“Hace seis meses estábamos tocando en una sala para mil personas acá”recordaba Paco Amoroso en la recta final del concierto, como quien todavía no termina de creerse del todo que un Tiny Desk te puede cambiar la vida de un día para otro. El espectáculo al que se refería Paquito fue el que ofrecieron en noviembre del año pasado en la Sala pero. Ya en aquel momento llegaban envueltos en un hype enorme tras su actuación en el Tiny Desk el mes anterior, considerado uno de los mejores de la historia de esta radio estadounidense.
Medio año después, multiplican por quince la asistencia en Madrid. Y no es un fenómeno aislado: el salto se replica también a lo largo del continente americano. Sin duda, la pregunta que rondaba nuestras cabezas es: ¿hay una propuesta real?
Estamos tan acostumbrados a los productos de usar y tirar, a la turbocapitalización de la cultura, alimentada con esteroides en forma de vídeos de 30 segundos en TikTok, que incluso a quienes estamos al tanto de las novedades musicales nos cuesta diferenciar lo real de lo impostado. Las redes sociales como fábrica de éxitos desechables, y nosotros, como usuarios escépticos, cada día más incapaces de separar el grano de la paja.
Pero aquí hay grano. Mucho. Porque lo de Ca7riel y Paco no se sostiene solo en carisma ni actitud. Se apoya también en una banda sólida, casi una docena de músicos, que no solo potencia su sonido, sino que lo ensancha, lo hace respirar, lo empuja del funk al rock, del club al urban, sin perder identidad. Y, sobre todo, lo sostiene con criterio: los músicos entienden su lugar, que no es el de la individualidad (aunque hay espacio para eso: un solo de batería por acá, un momento de viento por allá), sino el del engranaje perfecto. Son el eje invisible sobre el que giran las dos figuras centrales del show. Ese es, probablemente, uno de los grandes aciertos de esta nueva etapa post Baño María (2024): entender que no basta con tener talento (que lo tienen), sino que también hay que saber articularlo. Por eso su Pequeño escritorio no fue un golpe de suerte, sino la consecuencia lógica de un proceso que se viene gestando desde hace tiempo.
Ca7riel y Paco son dos animales escénicos. Manejan los tiempos, el ritmo, el humor, la distancia. Han construido dos personajes y se los creen. Y eso, en la música, es de lo más difícil. Al inicio del concierto, por ejemplo, repasaron “Dumbai”, “Baby Gangsta”, “Mi diosa” o “A mí no” sentados en una especie de altar, uno junto al otro, sin apenas mirarse, sin contacto con el público. Chulería performática. Una declaración de intenciones. Lo cierto es que esta formación, y las decisiones que ha tomado tras su ascenso meteórico, son intachables. Por eso, la pregunta que planteamos líneas atrás se responde con un sí rotundo.
También está en esa locura que procesa Ca7riel: ya sea saludando a su madre, en los gestos hipersexualizados y provocativos, o en esos inicios de tonos guturales que remiten directamente a su formación de heavy metal, Barro. En temas como “Polvo” o “Mcfly” (rap sobre bases de electrónica muy clubbing) se paseaba sin camiseta por una pasarela que lo conectaba con el público, fundiendo frontman, performance y criatura del subte porteño. Una forma de tomar el escenario muy en la línea de Damiano de Luz de la luna. Paco, por su parte, va por otro camino: el de la sensibilidad queer, el deseo sin etiquetas. “Se viene un momento sensible para la gente con problemas del corazón. Yo ya lo tengo endurecido”bromeó antes de interpretar la colaboración que hizo con Burlón allá por 2019. Uno tira por el caos; el otro, por la caricia. El dúo funciona porque se contrapesan. Una dupla que, sin duda, suma más que las partes individuales de ambos.
La sinergia entre ambos se amplifica en momentos clave del show. Como cuando lanzan camisetas al público al más puro estilo Super Bowl, con “Get Ready For This” de fondo. O en el clímax del bis, cuando “#Tetas”, “El día del amigo” y “El único” los interpretan sobre la pasarela, rodeados de una decena de culturistas que los mantean como si se tratara de una performance dionisíaca. Todo eso, filmado en tiempo real por un equipo de videógrafos que convertía el directo en las pantallas en algo muy parecido a un videoclip de YouTube.
Y es ahí donde se percibe otro de los grandes aciertos del dúo tras su despegue post-Tiny Desk: saberse rodear de un equipo escénico de primera. La propuesta no solo suena bien, también se ve bien. Se ve enorme. Escenario dividido en tres partes, juegos de luces que involucran al público, efectos con láser y luces estroboscópicas, llamaradas, una turbina de humo y dos cabezas gigantes de Ca7riel Y Paco Amoroso de unos diez metros de altura.
Ahora bien, si en lo musical la evolución es evidente, en lo letrístico es otro cantar. El continuo flexeo de mujeres, fiesta y dinero, que en sus inicios funcionaba como una sátira al trap hegemónico argentino, con una estética pensada más para atraer a un fan de El Mató a un Policía Motorizado o Las Ligas Menores que a uno de Trueno O Dillom, hoy parece haberse diluido en el mismo lenguaje que supuestamente ironizaba. Y entonces surge la duda: ¿sigue siendo ironía?
Aquí ya queda poco de ironía y mucho de saber gestionar las oportunidades para sacar el máximo rendimiento: comprarte una casa, vivir cómodamente de la música. No sorprendería a nadie que, cuando tengan más tiempo, nos presenten otros proyectos en solitario (o los recuperen), con otros códigos, ahora que ya no tienen que dejarse la vida por sostener un estilo musical que, comercialmente, a casi nadie le importa y que apenas generaba dinero o reconocimiento, salvo en contadas excepciones, tal y como ellos han mencionado en diferentes entrevistas.
La música urbana es el mainstream, y no parece casual que el reconocimiento masivo les llegue cuando viran hacia esa dirección. Astor, la banda anterior en la que Pozo tocaba la batería y Ca7riel la guitarra, tenía grooves similares en lo musical, pero nunca esta magnitud mediática. Incluso en las primeras canciones del dúo, todas prepandemia, todas con ese espíritu burlón sobre el trap, “A mí no”, “Ola mima xd”, “Ouke”, presentes en el setlist.
Realmente cuesta saber si estamos ante una parodia muy inteligente o ante una asimilación total del discurso que buscaban ironizar. Lo mismo sucede con Papota (2025), el nuevo álbum que, más que disco, es la expansión lógica del Tiny Desk: suma esos temas y añade cuatro más que siguen esa línea funk-urban, con críticas a la industria musical. Pero lo cierto es que pocas cosas más “industria” que este concierto: una puesta en escena propia de El Weeknd O Musa. Las canciones son fantásticas, pero también están diseñadas con tres o cuatro estribillos por tema, como quien lanza anzuelos esperando que alguno se viralice en redes.
Y aun así, es imposible no rendirse. Imposible no admitir que este ha sido uno de los conciertos del año. Ca7riel y Paco conocen el juego, lo estudian, lo practican y lo juegan mejor que nadie ahora mismo. La próxima vez que pasen por Madrid, seguramente el Movistar Arena se les quede corto.
Fotos Ca7riel y Paco Amoroso: Víctor Terrazas