo como este. Pocas sorpresas, pues lo interpretaron al completo sin asumir grandes riesgos (sumando un bonus track de la edición inglesa y un tema del primer disco), provocando la lagrimita lógica por quien ve pasar buena parte de sus recuerdos en los fotogramas recreados por canciones como “Action & Action” o “Red Letter Day”.
Los pamplonicas Tatxers tuvieron que lidiar con una caída de público importante (muchos habían encadenado varios conciertos seguidos y aprovecharon para darse un respiro), y sacaron adelante su pop de múltiples tonalidades a pesar de contar con un sonido irregular antes de que Axolotes Mexicanos pusieran el toque de humor en sus proyecciones y pusieran a mover las caderas al personal con su particular visión de la vida, cristalizada en las letras subversivas como las de “Amarre” o “Nacida Para Sufrir”. El cierre a la noche lo pusieron unos Depresión Sonora convertidos en banda de culto para muchos, capaces de convocar a un buen número de supervivientes a la larga e intensa jornada del viernes para desplegar toda su gama de oscuros en un set de dinámica embriagadora en el que apenas pisan el pie del acelerador. Todo magro en una hora de ritmos descacharrados coronada por himnos tan subyugantes como “Ya No Hay Verano” o “Gasolina y Mechero”.
Sábado 23 de agosto
La jornada final, marcada por la mítica fiesta de disfraces, siempre supone el perfecto colofón a cuatro días de entrega absoluta a la causa del Canela. El lógico bajón por el final de largas jornadas de encuentro con esas sensaciones de euforia que emergen con tanta naturalidad en el recinto de la Costa del Sol, se mitiga con la delirante pasarela de modelos imposibles fruto de la imaginación incansable de los fieles a la cita.
En lo musical, El Diablo de Shanghai tuvieron que lidiar con la tarea de abrir cuando la gente aún se está colocando sus disfraces imposibles o haciéndose fotos en el photocall. Aún así, salieron victoriosos a la hora de defender su punk-rock vigoroso y pegadizo, cargados de actitud y canciones de dinámica contagiosa como “Magia Roja” o la reciente “Joven Ciudad”. Que Shego han dado un importante paso adelante con su último disco, el estupendo No Lo Volveré A Hacer (Ernie Records, 2024), es un hecho que se refrenda a cada uno de sus trepidantes conciertos de presentación. La historia que rodea a la superación de una ruptura sobrevuela unas melodías certeras y una mayor profundidad en sus intenciones y resultados. En esta ocasión volvieron a sonar rotundas a lomos de aciertos tan consistentes como “La Fiesta”, “Arghhh” o la pretérita “Oh Boi”, de dinámica tan spectoriana.
La expectación en torno a la presencia de MJ Lenderman (acompañado por una banda bautizada como The Wind y disfrazados de tenistas) era considerable tras publicar el año pasado un álbum de la envergadura de Manning Fireworks (Anti, 2024). Su folk-rock acompañó con su cadencia ensoñadora las últimas horas de luz del día, con esa extraña fragilidad que tan bien recrea la slide guitar de “Joker Lips” o la americana robusta de “Wristwatch”. El de Carolina del Norte, que repetía presencia en el festival tras poner sus seis cuerdas al servicio de los indispensables Wednesday en la pasada edición, lució tímido y algo apocado, con un encanto indudable y una calidez que tan bien marida con la elegancia de sus elegantes composiciones. Cuando sonaron los primeros acordes de “She’s Leaving You”, una de esas canciones nacidas para aguantar el paso del tiempo sin perder ni un ápice de su magia, creímos tocar el cielo llevados en volandas por unas guitarras de poso atronador y unos versos punzantes y dolientes como pocos. Juego, set y partido.
Con Frankie And the Witch Fingers tuve la sensación de encontrarme con un escuadrón capaz de armar una muralla de sonido turbadora, que iba por delante del nivel de sus canciones. Tal era la cantidad de estímulos concentrados en su acercamiento a una suerte de rock poliédrico y mutante, que una vez asimilados costaba extraer una melodía concisa o un detalle concreto. A pesar de ello, la adrenalina liberada con trallazos del calibre de “T.V. Baby” ayudó a anticipar la dieta detox posfestivalera. Más comedido fue el indie-rock de Joyce Manor, agradecidos de tocar por primera vez en nuestro país, y que transmitieron fogosidad y altas dosis de pasión en la puesta de largo de las notables “Constant Headache” o “Beach Community”. Los británicos Fat Dog hicieron realidad aquello de bailar quemando suela de zapatilla. Su dance-punk brilló tenso y crudo, traspasó la epidermis y evitó las parafernalias para consolidarse como una de las apuestas ganadoras de este Canela. Sentir como las cuchilladas de la rave-pop “Running” o el apoteósico single “Peace Song” te atravesaban dejándote KO fue de un masoquismo la mar de disfrutable. En su coctelera caben todo tipo de influencias nada obvias relacionadas con el baile con coartada arty y bien bañadas en ácido. Tremendos.
Uno de los mayores reclamos del line-up de esta edición lo representaban DIIV. Los neoyorquinos, con esa accidentada historia de idas y venidas con las drogas y con varios cambios en su formación a cuestas, parecen haber encontrado la estabilidad a medida que sus discos se han vuelto más reposados y contemplativos. Zach Cole Smith, su líder, ha sido padre y reavivar la banda cuando parecía ya cosa del pasado le ha asentado en su recuperación. Y lo cierto es que en directo, sus canciones lucen estilizadas y resplandecientes, con unas guitarras de pulcritud excelsa y unas armonías vocales distinguibles brillando entre el susurro y la confesión. La felicidad que destila verlos tan en paz consigo mismos, defendiendo sentidas letanías de aroma post-grunge como “In Amber”, “Brown Paper Bag” o “Somber the Drums” resulta reconfortante. Los que tanto disfrutamos con la inmediatez más pop de Is The Is Are (Captured Tracks, 2016) tenemos que asimilar que aquellas canciones nacieron al amparo de una época amarga para Smith, en la que tocó fondo y decidió tomar las riendas de su vida. A pesar de ello, los destellos de “Under The Sun” y “Take Your Time” supieron a gloria. La oscura accesibilidad de “Blankenship” arañó dejando marca y el final apoteósico con la eterna “Doused” puso el broche a un concierto que rozó la perfección en su ejecución y que dejó el poso que dejan las cosas importantes. Quizás el mejor de la presente edición del Canela. Las proyecciones tirando de acidez e ironía sobre el capitalismo, la decadencia del sueño americano (bajo el lema “America is the great Satan”), las fake news o el cambio climático acaban por configurar una puesta en escena de cautivador magnetismo que desliza pinceladas de belleza desde la angustia vital.
Tras tamaño derroche de intensidad, acercarse a la kinkidelia de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba volvió a suponer una aventura por los coches de choque. Su pasión por el rock de raíces unida a un saber hacer encomiable les consolidan como unos pesos pesados dentro de la escena nacional. Sus conciertos suponen una apisonadora en la que se dan la mano el sonido stoner y la psicodelia rock. Un no parar de estribillos cargados de poesía cantada capaces de epatar y remover emociones hasta llevarnos al límite. La gente lo vivió con entrega absoluta, desatando sus pasiones a lomos de la épica hecha folclore de “El Valle” o “Gitana”.
La cancelación de Tropical Fuck Storm por razones de salud en 2023 multiplicó las ganas de verlos en la presente edición. Fiona Kitschin acudió esta vez ya recuperada de su cáncer de mama y se mostró en plena forma con su partner in crime Gareth Liddiard, también juntos en los míticos The Drones, sumando a dos músicos más de directo. Como era de esperar, cero concesiones, nada de guiños complacientes y mucho espacio para la provocación constante al oyente, que asiste constantemente descolocado a una deconstrucción marciana de lo que muchas veces empiezan siendo canciones más o menos estándar para acabar desembocando en éxtasis ruidista. Su versión del Stayin’ Alive fue de una crudeza tal que se podía cortar la tensión con un cuchillo. Lo mejor era cerrar los ojos y dejarse arrastrar por la psicotrópica huida delante de latigazos como “Bloodsport” o la abrasiva “Irukandji Syndrome” mientras Liddiard interpelaba al personal abriéndose paso entre marañas de disfraces ya destartalados.
A Parquesvr les une una historia idílica con el Canela, no en vano la idea de formar la banda nació en una de sus ediciones. Su propuesta transita decidida entre brochazos de cruda realidad con unas letras cargadas de leña para todos. Queda claro desde el principio que no han venido para dorar la píldora a nadie, y sus canciones rebosan verdades bajo un manto de aparente levedad. Su pase fue la antesala perfecta para el desparrame de Les Savy Fav, amigos ya íntimos del festival, y que se han ido consolidando como verdaderos maestros del exceso y la provocación. Tim Harrington es un líder en el sentido más amplio de la palabra y mientras él se reboza como le nace en cada momento entre cuerpos sudorosos en pleno nirvana, su banda desata la tormenta a base de fogonazos de post-punk avasalladores, de los que además andan sobrados. O si no, que alguien en su sano juicio se atreva a ponerle algún pero a sus ya clásicos “Patty Lee” o “The Sweat Descends”. Lo suyo es una fiesta apoteósica que condensa todo lo que hace al Canela Party diferente: éxtasis musical entre amigos sin atisbo de disrupción ni injerencias innecesarias. Todo por y para el sano y pleno disfrute.
El cerrojazo final, el momento que nunca desearíamos que llegara, contó esta vez con los gallegos Grande Amore. Sabemos cómo se las gastan en directo y esta vez no fue una excepción. Pogos salvajes, delirios industriales, mordiscos de goth-rock y, de vez en cuando, sobrada habilidad para dar con singles de pegada obsesiva. Y claro, luego está Nuno García Pico, un frontman total al que vender nuestra alma sin ofrecer ninguna resistencia. Los que allí resistían tiraron de las escasas fuerzas que aún les quedaban para hacer frente al pulso al rugido ensordecedor de “Esta pena que a veces teño” o “Pelea” antes de su siempre efectiva versión del “Kick Out The Jams” de MC5.
Después de todo esto, ¿cómo no vamos a estar ya contando los días para el próximo Canela Party?
Fotos Canela Party: Javier Rosa