Amaya López-Carromerola persona detrás de Maud la polillase había ido encargando los días previos de predicar sobre la contundencia de la franco-marroquí Sofía Djebel Rose a quien había invitado a parte de su gira española. Se puede entender esa predicación sobre el nexo de la experimentación, pero ambas militan con características y entidades separadas y bien definidas, algo que se pudo percibir rápidamente en su fecha madrileña.
Sofía Djebel Rose se presentó sobre el escenario con la intención clara de perpetrar un recital que complementase esa imagen construida alrededor de su Sequía (Sorcerer Productions, Oracle, Ramble Records, 2005) en el que predomina más lo vocal frente a lo instrumental. La oportunidad resultó evidente y su materialización en la propuesta de exploración sonora lo dejó claro. Puede que exista una vertebración vocal, pero la experimentación y sus parámetros cercanos al ruido y al ruidismo reforzaron esa aura con la que llegaba.

A pesar de que no estuviese acercada en el plano vocal en algunos tramos, su intención no deja de ser válida si atendemos a la eliminación de los límites como criterio. El uso continuado de técnicas contradictorias, desde el punteo sobre su guitarra al frote de las cuerdas con el micrófono, pasando por la obligada manipulación de la consola de efectos y pedales, construyeron una muestra esencial de su oferta que dejaron el escenario reverberando.
A Maud la polilla no le hace falta ya romper el marco que constriñen las etiquetas del clásico contemporáneo o lo experimental, pues hace ya tiempo que se ocupó de eso y con gran resultado. Pero lo que sí que se avanzó en la noche fue el acierto de incorporar, por lo menos en un tramo, un fondo y un refuerzo sonoro a su deliciosa forma de entender el piano y los teclados y a la fuerza de su voz. Para ello, Scott McLeanproductor de ese maravilloso la rueca (autoeditado, 2025) y compañero en vida saludableescoltó en las labores de guitarra a la madrileña para ofrecer un sonido más redondo.

Ese primer bloque de colaboración, que giraría en torno a su último lanzamiento y que abrió con la contundencia y declaración de intenciones que es “Canto de enramada”, resultó definitorio del estado de forma y de ver las cosas de la última Maud la polilla. Se hizo visible que la compenetración entre ambos ha acabado por apuntalar la propuesta actual, donde Amaya López-Carromero abarca el espacio y lo raja desde el desgarro.
El tránsito por la rueca se antoja esencial para ese testimonio, mucho más completo, quizá, que en su disco, porque consiguió liberar toda su potencia. Hay algo de místico y de atávico en sus concepciones musicales, imprimiendo un alto nivel de registro vocal y de la interpretación de las cadencias en los teclados y el piano. Muestra de ello son las posibilidades que mostró con “Exuviae”. El peso que va cogiendo la electrónica y la manipulación de sonidos son señales también de esa nueva definición y bastó escuchar “Despeñaperros” para certificar esa versatilidad.

Y todo se completa con la evolución de su propio personaje. Pudiera aparecer como transformada en desesperación o temor, incluso poderosa irguiéndose sobre la silla y abarcando, todavía más, el espacio. Maud la polilla sigue su proceso, una salida de la crisálida que sigue firme. El eco de la guitarra con los impulsos y los golpes contrastan con el remanente de clasicismo que muestra con virtuosismo, gesto que se incorpora en su práctica vocal que ha consolidado como instrumental.
Hubo un segundo bloque en el que Amaya López-Carromero prescindió del fondo para desnudarse ante su pasado. Si se habla de miedos, ella rebobina hacia tiempos antiguos sabedora de que todo lo que mostró ha construido sobre su sonido: ese academicismo al que ha domado, la maleabilidad de la voz, el roce voluntario con un jazz lejano o el empleo más primigenio de las grabaciones y muestreos. Si el final del recital se ciñó a ese recuerdo clásico, más o menos puro, es porque sigue siendo imprescindible para entender todo como un camino.
Fotos La Polilla Maud + Sophia Djebel Rose: Álvaro de Benito