A mitad del concierto de Amarallas pantallas del Movistar Arena se tiñeron de blanco y negro. Aparecieron imágenes breves, casi parpadeos de historia. Y de pronto, una que lo detenía todo: un hombre de perfil, poncho al viento, guitarra en mano, cantándole a una montaña. Era Víctor Jaray sonaba “Te recuerdo Amanda”. Nadie explicó nada. Nadie tenía que hacerlo. Las miles de personas que llenaban el antiguo Palacio de los Deportes entendieron al instante que aquello no era una pausa entre canciones. Era algo más: Era memoria.
La imagen, Jara rendido ante el Machu Picchu, mirando como si cantara para la montaña o para la eternidad, quedó unos segundos suspendida. Luego se desvaneció, y Eva Amaral apareció en el centro del escenario. “Nos gusta mucho esta imagen”dijo. “Porque nos lleva a esa Dolce Vita de la que hablamos en el disco. A disfrutar de la belleza, a sentirse parte de ella, a mirar esa montaña eterna… Pero también habla de la otra cara. De la crueldad. De esa que habita en la naturaleza, y también en algunos seres humanos. Como los que nos arrebataron a Víctor Jara. Como los que hoy siguen arrebatando vidas, en Gaza”.
El público rompió en aplausos. No eran festivos. Eran de acuerdo.
Eva continuó: “Él miraba esa montaña, y miraba toda la belleza y la vida. Nosotros lo estamos mirando a él. Y ese núcleo será eterno. Así que no nos lo han arrebatado. La belleza sigue”. Sin más dilación, la banda al completo conformada por Juan Aguirre, Ricardo Esteban (bajo), Alex Moreno (batería) Miriam Moreno (vientos y percusión), Sergio Valdehita (teclados) y Laura Sorribas (cuerdas y teclado), comienzan con “Podría haber sido yo”, una de las nuevas pero que ya parece de siempre. «Podría haber sido yo / de haber nacido en tu playa / por tocar esta guitarra / por cantar esta canción.. El tema no se olvida. La imagen tampoco.
Después vienen dos clásicos: “Resurrección” y “Coómo hablar”. Y todo encaja. Las letras, el orden, el momento. «Quiero un mundo nuevo / mi corazón no lo compra el dinerocantan en la primera. Cómo decirte que me has ganado, poquito a poco»en la siguiente. Las canta Evalas canta Juan, las canta el público entero. Cada uno a su manera, pero todos con la misma certeza: eso que está sonando no es solo una canción, es parte de algo más grande. De un todo.
En apenas diez minutos, Amaral resumió lo que es. Y por qué lo es. Porque no se trata solo de hacer canciones bonitas, sino de darles sentido. De convertirlas en lugar. En casa para otros. Como dijeron ellos mismos en mitad del concierto: “No nos gusta explicar nuestras canciones, nos gusta que la gente saque su propio significado”. Y tienen razón. He escuchado estas canciones mil veces, pero nunca así. Esta vez, algo cambió. Ahora significan otra cosa. Otra cosa que también soy yo.
Porque en medio de un concierto que repasó décadas de carrera y estrenó todas las canciones que conformar su nuevo disco, lo que ofrecieron en ese tramo fue una forma de habitar la belleza. Una manera de decir que, incluso cuando el mundo se rompe, hay montañas que siguen. Hay imágenes que no se borran. Hay canciones que no te salvan, pero te sostienen. Y Amaraldesde hace más de dos décadas, sabe hacer de la belleza y del dolor algo compartido.
Pop con conciencia. Melodías que cruzan generaciones. Y, sobre todo, un grupo que sigue escribiendo canciones que emocionan y te hacen reflexionar. Que, cuando se colocan en el orden justo, forman un todo. Presente, pasado y futuro del que, para mí, es el grupo pop más importante que ha tenido y tiene España en el siglo XXI.
El concierto, con una duración que superó las dos horas, estuvo compuesto por treinta canciones. Quince de ellas pertenecen a Dolce Vita, su último trabajo de estudio, y la otra mitad fue una selección equilibrada de grandes himnos que han acompañado al dúo zaragozano a lo largo de las décadas. Desde “Toda la noche en la calle”, “Días de verano” o “Moriría por vos”, que aparecieron en la primera parte del repertorio, hasta un final verdaderamente estratosférico con “Marta, Sebas, Guille y los demás”, “El universo sobre mí” y “Ahí estás”, una de las más reconocidas de su último disco y con la que decidieron cerrar la noche.
Lo cierto es que, ya sean himnos de otra época o composiciones recientes, todas encuentran su lugar en el directo. Los clásicos, por supuesto, siguen siendo apuestas infalibles, basta con escuchar cómo el público estalla con los primeros acordes, pero lo realmente significativo es cómo muchas de las nuevas canciones, como “Rompehielos”, “Libre” o “No lo entiendo”, publicadas como adelantos en 2024, se integran con total naturalidad. No desentonan, no piden permiso: llegan, emocionan y se quedan. Porque cuando Juan Y Eva escriben una canción, generalmente solo necesitan tiempo, aire y escucha para que esa pieza termine convirtiéndose en parte del imaginario colectivo. Como sucedió, y como recordaban ellos mismos en la entrevista que les hice hace unos meses, con la ya intocable “Cómo hablar”.
Más allá del repertorio, la noche no fue redonda. Hubo un problema serio: el sonido. En las primeras filas de pista y en la zona situada justo detrás del equipo técnico, parte del público experimentó una calidad sonora deficiente. Desde donde yo estaba (grada baja, esquina derecha de la entrada principal, junto a otros compañeros de prensa), todo sonaba perfecto. Pero fuera de ese ángulo, la realidad podría ser otra. Las quejas fueron constantes al terminar el concierto, se repitieron en redes sociales, y durante el propio show llegaron incluso a los músicos, cuando desde las gradas empezó a corearse un insistente “¡sí se oye!” como respuesta, generando un momento de desconcierto, tanto para los músicos como para todos los espectadores.
A nivel escénico, el concierto fue también un despliegue de luces, cambios de vestuario y discursos entre canciones que aportaban contexto y piel. Amaral no va del tirón: se mete mete en lo personal, en lo político, en lo emocional. Uno de los momentos más duros fue con “Salir corriendo”, cuando Eva habló de la violencia machista. Pero también hubo espacio para la nostalgia, como cuando Juan Aguirre se quedó solo con su guitarra para cantar “Tardes”, una canción del primer disco de la banda. Nunca antes lo había visto interpretarla, y lo hizo desde un lugar muy suyo, muy íntimo, recordando los comienzos por las salas de Madrid. De esos momentos que no te esperas y se convierten en tus favoritos.
Amaral tiene ese algo. Ese algo que no se entrena, que no se compra, pero que lo cambia todo. Una mezcla de oficio, emoción y verdad que conforma lo mejor que puede ofrecer la música pop en España. Y ese algo va más allá de las canciones. Por eso, incluso quien no conecta con sus temas se levanta a aplaudir al dúo. Por eso, en aquella crónica oral sobre la escena de guitarras, cuando preguntábamos a las bandas por sus referentes, siempre aparecía Amaral. Porque hay respeto. Porque hay entrega. La noche anterior tocaron en el festival Alcazaba de Badajoz y también lo hicieron suyo. Da igual que sea un festival, una sala o un Movistar lleno: Amaral siempre conecta, y lo hace tanto por lo que hacen como por lo que son.
Fotos Amaral: Víctor Terrazas