Ethel Caín se ha convertido desde su aparición en la artista más importante para las vidas de muchas personas entre las que me encuentro. Su propuesta artística, la manera de manejarla y la forma de comunicarla, es tan diferente a cualquier otra de hoy día que resulta inevitable el hecho de que cualquiera que sienta una determinada sensibilidad y manera de entender su devenir por este mundo haya encontrado en su rico y enigmático universo un refugio con el que encontrarse a salvo de la incomprensión, el miedo y el vacío que nos acometen desde las más diversas caras y formas.
Su primer largo, Hija del predicador (22), fue una auténtica obra maestra que nos cautivó y convirtió en fieles devotos de Ethel Caín sin que buena parte de la prensa y del mundo musical se dieran siquiera cuenta. La militancia dentro de su universo es una tarea constante, silenciosa y apasionada, que cada cual lleva a su propio límite emocional y personal.
Este año, sorprendía a algunos –quizás a quienes menos sigan con esa fidelidad descrita lo apuntado previamente- con la publicación de Pervertido (25), un abisal trabajo influido profundamente por su querencia por el zumbido y las grabaciones de campo. Representaba su intencionalidad de sacarse de encima una popularidad en el crecimiento con la cual nunca se ha sentido del todo cómoda. El resultado fue toda una victoria para su causa.
Hayden anhedöniala persona que se encuentra detrás de su alter ego artístico, regresa ahora a los pocos meses con Willoughby Tucker, siempre te amaré (25), trabajo que vendría a ser una suerte de caras b de Hija del predicador con el suficiente empaque para haber terminado por convertirse en un disco precuela de éste. La obra vendría a narrar la historia del primer amor que tuvo Ethel Caín con Willoughby Tucker; intensa, profunda y truncada trágicamente.
La primera pregunta que pudiera surgirnos de antemano es si retoma el pulso de Hija del predicador o ahonda en el esquinamiento de Pervertido. Pues bien, la respuesta no es del todo conclusiva. Willoughby Tucker, siempre te amaré tiene parte de ambos y, a su vez, sitúa a Ethel Caín en un nuevo plano. Diríamos que se fundamenta en una triada sonora que funde lento (lo que más), con emo del medio oeste (actitudinal y emotivamente sin duda) y la música de drones (los lánguidos desarrollos instrumentales, aunque menos áridos, siguen ahí. El perfecto ejemplo lo tenemos con “Radio towers”). La producción se muestra muy homogénea, transmitiendo perfectamente el ánimo que pretende, bastante menos ostentosa y gótica que la de Hija del predicador y considerablemente menos opresiva que la de Pervertido.
Este coherente conglomerado se entiende en toda su coherencia y cohesión con sólo haber “compartido con ella” el Primavera Sound de 2024 en el que, tras su maravillosa actuación, lo primero que hizo fue irse a toda velocidad –como yo-a ver el increíble concierto de Chelsea Wolfe en El Auditori y, un día después, subir una storie a redes en la que disfrutaba del show que ofrecieron Fútbol americano. De hecho, si uno ahonda lo suficiente en su carrera, no tendrá dificultad alguna en reconocer las virtudes y el sonido de la fantástica versión que hizo del “For Sure” de Fútbol americano como las señas de identidad más claras adoptadas en el disco que nos ocupa.
Los adelantos previos, “Nettles” y “Fuck Me Eyes” ya nos habían aportado importantes hallazgos. En el caso de la primera, una manera delicada y tremendamente sensible de acercarse al sonido americana desde la perspectiva más alejada del canon, y en el caso de la segunda, la aparición de unos sintetizadores que son, nada más y nada menos, que los mismos que utilizó Angelo Badalamenti para grabar la banda sonora de Picos gemelosserie que Ethel Caín adora, como no podría ser de otra manera. Es precisamente este single, “Fuck me eyes”, el momento más accesible de todo el viaje, si bien las cuotas de respetable comercialidad que conocemos de “American Teenager” o “Crush” quedan bastante por encima de las de este -también- excelente tema.
Otras grandes sorpresas que encontramos los intransigente fans son la aparición de “Dust bowl” y “Waco, Texas”, viejas conocidas en su versión demo para todas aquellas personas que vagamos como almas en pena detrás de sus pasos por Reddit y Youtube y con las que ya hemos hipotecado nuestro peso en lágrimas pasadas. Por cierto, una pena que “Concrete” siga todavía como incunable oficial.
Mención especial a los temas instrumentales incluidos. En especial, “Willoughby’s theme”, canción que la propia artista describió como su favorita a la vez de origen y motivo de la creación de Pervertido (25), la cual comienza con unas coordenadas sonoras similares a su ya conocida “Televangelism” para terminar convirtiéndose en una suerte de post-rock embriagador.
El disco va ganando espesor dramático según avanza resultando en todo momento menos oscuro y lacerante que sus anteriores propuestas, a pesar de su trágico desenlace. Prevalece en sus surcos la nostalgia y una devocional belleza evocadora que destila la memoria del corazón, capaz de eliminar lo malo e inmortalizar lo bueno hasta convertirlo en un tesoro íntimo que albergar internamente por siempre.
No falta en esta segunda parte de la historia un guiño al pop de dormitorio de su querida Nicole Dollanganger con la acústica “A knock at the door”, artista que no olvidemos amadrinó a la propia Ethel Caín y, sobre todo, un final absolutamente desarmante con el binomio compuesto por “Tempest”, tormentoso punto álgido de la rotura de entrañas, con esa letanía final constante (“Me arrepiento de esto para siempre” ) y la canción más bella e imperecedera, “Waco, Texas”, alargada para la ocasión hasta más allá de los quince minutos; una laguna en la que perderse a la deriva, huyendo del sonido ampuloso y destilando un narcótico susurro que conecta en espiral con la remembranza de aquello que nos acompaña impenitentemente de puntillas en todo momento y lugar. Para siempre.
Escucha Ethel Cain – Willoughby Tucker, siempre te amaré