Permítannos la referencia, pero es obligada. En las paginas de No Sonamos Malesa crónica del presente de esta nueva generación desencantada, Depresión Sonora se presentaban como un proyecto nacido en pandemia como escape a un mundo que se derrumbaba. En sus páginas leíamos: «si no hubiéramos vivido el recorte de libertades que trajo consigo la pandemia, esa negación del verano con un ritmo de bajo post-punk habría pasado más desapercibida, teniendo en cuenta que el post-punk es, por lo general, la quintaesencia de la música nostálgica. El propio Markusiano nos reconocía off the record que podía haberse decantado por cualquier otro género para hacer llegar su mensaje, pero eligió este porque intuyó con sumo acierto que el tiempo histórico que nos tocó vivir nos ponía a todos borrachos de nostalgia». No ha podido salirle mejor.
Y es que solo hace falta retrotraerse un lustro para ver la evolución del proyecto de Marcos Crespohoy toda una realidad consolidada con proyección internacional. Por el camino se queda esa manera artesanal de crear música desde un dormitorio con cajas de ritmos, guitarra y ordenador, pero permanecen las canciones. En Los perros no entienden internet (…y yo no entiendo de sentimientos) se aprecia un paso de gigante ya adelantado en MÁQUINAS (2023). Markusiano entrega un trabajo que suena más maduro, más pulido y también más luminoso y menos atormentado. El título, con ese guiño entre lo doméstico y lo existencial, resume bien su planteamiento: hablar del ruido mental y la saturación digital desde un punto de vista humano, casi tierno, con su perro lucas como símbolo de lo que permanece cuando todo lo demás se desborda.
Su sonido sigue bebiendo del post-punk y la new wave que definieron sus primeros pasos, pero se nota una intención de ampliar horizontes. Las guitarras siguen tensas y afiladas, pero ahora dialogan con sintetizadores más suaves, líneas de bajo más redondas y una voz más al frente, sin tanto efecto.
En canciones como «La balada de los perros» o «Me va la vida en esto» se aprecia ese equilibrio entre urgencia y ternura: mantienen la energía de siempre, pero con una producción más clara y un sentido del estribillo que apunta directo al corazón. También nos encontramos con registros distintos como los de la expansiva «Guárdame este secreto». No hay tanto ruido como antes, pero sí más intención y más espacio para respirar.
En «Domingo químico» o «Cómo será vivir en el campo» se intuye una necesidad de pausa, de recuperar lo orgánico, mientras que en temas como «Vacaciones para siempre» aflora un deseo de fuga con el que es difícil no identificarse en este mundo alineado e hiperconectado.
Aquí no hay hits inmediatos, pero sí muchas canciones que crecen a cada escucha, facturadas por alguien que ha aprendido a convivir con sus fantasmas y nos invita a bailar con ellos. Se sigue observando el desencanto y la alienación contemporánea, pero desde otra perspectiva. Ya no es solo el chico que canta sobre la ansiedad y el hastío, sino alguien que se permite ironizar, mirar alrededor y pensar en la calma.
Escucha Depresión Sonora – Los perros no entienden internet (…y yo no entiendo de sentimientos)
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