El otro día el periodista musical Ignacio Juliá firmaba para el suplemento Babelia de El País un artículo a doble página sobre toda esta fiebre que les ha entrado a las viejas glorias del rock (y a sus discográficas) por desclasificar tesoros enterrados entre archivos y más archivos de grabaciones pretéritas e inéditas. Tenemos, claro, a Mr. Bob Dylan y sus famosos La serie de contrabandode cuyos volúmenes ya hemos perdido la cuenta. Los Archivo de Neil Younglos directos infinitos de Los agradecidos muertos o la vía libre de la que gozan ahora los herederos de Príncipe para desvelar sus toneladas de grabaciones ocultas.
Juliá se venía a preguntar, en resumen, si todo eso responde a algún interés artístico o sólo es un vacía bolsillos para fans completistas. Algo lógico, una pregunta que lleva sobrevolando este tipo de ediciones mucho tiempo, pero que ahora se ha vuelto especialmente candente con lo que nos ocupa: un volumen dos, respecto al ya editado en 1998, del Pistas de Bruce Springsteen. Un tesoro para fans en su día que desveló el recelo con que el autor de “The river” cuida (o cuidaba) y descarta su obra final.
A aquél imprescindible objeto de deseo se fueron sumando otros similares como las cajas La promesa (Con Descartes de Darkness en el borde de la ciudad) o Los lazos que se unen (lo mismo con The River) o directos tan antológicos como el del festival Sin armas nucleares en el 79. Todo eso es capaz de colmar el apetito de cualquier fan. Pero claro, los fans de Springsteen no son como los demás. Están acostumbrados a los conciertos de cuatro horas del de New Jersey, así que su hambre por cualquier cosa que tenga que ofrecer con su sello y beneplácito, es infinita.
Y Bruce parece decidido a darles todo lo que piden e incluso más. Es paradójico: el mismo artista que se tiraba años para grabar un disco y desechaba toneladas de canciones grabadas por el camino por no estar a la altura de sus estándares de calidad, ahora decide dar salida a todo eso. En este caso concreto, discos completos, pensados como tales, que incluso llegaron -dice él- a estar mezclados y masterizados, es decir, listos para fábrica.
La cosa es que, si decidió meterlos finalmente en un cajón, quizá es que estaba en lo cierto y la cosa no merecía la pena. Después de todo, una carrera se sostiene a lo largo de las décadas a base de mimo en lo que uno hace. Eso supone, si se es prolífico, descartar mucho. Y aún así hay resbalones (Toque humano, Bola de demolición, Solo el fuerte sobrevive…), pero al no dejar que todo llegue a oídos del público, se minimizan y no queda empañada una trayectoria brillante que ha producido clásicos.
Pues bien, todo eso parece dar igual a un artista que ya ha cumplido 75 años de edad y más de sesenta de carrera y que donde dijo digo dice ahora Diego. Nada menos que siete álbumes completos de material inédito sacados de los cajones de su casa y que vienen a conformar la nueva edición de lujo para coleccionistas del boss (9 vinilos o 7 CD con su correspondiente libreto), puesta a la venta al módico precio 300 euros, euro arriba, euro abajo, según el formato.
La pregunta salta enseguida: ¿merece la pena? Si leemos su hoja promocional, a priori resulta atractiva la cosa, al menos para fans: “Los álbumes perdidos, completa capítulos de la dilatada carrera de Springsteen grabados entre los años 1983-2018. Con un total de 83 canciones, la caja incluye una banda sonora para una película que nunca se hizo en el disco DeslealCombos Country Con Pedal Steel en En algún lugar al norte de Nashvillehistorias fronterizas ricamente tejidas en Tuyoel sonido de orquesta noir de mediados de siglo en Horas de crepúsculoexploraciones lo-fi de la época entre los míticos discos Nebraska Y Nacido en los Estados Unidos. en Las sesiones de garaje ’83 y todo el material que no vio la luz hasta ahora de Calles de sesiones de Filadelfia. “
Además de todo eso, el séptimo álbum, Mundo perfectorecopila descartes de varias épocas dándoles forma y coherencia, igual que en los casos anteriores, de “álbum perdido”. Esto completa una especie de crisol de la creatividad sin freno -y sin demasiado filtro, añadiría- de su autor, cuyo espectro de tiempo va desde los ochenta del siglo pasado hasta casi el presente. Varios ciclos de canciones en los que Bruce empezó a trabajar, claro, en el encierro forzoso causado por la Covid-19. Por lo visto, cavó bien hondo en sus archivos y encontró todo esto que, pese a lo que diga ahora, no estuvo exento de mucha post-producción y regrabación de la mano de su fiel asistente de producción Ron Aniello.
Todo eso convierte la credibilidad de este lote en algo difuso, pero no obstante, siempre se puede sacar algo en claro cuando es alguien tan dotado para la composición como es Springsteen el implicado. El problema es que aquí lo que sacamos en claro no es, la verdad, demasiado: las sesiones grajeras del 83, a medio camino entre el folk a cuchillo de Nebraska y el rock and roll clasicote de Nacido en los Estados Unidos tal vez servirían de apunte para un producto más terminado (y brillante) como fue Túnel de amor (1987), pero no pasan de ahí, de mero esbozo grabado de forma rudimentaria, con sonido regulero y que poco aporta, compositivamente hablando, al cancionero de su creador, excepto por casos como esa bonita apertura que es “Follow that dream” o alguna otra perla como “Sugarland”.
Del disco alumbrado al calor de ese triunfo cinematográfico merecedor de oscar que fue “Streets of Philadelphia” y que alguien se ha atrevido -me da risa escribirlo- a llamarlo “el disco hip hop de Bruce Springsteen” mejor ni hablar, excepto por la ya conocida “Secret garden”, que pese a ser algo discreta cuando salió a la luz, en este conjunto reluce como el sol. Y ojo, sonar, suena bien, y hay corrección en la composición de unas canciones que, sin embargo, andan bastante por debajo de los estándares de la que se llevó el Oscar. Pero, desde luego, nada que haga levantar demasiado la ceja a un oyente con algo de criterio en sus oídos.
Lo mismo pasa con Deslealese western espiritual para tus orejas que inicialmente se ideó para una película y que lo único que arranca al que lo escucha es un gran bostezo a base de serpenteantes piezas meditativas que sí, llevan arena del desierto en sus notas, pero poca cosa más; o con el casi sonrojante En algún lugar al norte de Nashvillegrabado en la ciudad del Country en 1995 al mismo tiempo en que se gestaba el genial El fantasma de Tom Joad y hecho a modo de divertimento en un tono bluegrass y honky tonk que no le pega nada a nuestro hombre. Bruce suena sobreactuado a manos llenas y las canciones -incluidas versiones de clásicos como como el “Poor side of town” de Johnny Rivers– son de todo menos consistentes. Otro disco que debería haberse quedado como souvenir en el cajón de nuestro amigo.
Pero la cosa se empieza a arreglar, porque algo más interesante es Tuyograbado durante la gira de El fantasma de Tom Joad (1995-1997) y, parece, intentado como una segunda parte del mismo, con un tono crepuscular de similar cariz, aunque más desnudo de producción y con menor aliciente compositivo, pero el conjunto sí que se siente como algo encuadrable, con decencia, en el conjunto de la obra de su autor. Algo que igualmente, o más, incluso, podemos decir de Horas de crepúsculodisco parido en 2010-2011 con un espíritu parecido al posterior Estrellas occidentales (2019), en mi opinión uno de los discos más recuperables del último Springsteen.
En Horas de crepúsculo sí que encuentras, tras tanto cavar y cavar, algo de oro: la maravilla que lo abre, “Sunday love” emparenta a Bruce Springsteen con una referencia tan inverosímil como El Consejo de Estilo y pese a todo pronóstico, la cosa funciona. Y cala hondo. Lo mismo pasa con fantásticas perlas construidas con la elegancia de Burt Bacharach en mente, como “Late in the evening”, “September kisses”, o esa sambita tan pinturera que es “Follow the sun”, puras delicias que sorprenden viniendo de Springsteen y que, con la correspondiente criba, sí que hubieran conformado un álbum bastante interesante.
Por último, el cajón desastre: en Mundo perfectodado su carácter de recopilación de descartes, encontramos de todo. Desde el sonido típico de la E Street Band con la muy correcta “I’m not sleeping”, el rock fronterizo y aguerrido de “Idiot’s delight”; el, ahora sí, decente ejercicio country de “The great depression”, o la sensualidad intimista de “If I could only your lover”. En todas ellas, con algún que otro bostezante relleno, encontramos al Springsteen que se espera, el de las canciones, el de las tripas puestas en el trabajo. Y en general resulta un conjunto bastante satisfactorio.
No podemos decir lo mismo, por desgracia o por fortuna para nuestro bolsillo, del conjunto de grabaciones inéditas que abarca este colocación de cajas. El saldo negativo supera, me temo, en más de un 65% al total. No obstante, como he dicho, hasta en lo más anodino de alguien como Springsteen podemos encontrar cosas resaltables, algo que sí, para fans dispuestos a gastar la insensata cifra de 300 lereles en este artefacto, será satisfactorio. No sé si lo suficiente, pero bueno, el fanatismo es lo que tiene, que te arriesgas a darte contra el muro de hormigón de la verdad.
Para el resto de los fans, los “normales” (sin ofender), tenemos un extracto más económico en formato de cedé sencillo y doble vinilo que lleva por imaginativo título Perdido y encontrado: Selecciones de los álbumes perdidosy que, no se engañen, no es que sea una maravilla, pero sí que da la oportunidad de tener una selección de todo este material perdido y completar colección. Aunque temo que quien lo compre también habrá comprado la caja completa. La gente está muy loca últimamente. Y Springsteen un poco también, porque esto, a todas luces, no era necesario ni para su carrera ni para su bolsillo, que ya es millonarísimo. O sea que él, y sólo él, sabrá por qué lo hace. Ahora es tu opción participar de su quimera o no.
Escucha Bruce Springsteen – Pistas II: The Lost Albums