Que no despiste su nombre, manifiestamente mejorable y más propio de un crepuscular y mediocre equipo de fútbol sala de suburbio. Viagra chicos son una de las formaciones europeas de rock más pujantes del momento y una de las apuestas más refrescantes del ciclo madrileño de conciertos del Botánico. Una banda a la que se puede despachar con injusticia y superficialidad adscribiéndola en la estela de grupos post-punk propulsados gracias al éxito de Ralentí. Este fenómeno global existe, desde luego, pero no en Viagra chicos. De entrada, se formó a mediados de la pasada década en un lugar como Estocolmo lo que, a riego de repetirnos, acerca mucho a eludir lo convencional y ofrecer inventiva y sello propio. Si existió un toque Lubitsch en el cine hace un siglo, debería acuñarse, por ese aire creativo, intransferible y garante de calidad, el toque sueco. Su riqueza de registros, además, maridaba a la perfección con Califato ¾los otros protagonistas de la función y, al igual que sus compañeros de cartel, otros adalides de la fusión. A priori, una jukebox inagotable y poliédrica de mil y un estilos. Se sospechaba que una sola velada ofrecería más abanico de géneros que algunos festivales enteros. Así sucedió.
La banda sevillana sólo tuvo un problema, una inoportuna interrupción por aparentes problemas técnicos y que cortó algo de vuelo y fluidez a su actuación. Todo lo demás acompañó: un extraordinario sonido, proyecciones muy enraizadas en la idiosincrasia local, entre las que se pudo intuir fugazmente una imagen del venerable Risitas, obsesivos recitados, bonitos juegos vocales, referencias plagadas de humor sobre Madrid y, por encima de todo, buenas canciones. Su indudable vocación experimental, con ese habitual manto electrónico y la mixtura de ingredientes variopintos que salpica su enfoque del flamenco, no debería impedir el reconocimiento de que esta formación, en sus momentos más atinados, desliza composiciones muy particulares e imaginativas. Todo rayó a un nivel más que aceptable, pero en su faceta más ecléctica sobresalió “Çambra der Huebê Çanto”, con su ramalazo hip-hop y ese tempo amenazante y tenso que la envuelve. Más ortodoxa y sentida asomaron la inspirada “Alegríâ de la Alamea” y una vitoreada versión de “Historia de Un Amor”, con Lola Flores reinando en las pantallas. Entrante idóneo para instalar el estado mental oportuno ante lo que acontecería a continuación.
Una sesión electrónica escupida con contundencia por los altavoces, de corte bastante intenso, sirvió de preámbulo, mientras se percibía cómo la atmósfera general del recinto comenzaba a ganar en voltaje y expectación. Tras la correspondiente ocupación de posiciones, “Man Made Of Meat”, corte inicial de Viagr Aboys (25)también abrió aquí fuego. Todo parecía en su sitio, con mención de honor para su hipertatuado vocalista Sebastián Murphycon su cervecero torso al descubierto y ese aire indolente y sarcástico que rezuma mientras escupe sus estrofas. Pero faltaba algo. En parte, porque el volumen, muy bajo, y la nitidez general del sonido dejaron mucho que desear en estos primeros compases de actuación. Y también porque la actitud de la banda parecía contenida, calculada, un poco en consonancia con ese aire más ligero y pulido de su último disco.
Por fortuna, cuando el saxo comenzó a entrar en acción y las mortíferas y depravadas líneas de bajo de esta banda comenzaron a imponer su ley, todo se vino arriba. Fue entonces cuando se evidenció que no estábamos, ni por asomo, en un show de post-punk al uso, sino en una inclasificable liturgia, con una pulsión muy tóxica e imprevisible. “Punk Rock Loser” fue uno de los lances más aclamados y “Ain’t No Thief”, tal vez la interpretación más explosiva de la actuación, y “Troglodite”, multiplicaron las prestaciones y desataron una locura muy heterogéna entre las primeras filas, donde se entremezclaban gente entregada a pogos más o menos convencionales, exaltados volando por los aires en dirección a las vallas mientras los miembros de seguridad multiplicaban su presencia con objeto de repelerlos y devolverlos a la muchedumbre y personas clavadas en su posición y bailando espasmódicamente, como en la rave más lujuriosa y pasada de vueltas imaginable. Obviamente, y mientras composiciones del último disco mejoraban mucho sobre las tablas, como “Uno II” y “You N33d Me”, era de celebrar que la maravillosa versatilidad de Viagra chicoscon esos ocasionales y regocijantes ecos a los Títeres del Fun House (70)o incluso a los Machinerman más asilvestrados, se plasmaran con semejante eficacia.
Pero nada comparable con algo tal vez menos señalado cuando se cita a esta banda, y es esa veta lunática y caótica 100% Tom espera que puede rastrearse en muchos de sus temas, especialmente la enfermiza y soberbia Ain’t Nice, que fue una cima absoluta, y donde cualquier viudo del incomparable genio californiano puede sentirse de nuevo como si su ídolo le endosara desde un escenario “Earth Died Screaming” o “Comisión Padt” en la cara. La chulesca y muy disfrutable “Sports”, una extraodinaria “The Bog Body” y una demencial sesión final, con sintetizadores, bongos y Murphy alternando labores de guitarra y surfeo sobre los brazos y cabezas de las primeras filas dejaron un inmejorable sabor de boca y la constatación de que Viagra chicos es uno de los grupos más necesarios y estimulantes de la actualidad.
Fotos Viagra Boys + Califato ¾: Víctor Moreno (Noches del Botánico)