Los vapores de pintura vienen a significar, en su traducción directa, los gases que emanan de la pintura cuando se seca después de aplicar varias capas. Se dice que algunos de ellos pueden ser tóxicos, de ahí la sensación esporádica de asfixia o malestar respiratorio que experimentamos a veces al contemplar, del lado positivo, lo cuco que se nos han quedado el techo del dormitorio o los muebles restaurados del salón. Ignoro si esa fue la inspiración, o la génesis, del nombre que adoptaron estos cuatro oriundos de Charlotte, en la remota Carolina del Norte, cuando decidieron juntarse en un local de ensayo supongo que recién pintado. Allí iniciaron una cruzada en pro de los sonidos crudos del rock and roll más sucio y los disparos más rápidos a ese lado del Mississippi. Los ramones como inspiración primera y última, Los nervios como reflejo maestro de sus inclinaciones pop de poder y Los Buzzcocks como la referencia Cochera suprema. Ya se podrá extraer de estas líneas que lo que hacen estas bestias no es otra cosa que algo que ya se ha hecho, y se hará, mil y una veces más, sólo que en ocasiones es necesario que alguien de su perfil pase por tu ciudad para recordarte que lo importante no es el cómo sino el qué.
La sustancia es la misma de la que se enfangan los sueños y se posponen los objetivos más cortoplacistas. Es decir, el Carpe Diem impulsado por las guitarras urgentes y el retrovisor rítmico utilizado como impulso inmediato. Estos Humos de pintura que suenan más que huelen llevan guerreando a su sencilla manera durante cuatro discos que se escuchan en un suspiro y se digieren en una resaca, el último de los cuales lleva por nombre Romances reales y no habla precisamente de las bondades del amor, ni siquiera de sus necesidades. Presenta el lado más amable, si eso es posible, de una banda armada hasta los dientes con armas capaces de soliviantar ánimos tendentes al apaciguamiento.
El orondo Elijah Von Cramon lidera a unos músicos cambiantes y fieles a la causa y los implica hasta el tuétano y las ráfagas indiscriminadas de “Book of love”, “Holding my heart” o “Panic attack”, donde el punk se impone a otras influencias menos reconocibles. Son pases cortitos y al pie, directos a puerta y a tumba abierta, sin posibilidad de mediación arbitral ni cambios de última hora que entorpezcan el guión, completado con algún otro episodio destacado de su anterior discografía como “Weird walking”. Si llegan a estar más de una hora en escena es que algo les ha fallado. Vienen de esa escuela en la que el aprendizaje es más un proceso que un fin, y eso los hace nobles. Suelen versionar a El club de armas oa Sanford Clarkreivindicando y reutilizando los límites de géneros como el rock independiente o el país alternativo, pero enarbolan fidelidad a unos presupuestos poco movibles. ¿Mugrientos? Sí, pero orgullosos.
Puede que en nuestra imaginación aquel sótano desconchado y maloliente que apenas se podía pintar en el que empezaron a pergeñar sus vueltas por el mundo fuera el origen de todo lo que acabamos de ver. La sala Hangarpor obra y gracia de la asombrosa agenda de El Colectivocambió de chip un martes por la noche para dar un servicio social a los hijos y primos lejanos del punk que aún pululan por las calles de una capital demasiado sometida a los poderes fácticos. Dios los bendiga, a ellos y a sus parientes putativos.
Fotos de humos de pintura: Antonio E. Molina