Ante este tipo de disco, a uno siempre le asalta la misma pregunta, que es muy de mi terreta valenciana: ¿Això és precís? (¿esto es necesario?). Y claro, dirán muchos que en este caso es absurdo, que son los Rolling Stones, o los Stones, o “los Rollin” (aaagh) y que ellos hacen lo que les da la gana. Una larga serie de topicazos profundamente odiables volverán a salir a la palestra estos días de edición y promoción de Hackney Diamonds: que si sus satánicas majestades, que han vuelto a recuperar su trono, que si todavía saben rockear, que si Keith se ha vuelto a cambiar la sangre en Suiza… ¡basta ya, puñeta!
Y es que plantearse la labor de afrontar este disco como lo que es, un rato de música creada por músicos, es prácticamente imposible. La vida de todas y todos los que en algún momento nos hemos sentido atraídos por el sonido estridente de una guitarra eléctrica ha estado de algún modo determinada por estos señoros octogenarios que abominan del cómodo retiro que cualquier otra persona hubiera soñado para sí, sobre todo tras décadas y décadas de los excesos con los que, incluso desechando mitos y exageraciones, estos tres han puesto a prueba sus cuerpos.
Ellos se niegan, definitivamente, a envejecer. Lo han demostrado saliendo victoriosos de giras por las que nadie daba un duro. Lo de perder a Charlie Watts fue un golpe tan duro que parecía el tiro de gracia, pero no, en seguida se apresuraron a decir que continuaban y no sólo de gira. Ahí fue cuando el hecho de este disco, el primero con canciones originales en 18 años (desde el celebrado A Bigger Bang, de 2005), empezó a materializarse como algo realizable. Si es que no moría ningún Stone más por el camino, claro…
El caso es que había canciones en el horno, había entusiasmo y, supongo que en parte motivado por la muerte de Charlie, ganas de hacer un disco mientras aún haya fuerzas para ello. Obviamente, no están en esto por la pasta. De eso van sobrados, no sólo ellos, sino varias generaciones de su descendencia. Por tanto, es todo amor por la música, por el éxito, por saberse padres del invento, o simplemente, por encontrar un significado a su existencia como banda. Una existencia que, obviamente, ha tenido altos y bajos como el Himalaya de grandes, pero ya que los han superado todos (misteriosas muertes, adicciones, separaciones, insultos, más drogas, más muertes…) y han llegado hasta aquí, carajo, ¿Por qué no hacer lo que hacen todas las bandas, que es hacer un álbum?
Y la razón más importante de todas: lo hacen porque pueden. Porque son ellos. Porque se han ganado el derecho a dar la vara una vez más, a matar el gusanillo. A responder a ese ¿Y si…? que si se queda en pregunta será una tremenda frustración, no sólo para ellos, sino para muchas y muchos fans que también agradecerán la nueva música de sus iconos. Así pues, aunque poco tiempo después de terminar Blue and Lonesome (2016), su último disco de estudio dedicado a versiones de blues, los Stones ya habían ido grabando cosillas aquí y allá y la pandemia, unida a la muerte de su batería complicó mucho las cosas, el caso es que a finales de 2022 se las arreglaron para completar un trabajo satisfactorio, al menos para ellos, en el que hay todo un río de colaboraciones.
En primer lugar, a la producción, junto a los Glimmer Twins, está Don Was, ya presente en otras ocasiones, y como novedad en las mismas labores, uno de los más trendy: Andrew Watt (Miley Cyrus, Post Malone, Justin Bieber, Lana del Rey, Ozzy Osbourne…). Pasado, presente y futuro para no dejar resquicio. Pero es que la cosa no acaba ahí: las tan necesarias hoy día “colabs” no son muchas, pero sí las más grandes: Paul McCartney toca el bajo en una canción, Stevie Wonder los teclados en otra, en la que también corea Lady Gaga y sir Elton John, otro entusiasta que se niega al retiro, se pasea también por un par de temas. Y por si fuera poco, a Charlie aún le dio tiempo a tocar los tambores en un par de temas, en uno de los cuales toca el bajo Bill Wyman, constituyendo la única grabación de los Stones originales vivos (en el momento de grabarse) en 30 años. Ahí es nada.
A todo esto. Llevamos nada menos que seis párrafos y aún no he dicho una palabra sobre el contenido de este disco. Que por cierto, se llama Hackney Diamonds en honor al sonido que hacen los cristales rotos en un atraco. Una expresión en argot que poco o nada tiene que ver con el barrio londinense del que toma nombre. Y su portada (bastante fea, por qué no decirlo) es obra de Paulina Almira, una de las artistas gráficas más en boga actualmente. Pero ese es el empaque. Ahora vamos al contenido, que es lo que da respuesta, realmente, a la pregunta formulada al principio de este tocho: si hacer esto merecía o no la pena.
Y la respuesta que me sugiere la escucha, aunque no es un rotundo sí, tampoco es un no categórico. Es un “son los Stones”, lo cual no es poco. Quiero decir que cuando uno escucha esto, en lugar de sentir que está escuchando a unos señores demasiado mayores haciendo el ridículo más absoluto tratando de sonar a sí mismos hace cincuenta años, escucha un disco que, aunque para nada puede compararse con lo mejor de su discografía y eso incluye A Bigger Bang, del cual está a años luz, sí resiste el envite de dar el pego como material fresco de una banda que hoy en día, tengan el dinero y los medios que tengan, puede ser considerada un verdadero milagro.
La conocida canción de apertura, “Angry”, cuyo vídeo single protagonizado por una de las actrices de moda, Sydney Sweeney, ha recorrido todos los canales de comunicación posibles hasta el hartazgo, es un single de libro de los Stones, que intentan capitalizar con maestría el mismo tipo de riff que les llevó a construir hits del tamaño de “Brown sugar” o, sobre todo, “Start me up”, canción de la que parece una digna segunda parte. Una apertura bastante decente, por tanto, a la cual no desmerece en absoluto la groovie “Close to you”, una de las que cuentan con la colaboración de Sir Elton, de ritmo casi funky y muy marca de la casa.
Bajan el volumen de un disco especialmente ruidoso (recordemos que estos señores no quieren envejecer bajo ningún concepto) con una canción típica de Jagger, una balada algo anodina titulada “Depending on you” que generaría un bostezo de no ser por los grandes detalles de interpretación y producción que uno encuentra en ella. No obstante, ahí está para despertarnos “Bite my head off”, la gran sorpresa de la sesión, puesto que en ella no sólo está Macca tocando el bajo, es que parece que los Stones quieran ser los Sex Pistols del 77. Es una juerga de decir tacos, de tocar fuerte, de chulería octogenaria, que oiga, tiene su gracia, a pesar de que resulte demasiado pulida como para llamarla punk.
En todo caso -y contra todo pronóstico, en mi caso- da ganas de continuar una escucha que ofrece temas como “Whole wide world”, canción que recuerda mucho a algunas de la época más “nuevaolera” (se me entienda) de la banda. Hablo de discos como Some Girls, Emotinal Rescue, o Tattoo You. Un tema de rock, cuyo riff, por cierto, recuerda un poco al de una canción de Iggy Pop llamada “Five foot one” y que funciona, de nuevo, muy bien. Tiene un estribillo de single que pone la cosa bien arriba y ¡zas! vuelven a bajar un poco el volumen, pero en esta ocasión para algo que los Stones saben hacer a pedir de boca: un country folk-blues al estilo de los que hacían en Let It Bleed o Sticky Fingers, titulado “Dreamy skies” en el que uno, esta vez sí, si cierra los ojos, escucha a los Stones de siempre, como si no hubiera pasado el tiempo. Podrían estar perfectamente Mick Taylor y Jimmy Miller ahí.
“Mess it up” es otro competente tema de rock que enlaza bastante con la inicial “Angry” y tiene un estribillo de tintes disco de lo más infeccioso. Una gran canción que enlaza con la pieza “histórica” del set, un “Live by the sword” en el que se encuentran presentes todos los Stones originales excepto el pobrecito Brian Jones y que suena como debe ser: marrullera, insolente y guarrona. Se nota que los productores han hecho bien su trabajo, caramba, el partido que han sacado de todo este material es espectacular. Y además ahí está Sir Elton a las teclas para elevar todo a las alturas. Otro tema más que digno. Vaya con los viejales, joder…
Llegamos a la recta final con la algo más discreta “Driving me too hard”. Una canción melódica con guitarras que pretende ser resultona, pero acaba en anodina por excesiva repetición de esquemas. Aunque tampoco es que moleste demasiado, la verdad. Pero acude al rescate “Tell me straight”, el momento de Keith, el que algunos siempre esperamos en un disco de los Stones. Siempre he dicho que mi disco perfecto de ellos sería una recopilación con todas las canciones que él canta. Y esta no se quedaría fuera, se lo aseguro. ¡Qué guitarras! ¡Qué interpretación vocal! ¡Qué temón!
A “Sweet sounds of heaven”, canción pretendidamente gospel en la que colaboran Lady Gaga y Stevie Wonder no le pillé el punto cuando la escuché como adelanto del disco, pero en fin, no está mal, hay negritud, hay corazón, pero no demasiada canción. Esto enturbia un poco el final, para cuyo colofón se han reservado, sorpresa, un blues de Muddy Waters. Precisamente la canción de la que saca su nombre la banda. Y curiosamente, una que nunca jamás había grabado la banda, al menos oficialmente, que yo sepa.
Y así termina (¿en plan despedida?) el disco número 24 de los Stones, o 26 si usted vive en los Estados Unidos. Un disco que no cambiará el rumbo de los tiempos, que no significa nada relevante en la carrera de la banda más legendaria sobre el planeta, que difícilmente encontrará su hueco entre tanta oferta musical como hay hoy y que, como siempre ocurre en estos casos, simplemente servirá para polarizar la opinión de los fans, de los críticos más sesudos y de influencers varias y varios.
Y qué quieren que les diga. Resumiendo, tras todo el tostón que he soltado, les sentencio que es un disco, contra todo pronóstico, más que decente. Es un disco que se deja escuchar como una realidad, no como una pretensión. Los Stones aquí no quieren sonar a ellos, sino que efectivamente son ellos mismos rabiando por traer al mundo una nueva música que se la trae al pairo si ese mundo la necesita o no, simplemente hacen lo que hacen y lo hacen con las tripas. Entonces, si te gustan los Stones de toda la vida, no deberías aborrecerlo, y si nunca los has escuchado no es el mejor disco para descubrirles, pero en medio de esas dos posturas, hay todo un milagro, no lo olvidemos: señores de ochenta años, una edad, a la que la mayoría de personas sólo da para, con suerte, jugar a la petanca, rindiendo tributo de forma digna a la profesión que han ejercido toda su vida. ¿Necesarios? ¿Y eso qué hostias importa?
Escucha The Rolling Stones – Hackney Diamonds