Lo cierto es que el asunto pintaba bien desde el principio. Las luces misteriosas llegaban con Purgatorio (Wick, 24), su inspirado nuevo disco bajo el brazo como excusa. Una banda que cabía suponer en estado de gracia, atendiendo a los parabienes desprendidos de sus conciertos peninsulares previos a su fecha madrileña (penúltima de un total de nueve). Un secreto a voces que corrió como la pólvora hasta el punto de agotar las entradas para la cita, poco más de veinticuatro horas antes del bolo en cuestión. Por si fuera poco, el power-trío Querida Joanne calentó el ambiente (y, de paso, dejó un gran sabor de boca) con canciones afiladas influenciadas por Zorro Y Los fugitivosen una actuación guiada por la magnética vocalista Eva Summers.
Con un Copérnico abarrotado, era difícil no recordar el idéntico aspecto que lució la sala en mayo del año pasado, cuando Las ramitas de limón ofrecieron un concierto impecable ante otro aforo completo. Porque Las luces misteriosas miran a las mismas décadas que el grupo de los hermanos Brian y Michael D’Addario, recuperando de los sesenta y setenta sus principales influencias (con la serie de discos “Nuggets” como biblia a seguir). La formación afincada en Nueva York podría entenderse, en realidad, como el reverso oscuro, gamberro y desatado en todas las direcciones de los pulcros Las ramitas de limónestafa Los sonicsEl Zombis, Los easybeats, Elevadores del piso 13 o incluso Led Zeppelin brillando en la solapa como orgullosos referentes.
Una banda también impecable en ejecución, en base a esa brutal base rítmica compuesta por el bajista Alex cree y el batería Zach Butlerel dotadísimo guitarrista Luis Solanoy la teclista Lily Rogers completando la ecuación junto a, por supuesto, ese buen cantante (y mejor frontman) que es Mike Brandon. Una banda con recorrido estilístico dentro de sus parámetros, que tan pronto reparte buenas vibraciones como una electricidad evidente, mientras se contonea con regocijo hacia el garage y la psicodelia. El resultado, al contacto con el escenario y desde el mismo momento en el que el quinteto tomó posesión del mismo, fue un desparrame inflamable e ininterrumpido de intensidad abrasiva (casi asfixiante), muy por encima de lo que las de por sí elevadas expectativas.
Más de hora y media de deliciosa tensión sonora, en una de esas actuaciones de puro nervio mantenida estoicamente sin bajones aparentes mientras canciones como “Melt”, “Memories”, “Tracy”, “Can’t Sleep Through the Silence”, “Follow Me Home”, “Together Lost”, “Snuck Out”, “Don’t Want No Don’t Need No”, “What Happens When You Turn The Devil Down” o “Tchick Skin” provocaban pogos en un público de diversas generaciones. Un descontrol creciente que, en cualquier caso, no osó restar protagonismo a la propia ejecución de las canciones, tan musculosa como definida y que señalaba de frente a unos músicos excelentes.
Se veía venir y el tramo final evitó decepcionar, con unos bises derivados en locura y hechos precipitados uno tras otro. La revisión del “I Hate You” de Los monjes; el crowd surfing de David Jiménez-Zumalacárui –responsable de la promotora Corazón de oroque organizaba la gira–; “I’m So Tired (Of Living In The City)”; el propio Brandon volando sobre el público; “Someone Else Is In Control”; invasión de escenario; y la traca final en forma de versión del clásico garagero “Demolición” de Los Saicosen este caso interpretada por el animoso tour manager del grupo. Una velada gozosa, en definitiva, guiada por la mejor versión de una banda que raya a gran nivel dentro de sus coordenadas. Visto lo visto, es probable que Las luces misteriosas no tarden en regresar a los escenarios españoles, con la intención manifiesta de reencontrarse con ese séquito de conversos conquistados en cada una de las ciudades por las que han pasado entre enero y febrero.