De la unión de músicos de rock de la escena sevillana subterráneo nos llega este proyecto que bajo el nombre de 2020 unen esfuerzos las mentes insobornables de componentes de Látigo floreciente (Xavier castroviejo a la voz), Gu Vo (Alejandro Ruíz a los teclados y efectos), Las Janes (Carolina Cebrino a las baquetas) y Aavv (Alfonso Benítez tocando la guitarra). Con gustos afines y una habilidad temeraria para reformular influencias en un incandescente y visceral muro de sonido de electricidad que desborda cualquier narrativa premeditada. Uno tiene la sensación de que estos colegas se conocen muy bien, y la música que se abre paso es intuitiva y con una metología a la que se le podría aplicar lo de free y el santo y seña del DIY como el carácter distintivo que adaptan a su forma de entender el rock.
El sonido exuda carnalidad y mugre a partes iguales, algo que ha entendido a la perfección el productor Jose Antonio Muñoz, así como la posterior masterización de Oral (ingeniero y músico que ha trabajado con Michael Rother, Holger Czukay o los raperos Wu-Tang Clan). Un aquelarre en forma de partituras que suenan arrolladoras ya desde ese inicio con “X”, entre loops furiosos, el martilleo de las baquetas, y una voz que declama desgañitándose a la manera de unos El ex. Directo a la yugular a las primeras de cambio.
El ruido, el ritmo marcial y ecos pantanosos de blues esculpen “I”, en donde juegan con maestría con los silencios y las heridas se muestran aún sin cauterizar, mientras que en “V” los componentes del grupo enhebran una melodía que transita por marcos referenciales que van del free jazz al metal, pasando por las herencias contraídas con grupos que admiran como serían Este calor, Cromo o alguno de esos proyectos facturados desde la discográfica Tentáculos alternativos.
“OXD” es (otro) golpe seco a base de voces guturales en una suerte de secuestro en donde las texturas se van desbordando en crípticos rompecabezas con reminiscencias a Mentirosos o a unos Ranura hipervitaminados, en tanto que en “VII” se va creando un mantra repetitivo y eléctrico sustentado por una colcha de lava candente que sostiene una melodía que se revuelve entre los ambientes malrollistas de Mick Harris Y Nik Bullen en Desdén. La esencia de unos primerizos Jóvenes sónicos se atisba en el diálogo de guitarra y batería encarnado en “III” y “IX”, aunque esta última haga uso del ruido de forma más oblicua acercándose por momentos al doom metal. La andanada rítmica en “IV” está preñada de pausas intrigantes y una intrépida dialéctica que combina el postpunk, la herrumbre industrial, y lo dadá si me apuran, y cierran este magnífico disco con “VIII”, otra muestra de rock impulsivo, carnal, y repleto de aristas por explorar. Aspectos en la portada y en el sonido de 2020 me permiten tender hipotéticos puentes con el imaginario ético y estético de Luna de cáncer. Juego de espejos deformantes.
Escucha 2020 – 2020