Darle espacio, y la oportunidad de hablar a un terrorista, es lo que hace No me llame Ternera, documental centrado en José Antonio Urrutikoetxea, cuyo estreno causó polémica en el Festival de San Sebastián en setiembre pasado y que ahora está disponible en Netflix, uno de sus productores.
El documental fue codirigido por Marius Sánchez y el periodista Jordi Évole, quien entrevista a José Antonio Urrutikoetxea, más conocido como Josu Ternera, para muchos en algún momento el Número 1 la organización terrorista ETA, en el País Vasco. Estuvo preso en Francia y fue miembro del Parlamento en España.
Ternera fue señalado como responsable directo o indirecto de varios atentados. Luego se fue de la organización etarra, pero participó en la interrupción de la violencia, en 2011. También leyó la carta en la que se disolvía la organización, como un exmilitante, según aclara a cámara.
Si bien la película documental es más la puesta en imagen de una entrevista -ni le cabe el mote de “documental de cabezas parlantes”-, lo mejor, el aspecto por el que vale la pena sentarse a verla es el testimonio de Ternera (apodo que odiaba cuando en los años ’70 se lo puso la prensa, a partir de una anécdota que se cuenta).
Sus carraspeos, sus miradas, sus incoherencias: si el pez por la boca muere, Ternera nunca debió haber aceptado participar de este documental.
Con sorpresa
Pero la sorpresa viene no más arranca la película. Está Jordi Évole, sí, pero el entrevistado no es el terrorista, sino Francisco Ruiz Sánchez, un expolicía del País Vasco, que era custodio del alcalde de Galdácano (Vizcaya) la mañana en la que, en 1976, ETA atentó contra él y lo asesinó, y al expolicía lo dejó gravemente herido.
Hay dos situaciones en este comienzo. Évole le cuenta que Urrutikoetxe por primera vez dice que ese atentado fue responsabilidad suya, algo que Ruiz Sánchez no puede creer. Lo otro es que el hombre confiesa que más que la convalecencia de seis meses por los disparos que recibió, le dolió el desprecio de la gente de su pueblo, tratándolo de fascista y obligándolo a él y a su familia a emigrar del País Vasco.
La posición del periodista (y del documental en sí) está más propicia a cuestionar las contradicciones de Urrutikoetxea. Por momentos, el exterrorista dice sentir pena por los atentados, pero cuando Évole le recuerda un ataque yihadista, más que reivindicarlo, lo destroza.
Évole termina acorralándolo a Urrutikoetxea en un filme que tiene una posición férreamente tomada, que no es precisamente vanagloriar la lucha armada de los etarras, que ocasionaron muertes de civiles, y de muchos niños, sino de cuestionamiento.
Cuando intenta explicar la toma de posición ante los atentados en los que murieron civiles (el del supermercado Hipercor, en 1987, en el que fallecieron mujeres y niños),el vasco termina titubeando.
Ternera se escuda, una y otra vez, en que “fue el resultado del análisis político de la coyuntura”. La mayoría de las veces dice, hoy, que estuvo en desacuerdo, pero que si actuó fue porque era integrante de ETA y debía obedecer las decisiones.
Al margen de una contextualización necesaria para entender qué fue ETA, desde sus inicios como oposición al gobierno del General Franco y su afán independentista, la película expresa claramente que hay heridas que no se curaron, y que difícilmente lo hagan. No hay un pedido de disculpas, sino un reiterativo Lo siento de la boca de quien no quiere que le llamen ternera. Pero es Ternera.
Documental. España, 2023. 101′, SAM 13. De: Marius Sánchez, Jordi Évole. Con: José Antonio Urrutikoetxea, Jordi Évole, Francisco Ruiz Sánchez. Disponible en: Netflix.