Enfrentarse a un disco de Destructor lleva implícito desprenderse del orden, de lo previsible y predecible. Conlleva abrazar el caos, aparcar los prejuicios y dejarse llevar por esos vaivenes tan característicos, por esas y sacudidas entre lo etéreo y lo onírico que convierten lo terrenal en anecdótico. La cantidad de estímulos que bañan cada una de sus canciones es tan abrumadora que hablar de géneros o estilos supone una pérdida de tiempo. Y precisamente fuera de cualquier época, Y osos y su inseparable John Collinsnúcleo duro de la formación, se las ingenian para dar forma a una especie de sinfonía pop de treinta y seis minutos, en la que los flashes alucinógenos y la locura digamos que parcialmente controlada, toman el mando para acabar desembocando en un (nuevo) arranque de genialidad.
Si el anterior Laberintitis (Merge Records, 2022) se nutría de imágenes nacidas al amparo del desfase nocturno, con elegante mirada a Nuevo pedido incluida, ahora llega el momento de volver a sentarse al piano, recuperar el influjo del seminal Temporada de veneno (Merge Records, 2015), e ir dejando fluir esa extraña verborrea inconexa que impregna sus textos arropada por secciones de cuerdas y vientos fundidos en gloriosa comunión.
Arranca “The Same Thing As Nothing At All” con ese estallido de cuerdas y ya te descoloca. Te agarras fuerte a lo que tengas cerca, y te entregas a ese guiño al David Bowie más lisérgico que asoma la cabeza entre la catarata de instrumentos y arreglos que te engullen mientras el piano trata de aportar cordura. Como si eso fuera posible. Épico y abrasivo, jugando como Tom espera con su bourbon sentado al piano, alimentando el fuego con versos provenientes de una mente en constante ebullición. “Hydroplanning At The Edge Of The World” es un single aparentemente accesible, con esa melodía circular que atrapa sin remisión, zarandeada por un guitarrazo inesperado por aquí o unos coros celestiales por allá.
Estamos ante una carta ganadora que remite a los Labios llamativos más recientes. Las luces bajan de intensidad bajo la desnudez de “The Ignoramus Of Love”, que da espacio a un respiro coyuntural con ese violín tan cálido mirando de reojo. El vuelo se retoma parcialmente con la titular “Dan’s Boogie”, que también orbita alrededor del piano entre redobles de batería y recitados sentidos sobre alguien que parece que ya nunca volverá, marcando el paso y el poso de un disco que a pesar de su atmósfera algo opresiva, movida por el vacío y la soledad, se las ingenia para acabar irradiando esperanza. Y si no escuchen esa fascinante mini-ópera pop que es “Cataract Time”, desde ya una de las canciones del año, con su emocionante desfile de fraseos que tanto remiten a una romántica cotidianidad de pulso seductor entre colchones instrumentales sobrecogedores. Reverencia absoluta. “Bologna” es otro destacar de un disco sin fisuras, tomando forma de serpenteante ejercicio de trip-hop delineado alrededor de la tremenda voz de Simone Schmidt, cantante del combo canadiense Billete de cinco libras. Imposible no estremecerse mientras repite “Nunca me volverás a ver” entre congas desarmantes. El aire de musical de “Sun Meet Snow” esconde una inconsciente referencia a Chelín Dylan. La despedida a este alucinante viaje capaz de convertir la tristeza en sólida remontada lo pone la dulce “Travel Light”, consolidando, una vez más, la sensación de que Y osos es uno de los grandes genios contemporáneos de la música pop.
Escucha Destroyer – Dan’s Boogie
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