La unión de Javier Colis (inquebrantable figura del underground patrio en proyectos tales como Mil Dolores Pequeños, Demonios tus Ojos, La Femme Fakir entre otros) y Juan Pérez Marina (Leone, Cartografía del Ruido, L’Exotighost, y The Stirrings) deberíamos decir que fue algo así como algo predestinado. Los une un lenguaje común que intenta cortocircuitar las interconexiones más manidas del rock, y lo hacen a través de una música sexi, visceral, intuitiva y poética.
Hace tres años debutaron con Sangre Fácil (Discos Belamarh) en donde ya dejaban entrever esa obstinación por fagocitar cualquier tipo de estilo para hacerlo suyo. Porque estos maestros de la guitarra no se identifican con etiqueta alguna, ellos prefieren que lo suyo sea un torbellino de sonoridades unas veces identificables, y otras enredadas en una abstracción cinética, y si me apuran, fantasmática. Crear, en definitiva, una imaginería propia que se fundamenta en el rock más oblicuo y aventurado, el blues, el noise, y todo lo que sea necesario para generar un discurso que interpele al oyente. Diría que en este país nadie suena como lo hacen ellos, y eso no es flor de un día, claro.
En este segundo disco Sangre Fácil II (Discos de la Molicie, 2023) retoman el alegato furioso que asestaron en su primer trabajo, aunque este tenga más matices sensoriales (mayores texturas, armonías, tempos) gracias a la inclusión de viejos sospechosos habituales – Sergio Ceballos (Bajo), Adrián Ceballos (Batería), y Pablo Laguna (violonchelo)- que comparten idearios muy parecidos. Me da la sensación de que Colis y Marina apuestan por continuar con un proyecto de espíritu no jerárquico en el que todas las partes confluyen, y todas tienen su espacio para proyectar una acción colectiva.
Arranca el disco con lo que parece el traqueteo de un tren en “Otro Forastero” con las guitarras delineando filigranas en clave de blues primigenio que, por momentos, me recuerda a The Cramps y otras veces a las disonancias de Glenn Branca.
Con “El Intruso” el juego de guitarras tiene un dialogo nervioso, febril, con reminiscencias a Tom Verlaine y a los arabescos de Robert Fripp, y la hermosa “Besos En El Laberinto” contiene sonidos fibrosos tendiendo puentes con el Lou Reed más desafiante, y con unos arreglos de violonchelo que son lirismo puro.
La vertiente cinética de esta música es singular: “En La Carretera Perdida” (¿posible homenaje a Lynch?) es, de nuevo, rock impetuoso con ecos, y permitan la licencia, a sonoridades orientales a lo Omar Khorshid pasados por la centrifugadora, kraut e incluso alguna sombra de líneas nebulosas de free jazz. El patrón rítmico de electricidad arrebatada continua con “No Se Puede (Más)” en donde las guitarras saturan el marco sonoro a partir de notas minimalismo que, a su forma, es como unir el japanoise a lo High Rise y Steve Reich.
Después de este ciclón llega una pausa con “Béjar Blues” con un excelente Adrián Ceballos llevando con tino el ritmo de la melodía, mientras el interludio de “Barrocoide” tiene aires circenses a punto de implosionar.
Ecos frippertrónicos esculpen la andanada de” Clases De Verano” que vuelve, de nuevo, a ser una modélica manera de esculpir un muro de sonido partiendo de la tradición y proyectándolo al futuro, mientras que “Siete Mayores” es de su lirismo que alcanza cotas de abstracción aunque el latido fronterizo va acompasando su devenir, hasta que se llega a la pieza final, “Sirenas De Interior”, que abraza el rock cubista y oblicuo bajo un magma incandescente. Una obra maravillosa.
Escucha Javier Colis / Juan Pérez Marina – Sangre Fácil II