La música que nos acompaña en los diversos momentos vitales en que su presencia es demandada pasa, igual que la propia existencia, por estadios de emoción identificados e identificables con cada una de las etapas emocionales del oyente potencial. Para todas ellas, en todo momento y lugar, hay espacio y tiempo para que los vacíos temporales sean llenados por canciones y artistas capaces de removerlos y desplazar cualquier atisbo de desesperanza. A ellos nos acercamos con la pasión del amante devoto que ve alejarse a su objeto de deseo, sin miedo alguno a que se lo arrebaten, porque por muy compartido que éste sea, el placer del disfrute colectivo supera a la circunstancia del arrebato puntual.
Sin tanta palabrería y prescindiendo de intros pretendidamente inútiles, a la música de Nudozurdo hay que llegar desnudo por dentro y bien ataviado por fuera, a sabiendas de que las olas en las que te vas a remojar no son sólo las más frías del invierno sino también las más profundas y peligrosas.
Si al retorno tan inesperado como impresionante que nos noqueó las entrañas hace apenas un año, enmarcado en apenas ocho canciones enfervorecidas bajo el título de Clarividenciale sucedió hace pocas fechas un hermano pequeño pero aventajado bautizado como No Te Puedes Rendir (bien podría servir como lema para el propio reinicio de la banda), a los clavos fijados en miles de lóbulos temporales como piras de turbulencia sentimental, léase tal definición en los versos retorcidos de “Conocí el amor”, el triunfo por la pérdida sublime de “Ha sido divertido”, los reflejos de una vida imaginada en la distorsión de “Mil espejos” o la visceralidad poética de “Prometo hacerte daño”.
Las piedras de toque irreversibles de una discografía menos extensa de lo que debería, teniendo en cuenta el ínterin durante el que Leo Mateos decidió meterse en asuntos más contemporáneos y juguetear con propuestas más maquinales. Al fin y al cabo, saben perfectamente en qué liga juegan y el arsenal del que disponen para ganarla casi sin pestañear; al menos, sin rivales directos que enturbien su reinado por el shoegazeel stonerel post punkel Pop de ensueño o el sonido atávico del primer pop independiente americano: Desde Yo La Tengoreverenciados inicialmente con “Cartas a Nina”, el tema más descarnado de la reciente hornada, o el perfil bajo de Acera en “La isla del diablo”, hasta las cicatrices de Bauhaus en “La bruja” o la sombra prominente de unos Lagartija Nickya jugando en casa, de una de sus primeras gemas, la furiosa “Dentro de él”, agasajada con la misma ovación que el himno “El hijo de dios”, con toda seguridad una de las veinte mejores canciones jamás compuestas en nuestro idioma, a la que ahora dotan de un mayor impacto al pasearla por la barra, las escaleras y casi el camerino antes del apoteósico final con las guitarras –la de Juanma López alternando solos y ritmos con la del líder- y base rítmica en modo volcánico, con el bajo de Ojo y la batería de Jorge Fuertes que no son los que fueron al principio pero serán los que todos queremos que sean, queriendo eternizar un momento que ya quedó enquistado en nuestro subconsciente desde el mismo instante de su nacimiento.
Sólo quedaba arramblar con todas las defensas posibles con los “Bisontes albinos” recién aterrizados en su discografía, una “Cura de humildad” innecesaria por su grandeza intrínseca y, básicamente, con “Úrsula hay nieve en casa” donde el estigma de La cura los persigue y hechiza para que rujamos al unísono de otro sueño húmedo frustrado.
Cuando concluyen con el mismo discurso brumoso de “El diablo fue bueno conmigo”, saben que los amplificadores, esta noche de lluvia intermitente fuera de la sala Hangarfueron los cómplices perfectos de la mesa de sonido para que el viaje al centro de nuestros cerebros no prometiera un retorno seguro. Habíamos visto y escuchado a una apisonadora capacitada para derrumbar muros que para muchos otros serían impensables. Estábamos aún aturdidos por el talento descomunal de unos músicos con el corazón y las extremidades en permanente calentura, y nos llevábamos a casa apenas una sombra de lo que traíamos. Hoy por hoy, pocos se atreven a facturar el equipaje sonoro de Nudozurdobajo riesgo de shock severo por aturdimiento total. Inténtenlo la próxima vez y elevarán al cielo una oración desesperada por su supervivencia en este mundo a punto de perderse para siempre.
Fotos Nudozurdo: Antonio E. Molina