Entradas agotadas para ver en acción al apodado – merecidamente – “El caballero de la salsa”. Este es el cantante puertorriqueño Gilberto Santa Rosaprácticamente un viejo conocido de Noches del Botánicocuya “parroquia salsera” convierte el madrileño espacio en un salón de baile gigante en cada visita.
Pero antes se iba a disfrutar de otro artista bien caliente, su excelentísima perversidad, Tito Ramírez y Los Verdaderos Reales. Todo en Tito Ramírez es misterio, su procedencia, su pasado, su nombre real ¿Quién se esconde detrás de ese antifaz y ocasionalmente esas gafas de sol? Nadie lo sabe, ni siquiera los miembros de su banda.
El hombre-mito de la “perversidad elegante” se presentó sobre el escenario con sol aun rebotando en sus gafas de sol, como si llevara el mismísimo fuego del barrio en su mirada. Con una intro casi protocolaria, que sirvió para que los Verdaderos Reales fueran tomando posiciones y tanteando a un respetable, que se mantenía más curioso que entregado.
Tras unas excelsas, aunque algo frías en apariencia – sobre todo por un público algo distante –: “Sangre” y “Tell Your Lies”, Tito Ramírez tenía un as guardado en la manga y no era otro que la estupenda “Pal Barrio” en la que animó a los presentes a defender sus barrios a toda costa.
La aparente frialdad de los primeros minutos duró poco, la banda comenzó a marcar terreno, la sección rítmica fibrosa y el deje canalla de su excelencia inauguraron la noche de manera oficial. La imbatible “Have to see ma babe”, hizo de pasarela para la parte central del setlist, que fue un sinfín de contrastes, donde los más predispuestos encontraron excusa perfecta para hacer los primeros movimientos de cadera de la velada.
La ironía de “Santitos y Diablitos, la urgencia de “Let me go” y el delirio de “Mambo nº 666”, en la que Tito avisó de que toda la audiencia iba a caer ante el influjo del diablo, hicieron que los asistentes se rindieran definitivamente a la mezcla de rhythm & blues, soul y desenfreno pachangero.
“Mi debilidad” fue el preámbulo perfecto para el tramo final, en el que Tito se permitió incluso bromear con su propia leyenda. “Cachito de cachopo” y el oscuro groove de “Príncipe de la tiniebla”, mostraron su cara más teatral. Su banda sonaba tan compacta, que parecía que llevaban veinte años tocando juntos en la misma esquina del antro del averno.
Con la audiencia ya totalmente ganada, el último tramo fue una celebración, con “Lonely Man” y el fin de fiesta con “T.N.T”, donde Tito, que hasta entonces había estado parapetado detrás de su guitarra, la dejó para marcarse unos pasos de baile que arrancaron vítores y teléfonos móviles en alto.
Tito Ramírez volvió a demostrar que es mucho más que un musico revivalista, es un predicador de la fiesta con discurso y cancionero propios. Aunque el grueso del público había venido a ver Gilberto Santa Rosa, seguro que se fueron con la sospecha de que Tito Ramírez y los Verdaderos Reales habían robado un pedacito de su alma.
No todos los días se ve sobre un escenario una autentica orquesta de salsa puertorriqueña, integrada casi por una veintena de músicos, dirigida en este caso por Gilberto Santa Rosa. Así que, ya con la noche entrada y la luna haciéndole el favor de iluminar su figura de crooner de la salsa, quedó claro que los asistentes no habían ido a especular, estaban allí para cantar todas y cada una de las canciones, desatando en el recinto un incendio de proporciones tropicales.
El arranque con “La agarro bajando” fue como como el disparo de salida para que todo se convirtiera en un coro multitudinario. Desde ahí la noche se convirtió en una celebración del romanticismo y la “gozadera” sin concesiones.
El primer golpe de efecto, tanto a nivel sonoro como escénico – la pantalla gigante trasera se convirtió en una noche estrellada – vino con “Montón de estrellas”, demostrando además que mantiene su voz intacta.
Gilberto Santa Rosaademás de estar en plenas facultades vocales, demuestra ser un mago de los tempos y los espacios en el escenario y lo hizo moviéndose de un lado para otro, saludando y sonriendo a cada rincón del auditorio de Noches del Botánico.
La noche se permitió algunos giros de guion, como cuando su trompetista salió a bailar con él al medio del escenario, o esas anécdotas contadas de viva voz por el propio Gilberto, de aquellos años en los que la salsa era omnipresente en cada rincón de América Latina.
Pocas veces se ha visto en este recinto un ambiente tan cargado de complicidad, no hubo quien no agitara las manos en “Cartas sobre la mesa”, o quien no bailara como loco en ese homenaje a Omar Enrique Alfanno con el medley de sus temas: “Sin Voluntad”, “Malherido” Y “Me Volvieron a Hablar de Ella”, convirtiendo estos minutos en un punto álgido de la noche.
Lo de Gilberto Santa Rosa en Noches del Botánico se va directo al baúl de los recuerdos apoteósicos. La salsa no es solo un género musical, es un lenguaje vivo y ardiente.
Fotos Gilberto Santa Rosa + Tito Ramírez: Fernando del Río