A Paul Giamatti le gustaría dejar claro que no siempre tiene que interpretar a un charlatán. Estaría bien, para cambiar un poco las cosas, que interpretara a alguien más propenso a expresarse de forma no verbal: un taciturno criador de caballos con un pasado angustioso, por ejemplo, o un ladrón de cajas fuertes de talla mundial con heridas en las cuerdas vocales causadas por metralla.
“Por favor, no me hagan hablar tanto”, dijo recientemente, en voz baja, con sus ojos de perrito suplicando al universo.
A los espectadores de Giamatti les cuesta imaginar al actor con la lengua trabada. Es uno de los grandes habladores del cine, a menudo citado por sus deslumbrantes vuelos oratorios. Pensemos en el profano reproche de Miles al merlot en Entre copas (2004), en el Padre Fundador pregonando las virtudes de la independencia en la miniserie John Adams (2008) o en el descarado director de boxeo Joe Gould en Cinderella Man (2005, por la que obtuvo su primera candidatura al Oscar, como actor de reparto). Que Giamatti anhele tener menos líneas de diálogo podría sonar como un auto de Fórmula Uno suspirando por una ruta de autobús.
Su último papel -el de Paul Hunham en Los que se quedan, o The Holdovers, un profesor solitario y cascarrabias de un internado de Nueva Inglaterra al que le toca cuidar alumnos durante las vacaciones de Navidad- añade varios monólogos memorables a la obra del actor. Pero Giamatti (que es firme candidato al Oscar como actor protagónico por este papel) también impregna al personaje de una profunda melancolía y una ternura apenas disimulada, rasgos que tienden a revelarse en gestos físicos sin palabras: una arruga en la barbilla, un ojo entrecerrado.
“Hay primeros planos en los que se puede ver no sólo su transición de un pensamiento al siguiente, sino todos los pequeños pensamientos que se producen entremedio”, afirma Alexander Payne, director de Los que se quedan, que volvió a trabajar con Giamatti casi 20 años después de Entre copas. “Podrías contratarlo para interpretar al Jorobado de Notre Dame y haría un gran trabajo con él”.
El verdadero Giamatti, tal y como se le vio en una entrevista reciente, es de voz suave, modales amables y contemplativo, con la costumbre de mirar a lo lejos cuando necesita reflexionar. Si no ha seguido Billions, el drama de Giamatti en Showtime que terminó el año pasado, tras siete temporadas, su pelo está más blanco de lo que recuerda, como si Papá Noel tuviera un hermano licenciado en humanidades.
Un cumplido y un fastidio
A menudo se presume erróneamente que Giamatti se parece a sus personajes, lo que es a la vez un cumplido y un fastidio. Payne está convencido de que el actor no recibió una nominación al Oscar por Entre copas (sus coprotagonistas Thomas Haden Church y Virginia Madsen fueron nominados en las categorías de reparto) porque lo hizo parecer demasiado fácil. En la vida real, que se sepa, Giamatti no está terriblemente interesado en el vino y sabe poco de él, para consternación de los fans que se le acercan en los restaurantes.
Aparte de un interés compartido por los arcanos del Imperio Romano, tiene pocas cosas en común con su personaje de Los que se quedan: un profesor de antigüedades y ogro universitario con un ojo deficiente y una afección cutánea que le hace oler a pescado.
Sin embargo, Giamatti se sintió extrañamente implicado en el papel. Sus dos padres eran profesores (su padre, A. Bartlett Giamatti, fue presidente de la Universidad de Yale y más tarde comisionado de las Grandes Ligas de Béisbol), y se graduó en una escuela preparatoria similar a la que aparece en la película. Más que en ningún otro papel que recuerde, se perdió en el personaje, dejando que sus propios recuerdos y experiencias influyeran en su interpretación.
“Era más inconsciente de lo normal, lo que fue un poco alarmante porque a veces sentía que no estaba trabajando lo suficiente, que estaba siendo vago”, dice Giamatti. “Incluso cuando lo veía, era raro. Seguía mirando y pensando: ‘¿Es eso lo que estaba haciendo?´”.
Giamatti nació y creció en Connecticut y estudió en Yale la licenciatura y el máster en Bellas Artes, en literatura inglesa y arte dramático. Aunque pronto descartó la idea de seguir a sus padres en el mundo académico, siempre fue un lector voraz con un profundo interés por la ciencia ficción, la historia, la filosofía y el misticismo. En Chinwag, el podcast de Giamatti, que comenzó el año pasado con Stephen Asma, profesor de filosofía y escritor, el actor interroga a amigos y expertos sobre figuras históricas oscuras y lo paranormal: fantasmas, ovnis, la teoría de la Tierra Hueca y el antiguo Egipto.
Asma se hizo amigo de Giamatti durante la pandemia (el actor le envió un correo electrónico para felicitarlo por una conferencia en línea que había dado sobre la ciencia de la imaginación), y dijo que habían pasado dos horas en su primera conversación hablando del teólogo sueco del siglo XVIII, Emanuel Swedenborg.
“Cada pared de cada habitación de su departamento tiene estanterías llenas de libros, a varios niveles de profundidad”, dijo Asma. “Lee más que la mayoría de los profesores de inglés que conozco, pero lo lleva con liviandad”.
Tanto en su vida como en su trabajo, Giamatti (56 años) siempre se sintió atraído por los personajes marginales. Es el raro aficionado al béisbol que se interesa más por los árbitros que por los jugadores. (“Sos una parte enormemente importante del juego y, sin embargo, estás fuera de él, ¿cómo es eso?”).
Incluso en papeles secundarios -un traficante de esclavos de sangre fría en 12 años de esclavitud, un director musical tramposo en Straight Outta Compton – su presencia sube el volumen de la humanidad en la pantalla.
Cuando se prepara para un papel, Giamatti lee y relee el guion numerosas veces (no suele ser aficionado a la improvisación), haciendo deducciones sobre cómo podría presentarse el personaje en 3D. A menudo busca formas de transformarse físicamente, una tarea para la que su apariencia de tipo normal ha demostrado ser útil.
“Podés vestirme de cocinero, de mayordomo o de presidente de los Estados Unidos en el siglo XVIII, y parece que debería llevar esa ropa”, afirma.
Para Los que se quedan, en la que su personaje forma gradualmente un vínculo con un estudiante brillante, pero problemático (interpretado por el recién llegado Dominic Sessa, candidato al Oscar como mejor actor de reparto) y la jefa de la cafetería del colegio (Da’Vine Joy Randolph, nominada a mejor actriz de reparto), Giamatti se dejó crecer el bigote y se puso una chaqueta inspirada en una similar de su padre.
Pero la persona a la que más se parecía, el hombre que ve ahora cuando ve la película, es un profesor de biología de su propio instituto, Choate Rosemary Hall: un hombre sarcástico, “pastoso y con peinado aplastado”, que parecía solitario y olía a cenicero y martini.
Como estudiante, Giamatti no pensaba mucho en él y casi nunca intercambiaban palabras. Pero un día, a fines de curso, después de un examen en el que había obtenido unos resultados inusualmente malos, el profesor pasó al lado del escritorio de Giamatti.
“Me devolvió el examen y me dijo: ‘Normalmente lo hacés muy bien, ¿qué pasó?”. Yo tenía 15 años y me encogí de hombros: ‘No lo sé’. Pero el tipo se quedó allí, me miró a los ojos y me preguntó: ‘¿Va todo bien?’”.
Giamatti, sintiéndose incómodo, dijo que sí, y nunca volvieron a hablar del tema. Pero el hecho de que el profesor -alguien a quien había considerado un extraño, o algo peor- no sólo lo conociera lo suficiente como para sospechar que algo iba mal, sino que se preocupara lo suficiente como para preguntarle, siempre lo acompaña.
“Me tomó por sorpresa”, dice Giamatti. “Le importamos un carajo”.
Fuente: The New York Times
Traducción: Patricia Sar