Tras un periodo de cierta incógnita sobre su futuro, Monkey Week SON Estrella Galicia regresaba a El Puerto de Santa María tras un periplo en Sevilla que acabó derivando en una falta de interés institucional que arrinconó al festival hasta acabar ahogándolo haciéndole perder su identidad. “Volvemos a casa” rezaba su eslogan de este año, y visto lo visto, no podría haber sido más acertada dicha decisión.
El Monkey es un festival urbano, una travesía entre salas, calles y rincones donde la música surge sin avisar. Lo mágico es caminar sabiendo que cada esquina guarda un encuentro, cada puerta una sorpresa, cada escenario un pequeño milagro. Todo un ritual que se vive en la calle, saludando a viejos amigos, cruzando miradas con quienes sólo ves aquí, recorriendo la ciudad que se convierte en un mapa afectivo hecho de conciertos, descubrimientos inesperados y recuerdos que se renuevan año tras año.

Poder disfrutar de sus conciertos en emplazamientos como la bellísima Mezquita del Castillo de San Marcos o el espectacular Monasterio de la Victoria con su imponente Capilla, y al mismo tiempo y en un apacible paseo, acercarse a las imponentes salas y bares que completaban las localizaciones (Salas como Milwaukee o Padreo, el Teatro Muñoz Seca, ese estupendo Cossio…), se debe considerar un lujo del que presumir. Es reconfortante sentir como el festival se siente tan querido y valorado en su hogar natural, El Puerto de Santa María, que en esos tres días respira Monkey por cada esquina.
El ecosistema que se genera alrededor de la cita, se diferencia de otros eventos en su carácter inmersivo y tremendamente auténtico en torno al lugar en el que se desarrolla, permitiendo disfrutar de la música al tiempo que se descubren la joyas indiscutibles con las que cuenta el mágico enclave gaditano a nivel arquitectónico, pero también en su circuito de salas y bares, que acaban arrojando un saldo tremendamente positivo, y una conclusión clara y meridiana: el Monkey es algo más que un festival de música. Un encuentro distendido entre amigos dispuestos a celebrar un momento de los que coleccionar con mimo y cariño, identificando cada experiencia con una fotografía cálida de lo vivido, deseando volver y poder contarlo.
Sus jornadas PRO han sido interesantes, se ha hablado de festivales, de cómo las marcas se integran en proyectos culturales (esta la moderó nuestro director Manuel Pinazo), de salud mental o de la necesidad de que el periodismo no sea complaciente y conviva la crítica positiva con la negativa. Se ha hablado del equilibrio entre salas y festivales, la sostenibilidad del sector y el impacto del streaming, hasta análisis económicos, nuevos modelos de financiación y la influencia de los algoritmos en la programación cultural.

A ello se sumaron talleres prácticos de fiscalidad, debates sobre marketing y patrocinio, ciberseguridad en la música, y conversaciones sobre producción y construcción de universos artísticos.
Centrándonos en lo musical, y con el punto de partida que marca la frase de su cartel “Descubre hoy la música del mañana”, el Escenario de la Bodega situado dentro del Castillo de San Marcos, se reveló como uno de los puntos calientes del fin de semana por su particular e hipnótica naturaleza, creando una atmósfera sin parangón, entre lo singular y lo etéreo, en la que Sangüijuelas del Guadiana se dieron su particular baño de masas en la jornada inaugural, antes de que los argentinos Winona Riders la liaran con su rock potente de impactante puesta en escena.

Una tarde-noche que también contó con el destacado pase de Karmento en la acogedora Sala Milwaukee, el mestizaje de Çantamarta o el trío de bandas portuguesas que se dieron cita en el Teatro Pedro Muñoz Seca conformado por Madmess, Unsafe Space Garden y Them Flying Monkeys. Entre todos dieron forma a un jueves intenso, que se proyectó como contundente pistoletazo de salida ante lo que habría de llegar en los sucesivos días.
El viernes se habilitaron ya más espacios, como la esplendorosa Casa Cossío, uno de los secretos que esconde El Puerto y que recibió, entre otros, el cabaret ambulante de Paco Pecado, que si sitúa sus orígenes en una verbena eterna en algún rincón entre Cádiz y el Olimpo del kitsch, ya nos podemos imaginar la que lió jugando como “local”. Fiesta en vena entre lingotazos de pop descacharrado y deconstrucción del folclore. Por su parte, el Teatro Pedro Muñoz Seca volvió a reunir propuestas llegadas de distintas partes del planeta, como los holandeses Devon Rexxi, los argentinos Delfina Campos o los chilenos Marineros con su dream-pop ensoñador. Eclecticismo en estado puro como seña de identidad de un Monkey Week que hace de su apuesta plural y abierta una virtud que engrandece su esencia. Así se desplegó en el Escenario Bodega con la electro-cumbia de Castazabal, el aire experimental de Los Sara Fontán o el pop-punk enérgico de AJOU!
El intimismo que impregnaba las paredes de la Sala Milwaukee abrió sus puertas al folk de Dulzaro, la espontaneidad de Las Nietas del Charli, que ofrecieron un set delicioso en su fragilidad, y al carácter urbano de L0rna, entre otros artistas. Los Chivatos, una de las bandas cuyo nombre venía ya subrayado en rojo por muchos de los asistentes al festival, no defraudaron con su pop-rock de alma punk, poniendo patas arriba la Sala Padreo. El Monkey no se concibe si no es con su pista de coches de choque, que bajo la etiqueta de Pista Jägermusic fue habilitada el viernes para regocijo de nombres destacados del indie nacional que bien tiran de vitamina punk-pop (Aiko El Grupo), acentúan la melodía (Repion) o desparraman su verbena bailable (Joe Crepúsculo), que se sobrepuso a los problemas de sonido que retrasaron el inicio de su set, para poner a brincar a todo el mundo al ritmo de sus clásicos, “Fábrica de Baile” incluida. Es imposible no pasárselo en grande entre luces estroboscópicas y cuerpos pegados y entregados a la religión que procesa un festival tan único como este. La majestuosidad de la Capilla del Monasterio de la Victoria acogió el esperado intimismo seductor de La Tania, o ese encuentro en las alturas entre Tristán y The Jazz Band Air a base de jazz nada complaciente y ritmos envolventes. Throes + The Shine el proyecto angoleño-portugués cerró la jornada en tan privilegiado espacio con su visión particular de la música dance, en la que se dan la mano las raíces y la fusión de estilos.

La noche alcanzaría dimensiones épicas en el Monasterio de la Victoria, arrancando con la inmediatez pop de La Paloma, cuyo nuevo disco Un Golpe de Suerte (La Castanya / Universal, 2025) ha sido objeto de debate por lo “demasiado pulido” de su sonido, según algunas voces críticas. Lo cierto es que tocar en el Monasterio fue un alma de doble filo, pues algunas bandas de guitarras como ellos, no pudieron dotar de mucho volumen a su propuesta por las características acústicas del espacio, pero no defraudaron en su carácter accesible y su innegable pegada, más allá del carácter de clásico moderno de números como “Bravo Murillo”.
Después llegarían Ortiga sacudiendo cinturas al ritmo de su alocada cumbia electro-pop. ¿Quién dijo que en Galicia no se baila? Lo suyo fue un festín multicolor de auto-tune que desató la locura atrayendo a bastante público, que empezó curioseando y acabó dándolo todo, entregado a la discoteca ambulante en la que se convirtió el señorial Monasterio. Cupido aparecía señalado como otro de los nombres destacados de la noche, capaces de enganchar a un importante número de seguidores con la profundidad de sus letras y lo popular de su fusión de música urbana y ritmos bailables. El cierre en este espacio lo pondría el esperado estreno de Cervatana, la nueva banda de Miguelito García y José Ugía (Derby Motoreta’s Burrito Kachimba) junto al músico multiinstrumentista Francisco Sánchez. Y aquello alcanzó altas cotas de misticismo, con esa fusión entre rock clásico y raíces flamencas, que además contó para la ocasión con la coreografía de Elena Gog, elemento clave para dotar al espectáculo de un vuelo que lo convirtió en un momento clave de la presente edición del festival.

Para la última jornada, se sumó el emplazamiento gratuito de la Plaza Alfonso X, donde tuvo lugar la célebre Batalla de Bandas de Radio 3, así como los destacables shows de Salvana, con su contundente mezcla de shoegaze, dreampop y post-rock funcionando a pleno rendimiento, Maximiliano Calvo, protagonista de una historia vital marcada por la superación, y con su batidora de sonidos con ancla en el rock brillando sin descanso, o el surrealismo pop de Juventude, dúo sevillano que va creciendo a base de directos divertidos y solventes. El desparrame de rock aguerrido llegó primero con Rata y después con Memocracia en el Teatro Pedro Muñoz Seca, entrelazando con el pop caleidoscópico de Estrella Fugaz, que convirtieron el escenario de Casa Cossío, uno de los más especiales para quien esto escribe, en un carrusel pop de encanto abrumador y poso imperecedero.
Tampoco podía faltar esa especie de tótem emblema de El Puerto de Santa María que es Paco Loco, figura referencial de la escena independiente nacional desde hace más de tres décadas, y por cuyo estudio de grabación han pasado tantísimas bandas de todos los pelajes. En esta ocasión acompañando a Maddening Flames en el Bar Vicente Los Pepes, en lo que supone otro santo y seña del festival: aprovechar los rincones con arraigo para fusionar música y ambiente cercano y familiar en una combinación del todo ganadora.
Otro que repitió aparición fue Miguelito García, acompañando en este caso a unos Frente Abierto que han lanzado un excelente disco Guerra A Todo Es (Universal, 2025) en el que subvierten las leyes de diferentes géneros creando un todo poliédrico y excitante, donde flamenco, rock y hasta jazz se dan la mano en un entramado fascinante. En su pase del sábado, con Lela Soto y Sebastián Cruz, llevaron su propuesta a un nivel que dejó al público rendido y extasiado, consciente de que había asistido a algo importante. A destacar también el set de Dharmacide en la Pista Jägermusic, quienes acaban de editar Thougher Than The Rest (Autoeditado, 2025), un más que recomendable compendio de shoegaze, dream pop y post-punk que dará que hablar, así como el calambre punk de Diamante Negro que agitó la Sala Padreo con sus pildorazos abrasivos para ir caldeando la jornada.

Una de las apuestas seguras para esta edición la representaban los sevillanos Vera Fauna, quienes han dado un importante paso adelante con su disco de este año, Dime Dónde Estamos (BMG, 2025). El suyo fue un setlist sin altibajos, en el que sus ya clásicos “Los Naranjos”, “Casa Carreras” o “Martes”, se dieron la mano con la frescura de las recientes “Sale El Sol”, “Tu Voz” o “No Me Digas La Verdad” y las expansivas “Dime Dónde Estamos”, “Los Grillos” o “Como No Te Veo”. Baño de masas merecido para un grupo que ha ido creciendo a base de constancia y cuyas canciones han ido ganando en pagada y recorrido. Su directo siempre es una celebración en la que el pop se baila y se siente, con un mensaje que resuena vivo y trascendente a base de letras implicadas con diferentes temáticas relevantes. Justo después, el polifacético Teo Planell demostró, a sus apenas veintiún años, oficio y madurez para impregnar la majestuosidad de la Capilla con su amalgama de estilos a cuestas y un futuro que se antoja luminoso y vibrante.
Sin apenas respiro, Dan Bejar aterrizó con sus Destroyer en un enclave tan propicio para sus barrocas texturas como el Claustro del Monasterio. Sin mediar palabra, atacó “The Same Thing as Nothing at All” y se hizo el silencio. El crooner canadiense, enigmático y ensimismado, deambulaba por el escenario con la mirada perdida, probablemente seducido por la belleza del entorno, haciendo caso omiso a los gritos de admiración que emanaban del público de las primeras filas. Acompañado por una excelente banda, fue desgranando el robusto cancionero del excelente Dan’s Boogie (Merge Records, 2025) sin que faltaran los vientos pertinentes o las voces femeninas de la gran Eleanor Friedberger en la tremenda “Bologna” o en solitario interpretando la sentida “Hell”, en lo que supuso una sinergia embriagadora entre dos artistas llamados a entenderse.

Uno podría pasarse el concierto entero siguiendo los movimientos de Bejar, quien en un momento dado se agacha para beber un sorbo, mirar fijamente al vacío y volver a levantarse para contonearse levemente con su particular micro, recitando, cantando a todo ese cúmulo de peculiares circunstancias que rodean una vida del todo apasionante en sus altos y bajos, y que protagonizan las letras de un repertorio que es un legado vivo de lo mejor del pop de autor de los últimos casi treinta años. Se echaron en falta pesos pesados de su cancionero como la eterna “Chinatown” o la épica y crepuscular “Cataract Time”, posible cima de su último álbum, pero las limitaciones de tiempo en los festivales conllevan estas vicisitudes. A cambio, “It Just Doesn’t Happen”, “Times Square” o “Kaputt”, con esas trompetas brindadas por el gran JP Carter, se proyectaron infinitas, entre lo fascinante y lo magnético, convirtiendo el Claustro del Monasterio en un teatro inmenso en el que se interpretaba la obra de un artista referencial, haciéndonos testigos de una historia viva que mantiene su impacto intacto disco a disco, directo a directo. Si ya nos tenía ganados con su imponente presencia, para cuando llegó el recitado torrencial de “Hydroplaning Off The Edge Of The World” aquello ya había alcanzado cotas de épica desatada, trasladándonos a algún lejano lugar mientras Bejar fijaba su penetrante mirada en los muros del Monasterio. El tiempo se congeló, el Monkey engrandeció aún más su leyenda y nuestras retinas almacenaron un instante de aquellos en los que has de pellizcarte para corroborar que está realmente sucediendo. Majestuoso concierto.

La volcánica apuesta de los portugueses 800 Gondomar (PT) por un sonido crudo de guitarras, supuso una sacudida importante con la que afrontar el frío de la noche portuense, entroncando con naturalidad con los no menos rotundos Sistema de Entretenimiento, de los que ya se lleva unas cuantas temporadas hablando en los circuitos independientes. Aún quedaba tiempo para la subyugante propuesta de Dame Área, vertebrada en torno a una atrevida y descarada mezcla de sonido industrial, electrónica, ritmos tribales e incluso ramalazos post-punk que resultó incendiaria y apabullante como broche final a los conciertos del Claustro. La cantante, bailarina y coreógrafa Azuleja, quien ha llamado la atención de nombres del peso de Ralphie Choo con su pop experimental de esencia underground, encandiló a los presentes en su pase de la Capilla creando su propio palacio de hielo alrededor de unas canciones de dinámica impredecible que retuercen los límites del pop y se valen de la vanguardia para enamorar con talento atemporal.

Paseando junto a las carpas que dan la bienvenida a los recintos del festival, mientras se van apagando los focos y rodeado de un puñado de almas felices que apuran los últimos tragos mientras hacen balance, uno siente que ha vivido una sucesión de emociones tan genuinas y, a la vez, tan difíciles de resumir y concretar en palabras, que sólo puede concluir recurriendo a aquello de que si pruebas la experiencia que brinda el Monkey Week alguna vez, acabas repitiendo sin pensártelo dos veces, casi por inercia. Por algo será.
Fotos Monkey Week SON Estrella Galicia: Javier Rosa y Javier Pulpo