Como los hechos hablan por sí mismos, ya no es necesario que empecemos la reseña del concierto de Ilegales destacando el buen momento que atraviesan por mucho que lleven sobre sus espaldas más de cuarenta años de carrera. Ha sido la frase recurrente que hemos utilizado en sus últimas presentaciones y que al menos en la capital, refrendan ya no solo doblando aforos en unos años, sino agotando entradas en salas como La Riviera, donde repetirán concierto el próximo mes.
Un disco excelente como Joven y Arrogante (La Casa del Misterio / Warner) merece una gira a la altura, tal y como nos confesaba Jorge en nuestra reciente entrevista, «serían unas cinco canciones del nuevo y luego casi dos horas a toda velocidad, sin discursos ni ‘muchas grasias…’. El tiempo justo para un trago de cerveza y que empiece otra canción». Dicho y hecho.
Abrieron con uno de los grandes temas de su nuevo álbum, el psychobilly oscuro de «El fondo de la noche», y haciendo honor a su letra («esto es una jaula sólo para enfermos»)nos dejamos atrapar por el arrase de «Chicos pálidos para la máquina» y esas gemas recientes «Joven y arrogante» y «Juventud, egolatría». Viaje a pasado y presente con una declaración de intenciones como «Todo lo que digáis que somos», para terminar de atraparnos con la mejor dupla de su carrera, «El norte está lleno de frío» y «Enamorados de Varsovia».
En la música de Ilegales la urgencia se convierte en un principio estético. Una manifestación de contundencia, poderío y actitud, que es una forma de arte en sí misma. Cada acorde y cada línea vocal parecen pensados para perturbar, pudiendo pasar de lo más trivial («Hola mamoncete», «Moloko», «Problema sexual»), a interpelarnos («Tiempos nuevos, tiempos salvajes», «Si no luchas te matas») o sacudirnos («Ángel exterminador», «Yo soy quien espía los juegos de los niños») y crear un discurso que subvierte lo cotidiano para poner frente al espejo las verdades de la condición humana.
Artefactos cargados de sentido como «Bestia, bestia», «Caramelos podridos», «Revuelta juvenil en Mongolia» y «Dextroanfetamina» convirtieron las primeras filas de La Riviera en un pogo colectivo que más allá de épocas y modas, unió a veinteañeros y sexagenarios completamente rendidos al cuarteto asturiano. Ese que se despidió con un bis en el que celebró las cuatro décadas de Agotados de esperar el fin; desde «África Paga» a la canción titular, recuperando también «Quiero ser millonario», la no muy habitual «Hombre blanco» y el esperado cierre con «Destruye» y «Soy un macarra».
Una fiesta compartida con una institución que cala en todos los públicos; de rockeros a punks e indies. Una influencia decisiva en generaciones que buscan en la música no solo evasión, sino también respuestas.
Fotos Ilegales: Manuel Pinazo