Builder.ai, una startup tecnológica que llegó a estar valuada en más de 1.500 millones de dólares, ofrecía una plataforma que, supuestamente, permitía desarrollar aplicaciones de forma automatizada y con mínima intervención humana. Su producto estrella era Natasha, una inteligencia artificial presentada como capaz de diseñar y codificar apps a pedido. Pero todo era una farsa.
Según una investigación publicada por Bloomberg, la compañía no solo exageró el rol de la inteligencia artificial en sus procesos, sino que directamente ocultó que casi todo el trabajo lo hacían ingenieros humanos en India. La empresa también infló ingresos, simuló contratos y engañó a inversores de alto perfil como Microsoft, que llegó a poner más de 400 millones de dólares.
El caso estalló este año, tras la intervención de acreedores y el inicio de investigaciones en varios países. Builder.ai se declaró en bancarrota en mayo y dejó un tendal de deudas, empleados sin trabajo y preguntas abiertas sobre la fiebre por invertir en IA.

La promesa de una IA que no existía
Builder.ai fue fundada con la premisa de que el desarrollo de aplicaciones podía automatizarse casi por completo. Su premisa: un sistema tan simple “como pedir una pizza”. Bajo esa lógica, la empresa logró captar la atención de gigantes como Microsoft y fondos como el Qatar Investment Authority, que apostaron fuerte por la startup.
El diferencial era Natasha, una supuesta IA capaz de generar aplicaciones a medida en pocos días. Pero, en realidad, todo el proceso era manual: más de 700 ingenieros contratados en oficinas en India hacían el trabajo a mano, usando plantillas prearmadas que luego se presentaban como producto de un algoritmo avanzado.
Las demostraciones estaban cuidadosamente coreografiadas para exagerar las capacidades del sistema.
Bloomberg reveló además que la empresa simuló un contrato con la firma india VerSe para inflar sus ingresos y atraer nuevas rondas de inversión. Microsoft llegó a invertir 445 millones de dólares. La revelación de que todo era una fachada tuvo un efecto demoledor sobre la reputación de la compañía y sobre sus finanzas.
Mentiras contables y acusaciones de lavado de dinero

El colapso de Builder.ai se precipitó cuando Viola Credit, una entidad financiera acreedora, embargó 37 millones de dólares de sus cuentas tras descubrir inconsistencias graves en las proyecciones económicas de la empresa. El CEO y fundador, Sachin Dev Duggal, había prometido ingresos por 220 millones de dólares en 2024. La realidad: apenas facturaban 50 millones.
Duggal también fue vinculado a investigaciones por lavado de dinero en India, lo que aceleró su salida de la compañía.
Con la llegada del nuevo CEO, Manpreet Ratia, se destaparon aún más irregularidades: deudas por más de 115 millones de dólares con empresas como Amazon y Microsoft, y más de 1.000 empleados despedidos.
La situación motivó investigaciones por parte de organismos regulatorios en Estados Unidos y Reino Unido. Además, un exempleado ya había denunciado en 2019 que el sistema era una “cortina de humo”. En aquel momento, fue despedido tras presentar una demanda de 5 millones de dólares por despido injustificado.
No es la primera vez: Holmes y Theranos; Nikola Corporation y FTX

El caso de Builder.ai se suma a una lista creciente de fraudes y estafas nacidos en el corazón de la industria tecnológica, donde la promesa de innovación a menudo eclipsa la realidad. En este sentido, Silicon Valley ya tiene varios antecedentes resonantes de empresas que engañaron a inversores, usuarios y al mercado en general con productos que no eran lo que decían ser.
Uno de los más recordados es el de Elizabeth Holmes y su empresa Theranos, que prometía realizar análisis clínicos con solo una gota de sangre. Durante años, Holmes convenció a inversores de alto perfil y construyó una imagen de visionaria. Pero todo era una mentira: los análisis no funcionaban, se manipulaban los resultados y se ocultaba la verdad incluso a los empleados. Holmes fue condenada por fraude y hoy cumple una pena de 11 años en prisión.
También está el caso de Nikola Corporation, la empresa que aseguraba tener camiones eléctricos impulsados por hidrógeno. En 2020 se descubrió que uno de sus prototipos estrella ni siquiera tenía motor: en un video promocional, el vehículo simplemente rodaba cuesta abajo para simular funcionamiento. Su fundador, Trevor Milton, fue condenado por fraude y la empresa perdió miles de millones en valor.

Y en el mundo cripto, el caso más emblemático fue el de Sam Bankman-Fried, fundador de FTX, una plataforma de intercambio de criptomonedas que colapsó en 2022 tras revelarse que usaba los fondos de sus clientes para financiar operaciones arriesgadas y cubrir pérdidas en su fondo de inversión, Alameda Research. FTX llegó a estar valuada en 32.000 millones de dólares. SBF fue condenado por fraude y lavado de dinero en 2023 y enfrenta más de 100 años de prisión.
Todos estos casos tienen algo en común: prometieron transformar industrias enteras, levantaron cientos o miles de millones de dólares y terminaron siendo monumentales estafas.
La fascinación por la disrupción tecnológica, combinada con la falta de controles rigurosos, sigue siendo un caldo de cultivo fértil para el fraude en la era digital.