Si empezar esta reseña diciendo que este es un disco en el que el lirismo se impone por goleada a la electricidad sirve para ahuyentar estigmas roqueros y oídos anclados a ciertas tradiciones y prejuicios, bienvenida sea la frase inicial. El enorme catálogo vital, reflejado también en el sonoro, de un músico de largo recorrido como Quique González se amplía y perfecciona con una colección de temas aparentemente unidos por el descreimiento y una pátina de desconsuelo existencial aliviado convenientemente por la musicalización de unos sentimientos a flor de piel y al borde del alma. Las referencias habituales del madrileño vuelven a surcar los cortes de este 1973bautizado así en honor a su año de nacimiento, y asientan su aprendizaje en la experiencia que le da una discografía sólida y coherente. Tal vez el bajón que ocasionó la poco emocionante colección de versiones que incluía hace dos años en Copas De Yate (Vol. 1) merecía una vuelta a la brillantez e inteligencia de las composiciones propias, a las que se ha resistido durante cuatro años, eso sí, de trabajo y giras ininterrumpidas.
Quique González retorna a ese lirismo empeñado en tocar la fibra de cualquier incauto que se acerque a su música por primera vez, intentando cuadrar una producción accidentada desde el el inicio. Tanto fue así que acabaron él y sus músicos totalmente decepcionados con el trabajo del legendario Marcos Howardingeniero de algunas de las obras maestras de bob dylan y acólito en el estudio de otros dioses personales del artista, léase Tom espera, Lucinda Williams, U2 o el mismísimo Willy Nelson.
Una lección tristemente aprendida que le sirvió para pasar de las rutilantes sombras de lo que podría haber sido su Tiempo fuera de la mente particular a un trabajo de orfebrería dirigido por su mano derecha, Toni Brunety grabado entre sus estudios de confianza repartidos entre Madrid, Granada y Bilbao. Ajustando arreglos y reestructurando lo que en principio no se debía tocar demasiado, llega a ofrecer temas íntimos y desarmantes, repletos de un costumbrismo desdibujado y generoso, como en el caso de “S.T.U.O.P.E.T.” –un título caprichoso para resumir la frase “siempre tendré un ojo puesto en ti”-, rocks de medio tiempo alzado a mayor gloria de La guerra contra las drogas del perfil de “Terciopelo azul”, asentando las varias referencias cinematográficas del disco, por el que también desfilan desde Kris Kristofferson Alabama Bromista; un pulso eléctrico que se mantiene en la impetuosa “Coleccionistas”, la crónica perfecta de unos tiempos vitales supeditados a la inmediatez como reflejo de la absurda superficialidad del ser humano. Aunque las dudas también asoman de forma evidente en otro pico llamado “Cheques falsos”, emparentando patrones con la más canónica “Descosiendo un milagro” o en el país alternativo de perfil bajo de “Preguntas sencillas”, asimilando las lecciones de unos wilco aún balbuceantes pero próximos a la grandeza futura.
Sí, este es un disco en el que el mundo interior se enfrenta, o más bien se resigna, a un entorno social cada vez más viciado e incomprensible para el que escribe y observa desde una atalaya subterránea. Hay además colaboraciones acertadas como la del gran Gorka Urbizu -¿maestro o aprendiz?- en la bellísima “De verdad lo siento” o de sus antiguos compañeros de batalla César pop en los teclados o Javier Pedreira en las guitarras. Hasta su queridísimo Fabián, uno de esos artistas de sensibilidad probada, le hace coros en “Flashes”, y un coro góspel maravilloso pone el acento requerido en alguna que otra ocasión.
Sea necesario o no, González decide concluir el disco en un tono acústico hipotéticamente más poético en el que “Oro líquido” y “Santos” complementan y asumen todo lo dicho en el tramo inicial. Se pueden rastrear trazas de soul, folk y otras músicas de raíz americana a la que siempre se sintió cercano en un álbum hermoso y carente de sobresaltos, lo cual tampoco se sabe si es bueno o malo. Suele decirse en estos casos que es justo lo contrario, pero lo único que se podría añadir es que con estas canciones es capaz de erizar la piel en más de un momento. Y eso ya es decir mucho, dado el estado actual de las cosas.
Escucha Quique González – 1973