Rockland Art Fest la ha vuelto a liar en Santo Domingo de la Calzada. Tres días, dos escenarios, un pueblo entero supurando rock and roll por todos sus poros. Y no solo un pueblo, toda una zona.
En la edición del 2025, el Rockland ha traspasado fronteras y se ha colocado en la primera división de los festivales nacionales, ya no solo por su arriesgado y fantástico cartel, también por una cuidada organización, un espacio cómodo, con todo tipo de facilidades, cero colas para bebidas, comidas u otros servicios y relativa facilidad para aparcar cerca del recinto.
Sobran las palabras para definir el cartel: Iggy Pop, Wolfmother, Sex Pistols feat Frank Carter, Jet… son solo unos pocos de los que han hecho que esta edición haya sido de ensueño. Más de 30.000 personas – según la organización – han pasado por el festival y ya están trabajando para superar este plantel el año que viene, lo tendrán difícil.
Viernes 18 de julio
El primer gran momento del Rockland del viernes, llegó con The War and Treaty, que invadieron el segundo escenario a eso de las ocho, con una multitudinaria legión de músicos, cuando aún el sol apretaba. El matrimonio Trotter —Michael y Tanya— ofreció un concierto de esos que no necesitan de artificios. Sin luces y sin pantallas, decidieron prescindir directamente de iluminarias de escenario y tiraron de su cancionero y su presencia escénica, que no es poco.
Sus canciones: “Can I Get an Amen”, “Hey Pretty Moon”, “Stealing A Kiss” sonaron con una potencia capaz de parar el tiempo, el poco que tuvieron para ejecutar un concierto de once sobre diez. Una versión de “I Will Always Love You” (sí, el de Dolly, no el de Whitney) fue ejecutado con sinceridad y alegría desbordante. Y el medley final con “Respect”, “Uptight (Everything’s Alright)” y “My Girl” convirtió la esplanada del escenario 2 en una suerte de iglesia laica con todo cristo bailando. No eran ni las nueve de la noche y el festival ya había comenzado de una manera impresionante, todo un regalo.
Y de la emoción pasamos al puñetazo en la cara, sin tiempo para respirar. Que otra de las cosas resaltables del Rockland Art Fest es que, no hay solapes entre artistas, pero tampoco mucho tiempo, o en algunos casos; prácticamente nada, para respirar entre bolo y bolo. El que quiera descansar que vaya a un spa.
Así pues, a las 20:40 en punto – puntualidad sueca – el escenario principal se convirtió en un hervidero cuando Refused arrancaron con The Shape of Punk to Come, como si no hubieran pasado 27 años desde que ese disco partió en dos el punk y el hardcore moderno. La gira se hace llamar con ese nombre tan poco ambiguo como definitivo: “Refused Are Fucking Dead… And This Time They Really Mean It”. Queriendo decir que, nada de esto se repetirá, pero eso dijeron también en 1998, que nos conocemos, Dennis. Si esta es la definitiva, puede que tengan tiempo para una nueva reunión de otra de las bandas suecas más gloriosas; The International Noise Conspirancy.
Reuniones, separaciones y resurrecciones aparte, Refused dieron un concierto brutal. Dennis Lyxzén, en plena forma y completamente desatado, no paró un segundo. Salto tras salto, proclama tras proclama, convirtió el concierto en una performance política de octanaje en bruto. La icónica“Liberation Frequency” hasta “Rather Be Dead”, el setlist fue un manifiesto punk sin concesiones a los tiempos muertos, a las paradas, o a nada que no fuera un directo como tiene que ser. Hubo pogos desde el minuto uno y comunión total con un público con ganas de juerga.
En una de sus pocas pausas, Lyxzén fue directo: “Si tienes problemas con gente a la que tú consideras diferente, si eres racista, homófobo, etc., el problema lo tienes tú”. Y no se quedó ahí: lanzó duras críticas a Israel por el genocidio del pueblo palestino, mientras detrás suyo brillaba en letras mayúsculas la frase: “THIS IS WHAT YOUR RULING CLASS HAS DECIDED WILL BE NORMAL”. Refused en el lado correcto de la historia. El momento en que sonó “New Noise” fue directamente volcánico. Un directo para grabar y enseñar en los colegios.
Costaba volver a pisar tierra después del huracán sueco, pero ahí estaban Alcalá Norte para bajarnos del pogo a una verbena de after eterno. Los madrileños, con su mezcla de postpunk, pop y poesía costumbrista, ofrecieron un show que rozó el caos, pero en el buen sentido. Barbosa, el batería más dicharachero y “jevi” del panorama nacional, comenzó a lo grande: bebiendo vino de una bota y dedicando el concierto a la tierra de los caldos.
Entre “Superman”, “420N” y “La sangre del pobre”, en la que el vocalista – Álvaro – se sentó a cantar al borde del escenario, la banda comenzó desplegando todo su arsenal: una suerte de retrato – a su manera – de la España post – cuñada que tan bien manejan. A veces suenan poco cohesionados y menos compactos, de lo que se supone que debería hacer una banda con unos cuantos directos ya a sus espaldas, sin embargo, ese amateurismo (impostado, o no) es parte de su secreto. Funciona y el público se lo traga con gusto.
“El Rey de los judíos”, el hit “La calle Elfo”, coreada por la gente hasta la saciedad, o “La vida cañón”, ya al final, fueron de los momentos más celebrados.
Sean lo que sean, tienen una propuesta de lo más original de lo vivido en los últimos años. Pasaron de culto a moda y ahora les toca mantenerse, todo depende de cómo se la jueguen.
Llegó el momento que todos temían amar: los nuevos Sex Pistols, sin Rotten, pero con Frank Carter al frente. Algunos han estado echando humo desde que se anunció esta formación (con Steve Jones, Glen Matlock y Paul Cook manteniendo el timón), en agosto del año pasado, para tres conciertos benéficos a favor de la sala Bush Hall en Shepherd’s Bush; y finalmente puede que colapsaran al ver que esos conciertos se convertían en una gira mundial.
El debate está servido. ¿Deben seguir las bandas adelante si no está el cantante principal? Esto daría para ríos de tinta, podcasts y especiales de todo tipo. Sin embargo, la discusión debería acabar si, el cantante, en este caso John Lydon hubiera salido a mal (por resumir, porque hay tela que cortar) con el resto de la banda, tras su negativa al uso de la música de los Pistols en la serie Pistol – estupenda, por cierto – de Danny Boile. Una “pataleta” que acabó con cualquier atisbo de reunión al completo de la banda, fin del asunto.
Hay algo que quedó claro en Rockland y es que Frank Carter no pretende imitar a Johnny Rotten, más bien imprime su propia personalidad al asunto y eso lo demostró desde el primer minuto, cuando – después de la intro pertinente de God Save the Queen sinfónica – atacaron con “Holidays in the Sun” y se metieron a todos en el bolsillo. Ayudados también con una puesta en escena potente, un escenario colorido e imágenes de la época dorada del british punk colándose entre los Pistols.
Frank Carter hizo lo que mejor sabe: entregarse sin red para caídas. En “Pretty Vacant” se lanzó al público y cantó entre empujones, pogos y cerveza, sin nadie de su equipo que le sirviera de barrera. El repertorio fue un repaso completo y sin descanso al cancionero sagrado de su único L.P, con especial mención a: “Bodies”, “No Feelings”, por supuesto: “God Save the Queen”, o “Problems”.
Bien se podían haber ahorrado la versión que se marcaron, con la banda totalmente sentada en los primeros minutos, de “My Way”, las cosas como son y se echó en falta “E.M.I.” Hubo espacio para tocar de nuevo la versión que en su día se marcaron de The Stooges; “No Fun” y para “Satellite”.
Pero el clímax absoluto llegó en “Anarchy in the U.K.”, cuando Dennis Lyxzén —sí, él otra vez— subió unos minutos para compartir la voz. Dos generaciones del punk europeo, dos activistas, dos bombas humanas, unidas en un momento que ya es historia del festival. ¿Deberían los Pistols seguir sin Rotten? Esa es otra discusión. Lo que vimos fue un concierto redondo y poderoso, con un sonido apabullante por todas partes.
A esas horas, muchos ya estaban con los pies arrastrando y gran parte de la audiencia comenzó a abandonar el recinto, pero Los Zigarros salieron al rescate en el escenario 2, como si estuvieran en el principal a las diez de la noche y ellos fueran las estrellas. En cierta manera son unas estrellas y unos cuantos miles de fans lo atestiguaron en la esplanada de la entrada al festival.
Su propuesta es conocida y sin sorpresas: rock & roll directo, de bar y carretera, todo bastante lineal y sin ningún tipo de innovación. A veces suenan a Tequila, otras a The Who, te fusilan un poco Thin Lizzy y otro tanto a los Stones, se muestran “canallitas” y con las poses de “rockero de toda la vida”. ¿Y todo eso qué más da? Si resulta que convocan a unas 3000 personas que corean sus temas como si el mundo se fuese a acabar.
Hits como “Malas decisiones”, “Apaga la radio”, o “Dentro de la ley” hicieron cantar a todo el personal que aún resistía con vasos de plástico en alto. Lo dicho, los valencianos no inventan nada, pero saben perfectamente lo que hacen. Oficio y actitud.
Y para cerrar la jornada, en el escenario principal, los clásicos australianos Jet. El volumen era perfecto, el sonido impecable, los temas entraban perfectamente, pero algo fallaba. El concierto, por momentos, pareció excesivamente controlado, como si se hubieran dejado las ganas y la actitud en el hotel. Y es que hay veces que el piloto automático pesa más que las guitarras.
Y eso que los de las antípodas tienen hit singles para dar y tomar, buena muestra de ellos son: “Last Chance”, “She’s a Genius”, o “Money Mouth”, con las que comenzaron parte del set.
La actuación despegó en momentos puntuales, como cuando rindieron pleitesía a sus padres musicales; AC/DC, con “It’s a Long Way to the Top”, o con la inevitable y necesaria “Are You Gonna Be My Girl”, sí, esa que ponen cada cinco minutos en Rock F.M y que tantos viajes por carretera ha salvado.
Ya en los estertores de su set, atacaron otro de los temas más celebrados; “Rip It Up” y así, entre temas inapelables, capaces de salvar lo insalvable y otros que pasaron sin merecer mucho más que unos aplausos por compromiso, discurrió un concierto que queda lejos de ser memorable. Una pena, porque Jet son históricos.
Sábado 19 de julio
El sábado en Santo Domingo de la Calzada amaneció con los oídos todavía zumbando de la tormenta sónica del viernes. Pero si algo tiene el Rockland Art Fest es que no deja margen al descanso; también hay sesión vermut en la plaza del pueblo, para los que no quieren desconectar de los decibelios.
La segunda jornada fue una celebración de los márgenes, desde el legado del rock vasco hasta el presente luminoso de Morgan, pasando por promesas británicas y… ¡qué demonios! la Iguana, omnipresente – en cierta manera – en todo el festival.
A las seis y media de la tarde, los veteranos Kokein tomaron el segundo escenario, como el que lleva años esperándolo. Fueron la última incorporación al cartel, tras la triste caída de Deadletter, una de las bandas que más expectación había levantado. ¿Veis? No solo cancela Morrissey.
Los de Eibar —más de 25 años en las trincheras del rock alternativo euskaldun— ofrecieron un concierto sólido, mostrando a una banda totalmente engrasada y trabajada para el directo. Capitaneados por su lideresa; Anari, Kokein lograron convencer a un público tempranero ya con ganas saltar.
“Gauez”, “Zutik”, “Garaia Da”, solo por poner un ejemplo, fueron tocadas sin temblar y con esa actitud en el escenario que siempre hay que alabar, esa que sale a llevarse todo por delante, sin pedir permiso al respetable. Kokein demostraron que la veteranía no debe estar reñida con la urgencia.
En el escenario principal, y también por efecto dominó del cambio de programación, aparecieron The Flying Rebollos, leyendas vivas del underground vasco que llevaban años en modo fantasma. Portugalete en vena, actitud sin domar y un puñado de himnos que aguantan mejor de lo esperado el paso del tiempo.
Temas como “Mis amigos”, “Vete” o “Modesta” hicieron sonreír a los más nostálgicos. Hubo un momento especial cuando dedicaron una canción a Toño Martín, el alma eterna de Burning, un guiño lleno de cariño y rock’n’roll castizo. No fue un concierto para nuevas generaciones, por supuesto, sin embargo, lograron alcanzar a una gran masa de público, quizás también por el mencionado cambio de escenario.
El escenario 2 estaba a punto de vivir otro acto de reivindicación histórica. Delirium Tremens, banda crucial del rock vasco de los 80, reunida desde 2021 tras tres décadas de silencio, demostró que lo suyo también se mantiene firme y hierático al paso del tiempo.
Público entregado, miles de personas viendo el show con respeto casi litúrgico, y un repertorio con fuerte olor a resistencia: “Dirudidu”, “Ihes”, “Baztan”, “Sua”… y otras tantas fueron desfilando, una tras una, sin paradas y sin tonterías. Discretos en su puesta en escena, directos al grano, sin florituras, pero siempre con la sonrisa del que se sabe ganador, frente al paso de los años.
Delirium Tremens no hicieron un concierto nostálgico en sí, son conscientes de que, tanto ellos, como sus fans, no son esos chavales de los 80s y por eso el sonido y las canciones suenan con más calma, pero igualmente de directas a la jeta. El tiempo ha pasado y la historia debe ser recordada y actualizada a base de sus guitarras.
Y entonces llegaron The K’s al escenario principal, con ese deje británico tan suyo, mezcla de arrogancia adolescente y plantel escénico de banda que sabe lo que vale. A medio camino entre The Enemy, Courteeners y los hijos menos agraciados de Oasis, los de Earlestown vinieron con canciones redondas de sobra para montar un fiestón, aunque no todos se dejaron llevar.
Hubo críticas entre cierta parte del público, que vieron en ellos una banda más de un “Benicàssim” (frase oída a mismo pie de escenario) que de un festival de rock. O “¿Estos quien son? Los Jonas Brothers”. En fin, que el público más “rockero” no es siempre el mejor para probar nuevos sonidos, alejados de la testosterona auditiva habitual que consumen.
Canciones como “Gravestone”, “Hoping Maybe”, “The Bends (Here We Go Again)” y “Sarajevo” sonaron potentes, y “Glass Towns” apunta a clásico de festival. Y ojo, que lo de “Hometown” coreado por cientos puede ser solo el principio. Aun con la división de opiniones, también propiciada (seamos sinceros) por el aire de desdén, sin duda heredada – o copiada – a los Gallagher, que se gastan los chavales desde el escenario, The K´s fueron toda una sorpresa con cancionero a prueba de balas.
Si alguien pensaba que en el segundo escenario se iban a quedar las sobras, Morgan se encargaron de anular esa idea pasadas las nueve y media de la noche. Los madrileños —ya gigantes de nuestro panorama— ofrecieron uno de los conciertos más sólidos del día. Sonido perfecto, banda en plena forma y una Nina de Juan que, por una vez, decidió cantar más que hablar, tiene una merecida fama de poseer una verborrea algo “plasta” en el escenario.
Prescindieron de las intros acústicas y esa salida cantando desde camerino, con la que llevan presentando Hotel Morgan (North Records 2025), tal y como hicieron el Noches del Botánico.
Tiraron por lo alto desde el inicio con “El Jimador” y “Cruel”, y no bajaron el ritmo ni un segundo. “River” y “Sargento de Hierro” fueron auténticos himnos, y el final con “Another Road” fundida con “Rapper’s Delight” desató la euforia colectiva.
Un concierto de manual, pero sin ser académicos, pasión y entrega en cada uno de los minutos, que se vieron reflejados en la asistencia de personal, convirtiéndose – a buen seguro – en uno de los conciertos con más afluencia del escenario 2 en todo el festival.
Téngalo claro, ustedes, que están leyendo esto y un servidor, algún día no estaremos en este mundo, sin embargo, Iggy, la iguana todavía estará. O al menos, eso parece después de verle de nuevo en directo.
Todo parecía que iba a estallar, incluso minutos antes del concierto. Porque cuando aparece Iggy Pop, ya no hablamos de un concierto, hablamos de algo más, un ritual, una liturgia. No importa si lo has visto una o quince veces. No importa cuántos años tenga (78 años recién cumplidos). Ni que tenga la espalda más arqueada y la piel más arrugada del universo. Iggy no da conciertos malos, porque Iggy no sabe hacerlo de otra manera.
Lo del Rockland se va directamente al cajón de la historia inmortal del rock and roll. Con un setlist muy acertado, Iggy ofreció el concierto de la jornada, del festival y, para muchos, de su vida. Seamos claros (me pueden pegar) la carrera en solitario de Iggy Pop no es que tenga altibajos, es que; directamente tiene canciones, pero en general es floja. Eso bien lo sabe él, que esta vez escogió justamente el 50% de canciones de The Stooges y algunas joyas de su carrera. En anteriores giras incluso ha llegado a tener el 70% de temas de The Stooges.
Pero vayamos al grano. Desde que abrió con “T.V. Eye” —guitarras afiladas, batería machacona y él al grito de guerra—, quedó claro que venía a saludar – su simpatía conectó desde el minuto uno con el respetable – pero principalmente venía a arrasar.
La banda que le acompaña desde hace – al menos – cuatro años, es una máquina engrasada de soul sucio, con sección de vientos incluida, como si James Brown se hubiera encontrado con The Stooges en un garaje de Detroit con una botella de bourbon y un ocho pistas. Y lo mejor; funciona a la perfección. Los arreglos no restan violencia a los clásicos de The Stooges, al contrario: les dan un aire de decadencia elegante, como si toda esa rabia primigenia hubiera sido concebida para ser tocada con vientos y teclados.
“Raw Power”, “I Got a Right”, “Search and Destroy”, “Death Trip”, “Down on the Street”, “1970”, “I Wanna Be Your Dog”… uno tras otro, los himnos de una era que cambió para siempre la historia del rock and roll sonaron con musculo y elegancia. Y entre ellos, clásicos de su etapa berlinesa como “The Passenger”, en la que comenzó en perfecto castellano, diciendo: “no tengo coche” (coreado hasta por el personal de las barras) y “Lust for Life”, que hizo temblar el suelo riojano.
La voz sigue ahí, más cascada, sí, pero cargada de amenaza y de la teatralidad inherente a la Iguana. Iggy se arrastra (menos que antes, como es obvio) grita, se contorsiona, se ríe del tiempo. Lanza botellas de agua, escupe, se golpea el pecho, se sienta como si el mundo acabara con cada canción. Nunca ha dejado de ser salvaje, pero ahora su salvajismo lleva experiencia y humor negro. Un tipo que sobrevivió a Bowie, a la heroína, a las jeringuillas compartidas, a los noventa… y que – en directo – sigue sonando como si estuviera actuando por última vez en la vida.
El tramo final del show fue directamente una celebración, “Some Weird Sin”, “Frenzy”, “Modern Day Rip Off”, “Nightclubbing” (fundida con “L.A. Blues”, en un momento de suerte de psicodelia industrial), I’m Bored y un cierre apoteósico con “Real Wild Child” y “Funtime”, mientras el escenario parecía a punto de venirse abajo.
Ahí está el milagro de James Osterberg, en un mundo donde el rock and roll ha olvidado su capacidad para ser peligroso, Iggy sigue ahí, haciéndonos saber que esto empezó con fuego y gasolina. No fue un concierto, fue una sacudida, algo irrepetible, nos acababa de pasar por encima (otra vez y espero que muchas más) el puto
Tras todo lo que se había vivido en el escenario principal, el bajón era considerable, pero había que seguir adelante. La británica Kira Mac salió con energía, vozarrón inapelable y actitud. Su mezcla de blues sucio y hard rock es efectiva. Ella y su banda han virado a una especie de “nu metal” y su show actual parece algo desdibujado y carente de rumbo.
Aunque congregaron a un buen puñado de fieles, la propuesta actual de Kira Mac parece buscar una identidad aún no resuelta. Versiones de Nate Smith o Warren Zeiders, combinadas con temas propios como “Hell Fire and Holy Water” o “Save Your Whiskey”, dejaron buen sabor, pero sin huella firme. Y ganas no le faltan, ni a ella ni a la banda, pero actualmente no tienen una personalidad propia y eso lastra sus directos, o al menos este.
Cuando el reloj marcaba la la 01:20 y el cuerpo de muchos ya no sabía si pedía cama o cerveza, llegó el último set del sábado: Wolfmother. Y como si fueran los pastores de una religión stoner, subieron al escenario principal con una misión clara, hacer retumbar Santo Domingo de la Calzada, hasta que las cabezas de los asistentes se derritieran por saturación de fuzz.
El trío australiano, comandado por el siempre peludo y eléctrico Andrew Stockdale, salió como una apisonadora y no dio tregua en ningún momento. Desde el riff inaugural de “Dimension”, quedó claro que esto no iba de cerrar con calma.
Stockdale, entre la pose “zeppeliana”, el deje a Ozzy y sus Black Sabbath y ese falsete que siempre suena al borde del colapso vocal, estuvo absolutamente desatado. Su guitarra, gruesa y saturada como un amplificador al once, llenaba cada rincón del recinto con capas de distorsión. Puede que lo suyo no sea nada nuevo, pero sí es reverencia sabia a una era en la que la saturación no estaba penada y el “pelaso” era religión.
El público, que podría haber dado signos de flaqueza a esas horas, respondió como si acabara de arrancar la jornada. Himnos como “New Moon Rising” o “White Unicorn” mantuvieron la intensidad, pero fue cuando sonó “Woman”, cuando aquello ya era una misa negra de rock pesado.
Entre medias, perlas como “Mind’s Eye”, “Pyramid”, “Vagabond” o “California Queen” sirvieron como viaje psicodélico, mientras la batería atronaba como en los tiempos dorados de Bonham. No es casualidad que al final fueran con “Joker & the Thief”, su carta más reconocible, coreada por todo el Rockland como si fuera el último canto de guerra de un ejército de camisetas negras.
Wolfmother no piden permiso ni lo necesitan. Llegan, enchufan, no hablan, revientan, saludan y se van. Como debe ser.
Del cartel del domingo no dimos cuenta, pero todo apunta a que el Rockland Art Fest cerró como se merecía. Contra todo pronóstico (por eso de trabajar los lunes) el domingo no solo no bajó la afluencia de público, sino que fue récord con más de 12.000 personas en su momento álgido, según fuentes de la organización.
Así que, el recinto despidió esta edición a ritmo de The Black Keys, Girlband!, Warmduscher, Marcus King y Fantastic Negrito. Desde la organización lo resumen así: “Hemos vivido tres días que ya son parte de la historia del rock en España: un cartel de infarto, con dos escenarios a todo ritmo, pero sin solapes. Con una asistencia de más del noventa por ciento y una audiencia que lo ha dado todo desde el primer riff”.
El año que viene nos vemos en Santo Domingo de la Calzada.
Fotos Rockland Art Fest 2025: Fernando del Río
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