La música afroamericana tradicional, ya sea blues, jazz o soul, está, cada vez más, siendo reivindicada por artistas que la traen a la actualidad con talento y sabiduría. No obstante, no son demasiados los que entre ellos saben extraer el verdadero corazón, llegar al fondo de toda esa tradición y hacer algo propio y valioso. Una de esas pocas es sin duda valerie junio. Y es que quizás haber nacido en Memphis, como lo hizo ella, transfiere un sentido de profundidad a la hora de entender, en concreto, el blues, que hace que lo suyo vaya muchísimo más allá del mero producto antiguo.
Desde aquel laureado Empujando contra una piedra (2013) ha pasado ya algo más de una década. Y valeria ha continuado, disco tras disco, erigiendo una carrera certera como pocas a la hora de certificar autenticidad y dejarse el alma en cada surco. Su último trabajo, el magnífico Búhos, presagios y oráculoscocinado al amparo de la producción del siempre brillante señor barrioes, de nuevo, un catálogo perfecto de raíces afroamericanas traídas al presente con urgencia, pasión y sobre todo, buenas canciones.
Es sorprendente lo bien que funcionan sus nuevas composiciones. Los temas de su último álbum tienen algo que quizá no tenían sus anteriores (con todo lo buenos que eran), un gancho que te alcanza enseguida, una inmediatez a la que no llamaremos pop, pero que va cargada de esa especia que genera adicción y que cuando se presenta en directo es absolutamente irresistible. Lo entendemos enseguida los presentes en su concierto de València, cuando salta a un escenario decorado con flores y muchos brillos, en el que están esperándola sus dos acompañantes, Matt Marinelli (bajo) y Caito Sánchez (batería).
Juntos acometen ese “All I really want to do” tan certero y práctico para conquistar, que se ocupa de arrebatarnos de inmediato nuestros corazones y presagia lo mejor de lo mejor, algo que se encargan de certificar otras magníficas canciones del último álbum, como “Endless tree” o la pegajosa “Joy joy”, que tienen un acento melódico muy atractivo pero van, lentamente, haciendo avanzar un nivel eléctrico que estará siempre in crescendo hasta el final. El público, para lo que suele ser Valenciaenmudece en determinados momentos. Ella tiene algo. Es necesario estar atento a cada detalle, a cada movimiento de sus dedos por la guitarra. Además, su sección rítmica hace un grandioso trabajo, todo suena en su sitio y ella se explaya a gusto.

Versión de Rayo Hopkins“Life I used to live”, con ese chirrido eléctrico que sale de su Gremiouna guitarra casi tan vieja como lo que está cantando, hecha de ese tipo de madera que parece siempre dispuesta a llorar. ¡Y como llora! Auténtico blues de Mississippi traído con frescura y naturalidad a nuestros días. Un verdadero torrente de sentimiento que transforma el concierto en algo mucho más electrizante y poderoso todavía. “Shakedown”, de su primer álbum, se encarga, si cabe, de elevar aún más ese nivel, al más puro estilo Perro de caza Taylor.
Vuelta a la calma con una de esas canciones para beber tan propias del blues y el country. “Drink Up and go home”, un clásico de pasto azul que inicia un pequeño set que marida blues y raíces vaqueras. “Rollin’ and tumblin”, el viejo clásico que popularizara aguas turbiasse ofrece en una lectura personal e intensa, con el peculiar sonido de ese banjo eléctrico tan bonito que de cuando en cuando saca a pasear valeria. Suena a gloria. Todo suena a gloria. Y la furia del blues no para. Vuelve a la eléctrica para meternos dentro de los pantanos de Louisiana con un “Man done wrong” que, mezclada con el “Smokestack Lightning” de Lobo aulladorhace hervir la sangre, por mucho domingo por la tarde que sea este.

Frenada en seco para empuñar otro banjo, casi de miniatura, que ha estado toda la actuación colgado a su pie de micro. Entona con él su enternecedor “Somebody to love”, que deja paso a las tonalidades de folk tradicional de “Astral plane”. Preceden a un bis que de nuevo trae blues, electricidad e incandescencia al escenario. “If and” suena desatada, el sonido se satura un poco, pero da igual, lo importante es la imponente actitud que la cantante y sus músicos destilan para volarnos la cabeza. Valerie se desgañita, agita todo su cuerpo, es música pura. Acaba con un “Call me a fool”, que no por devolver la melodía y el soul al set hace decaer la imponente intensidad alcanzada, que se ve rematada a pleno pulmón con el necesario y certero himno “Workin’ woman blues”. Un punto final que hace que todo acabe bien arriba, justo en lo alto de la montaña. Y de ahí no queremos bajar.
Fotos Valerie June: Susana Godoy