
Hay canciones tan eternas que trascienden con creces a sus autores o intérpretes. Forman parte de la humanidad, de lo que significamos a nivel cultural como género. Una de ellas, sin duda, es “Killing me softly”. La canción, compuesta por Fox Charles con letra de Norman Gimbell, está considerada como uno de los estándares románticos más icónicos que ha dado el pop. Nos la podemos encontrar sonando en cualquier sitio: un centro comercial, un ascensor, la consulta del médico… se ha acabado vulgarizando, incluso. Y corremos el riesgo de banalizar algo que es muy grande.
“data-cs-src =” https://www.youtube.com/embed/mrudt410tai?Feature=oembed “FrameBorDer =” 0 “permitido =” acelerómetro; Autoplay; portapapeles-escritura; Media encriptada; giroscopio; imagen en imagen; Web-SHARE “referRerPolicy =” Strict-Origin-when-Cross-Origin “PermishFullScreen>
Pero su grandeza, aunque sus intérpretes han sido muchos, tiene mucho que ver con quien la popularizó. La mujer cuya interpretación la hizo suya por siempre, pese a que muchos otros pretendieron cogerla y hacer lo mismo. Roberta Cleopatra Flackque nos deja a la edad de 88 años, tenía una de esas voces de seda absolutamente reconocibles cuyo impacto hace grande cualquier melodía que se cruce en su camino. Era también compositora, una gran pianista y arreglista, pero tuvo que ser esta canción, compuesta por otros y para otra persona (su intérprete original, Lori Lieberman), la que la hiciera ser esa artista que hoy lamentamos perder.
No obstante, no fue mujer de un sólo éxito, ni mucho menos. Su carrera, sobre todo durante los siete u ocho años de inicio, fue un derroche de excelencia musical. Los discos que hizo sola o en colaboración con su amigo del alma, el malogrado y genial Donny Hathawaypusieron una impronta en la música afroamericana que ha tratado de ser imitada en muchas ocasiones a lo largo de la historia, pero rara vez igualada.
Nacida en Black Mountain, Carolina del Norte, pero criada en Virginia, su educación, como en tantos otros casos, tuvo mucho que ver con la religión baptista. Su madre era organista en la iglesia y ella, desde corta edad, comenzó a hacer sus pinitos en el coro. Además, comenzó a escuchar modos contemporáneos de entender el gospel, como los que proponían luminarias como Lord Jackson O Sam Cooke y su interés musical comenzó a necesitar nuevos horizontes.
“data-cs-src =” https://www.youtube.com/embed/wduk9lsy_yq?feature=oembed “FrameBorDer =” 0 “permitido =” Acelerómetro; Autoplay; portapapeles-escritura; Media encriptada; giroscopio; imagen en imagen; Web-SHARE “referRerPolicy =” Strict-Origin-when-Cross-Origin “PermishFullScreen>
Así que con tan sólo 9 años comenzó con las teclas, destacando en piano clásico y obteniendo una beca para acceder a una carrera universitaria en esa disciplina en la Facultad de Howard, Washington DC. Fue allí, precisamente, donde conoció al dulce y torturado Donny Hathawayun nombre que quedaría irremediablemente vinculado al suyo. Ambos estudiaban música, se hicieron grandes amigos (muchos quisieron ver algo más allá de la amistad) y se retroalimentaron mutuamente a nivel artístico. Una de esas raras veces en que un genio se cruza a otro e interactúan a las mil maravillas.
Durante su tiempo en la universidad, Roberta comenzó a actuar en los clubes de jazz de Washington DC. Fue allí donde el maestro Les McCann la descubrió cantando de esa forma tan íntima que sólo ella sabía abarcar. Records Atlantic andaba buscando más voces negras con las que capitalizar el éxito que estaban obteniendo con Aretha Franklinasí que en cuanto les pusieron sobre la pista de la Chocho no lo dudaron ni por un segundo.
SU debut, Primera toma, aparecido en 1969 sobrecoge por la experiencia que desplegaba su voz. No en vano tenía ya 32 años y había tenido mucho tiempo para crearse su estilo. Sabía darle a cada canción lo que necesitaba. Modulaba la voz de una forma magistral, sin aspavientos, desplegando emoción sin jamás resultar histriónica. Con su arrebatador “The first time I ever saw your face”, el disco fue directo al número 1. Un éxito absolutamente inusitado para una artista de color.