La película de Martin Scorsese es una historia de amor, rara, en la que campea la desconfianza, pero no por infidelidad sino por algo más grave. Está plantada sobre un terreno resbaladizo, ya que las extrañas muertes de nativos Osage, por los años ’20, es más que el telón de fondo.
Es el centro de la cuestión. Es allí donde Scorsese elige poner el eje del relato, que es la moral, como en la mayoría de las realizaciones del director de Taxi Driver y El lobo de Wall Street. La apropiación de las tierras dadas a los Osage, que se vuelven de la noche a la mañana en ricos, por las reservas de petróleo, es el deseo desmedido de varios blancos, entre ellos, Hale, a quien Robert De Niro compone con ese cinismo que le sienta tan, pero tan bien.
Hale es un tipo rico y se jacta de llevarse bien con la comunidad Osage, los palmea y todo, pero su plan es siniestro. Cuando su sobrino Ernest (Leonardo DiCaprio en el papel más desagradable que haya elegido en toda su carrera) llega a Oklahoma, tras ser cocinero en la Primera Guerra Mundial, lo incita a que salga y a que se case con Mollie (Lily Gladstone), una de las nativas.
El motivo es sencillo. Por una cuestión de “tutela”, para poder acceder a su dinero los Osage tienen que contar con un consignatario blanco. Pero hay más, porque si Mollie y su familia muere, las propiedades pasan a ser de Ernest. Y de Hale, obviamente.
Es un matrimonio de mentiras, pero Mollie y Ernest se aman. ¿Se necesitan? Mmmh…
Decíamos que el personaje del actor de Titanic es despreciable. Lo es por varios motivos. Es dócil. Es venal. Es mentiroso. Es pusilánime. Acepta someterse y hacer el trabajo sucio que le pide el engreído Hale. Cuando Mollie, que es diabética, necesite una nueva medicina, será Hale quien se la consiga, y Ernest el que se la suministre. Si el lector piensa que tal vez la estén envenenando, no estaría siendo nada desacertado.
Por varios momentos parece un filme de horror, en el que la ambición, la codicia y el racismo de los blancos, que veían con malos ojos a los nativos, terminan en buena medida a los Osage masacrándolos.
Es una historia de amor, si se la quiere ver desde ese ángulo. Pero Los asesinos de la luna no es Danza con lobos, la opera prima de Kevin Costner que ganó el Oscar. Aquí se profundiza en el racismo, la violencia y la corrupción, ítems que podrían llenarse en los casilleros de cómo es Hale.
Todos los personajes, de un lado y del otro, y hasta los agentes del incipiente FBI que finalmente llegan a investigar las muertes a Oklahoma, tienen un rasgo de maldad que llevan bajo la piel. No son buenas personas, sean o no criminales. La bondad no abunda en Los asesinos de la luna, se diría que la falta de generosidad, benevolencia y tolerancia marca a casi todos.
Porque Mollie advierte que Ernest no está obrando bien, pero ella se dejó seducir en su momento. Y es su esposo, con quien tiene hijos. Siente vergüenza por lo que dejó que sucediera, pero tiene algo que pocos muestran en las tres horas y media: dignidad.
Tres horas y media
Y no vengan con que tres horas y media es una duración difícil de aguantar en un cine, si maratoneando cuatro capítulos de una serie es más o menos lo mismo.
Scorsese tiene en ese trío de intérpretes (deberían competir por el Oscar) la mejor arcilla para levantar una obra monumental. Que empieza como El irlandés, a paso lento, es algo tan cierto como que la trama irá creciendo, avanzando, y no se hará morosa en ningún momento. Como si una epidemia de violencia se apoderara de la película.
“Los asesinos de la luna”
Drama / Crimen Estados Unidos 2023. Título original: “Killers of the Flower Moon”. 206′, SAM 16. De: Martin Scorsese. Con: Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Lily Gladstone, Jesse Plemons. Salas: IMAX, Cinemark Palermo, Cinépolis Recoleta y Pilar, Showcase Belgrano.