Dentro del huracán de publicaciones en que se ha convertido la carrera reciente de Neil Young se hacía raro que el canadiense no hubiera dado aún carácter oficial a Chrome Dreams, el más famoso y pirateado de sus “discos perdidos”. Quizás incluso él mismo pensase que no era algo urgente o necesario, puesto que intuyo que todos sus seguidores más fieles ya contábamos con una copia pirata del álbum, pero esta edición oficial hace justicia a uno de sus álbumes más inspirados, una cumbre de su discografía que por fin está al alcance de todos con todas las de la ley (aunque no en Spotify).
Para quien no conozca su historia, Chrome Dreams es un álbum cuya edición estaba prevista para 1977, siendo el teórico sucesor del brillante Zuma (1975). Con el acetato listo para su publicación, Young decide aparcar el proyecto y lanzar el deslavazado e irregular aunque vibrante American Stars´n Bars ese mismo año, álbum que de hecho da cobijo a algunas de las canciones que inicialmente iban a conformar Chrome Dreams. Con el paso del tiempo, versiones piratas del disco circulan de manera ininterrumpida hasta nuestros días, existiendo varias versiones muy parecidas pero diferentes en matices y los temas que iban a componer el álbum van encontrando acomodo en otros discos del artista, con mención especial para Rust never sleeps (1979). Para rizar el rizo y agrandar la leyenda del disco fantasma, en 2007 ve la luz por cauces oficiales Chrome Dreams II, obra que por desgracia poco tiene que ver con la original pero esa es otra historia.
La pregunta que hay que hacerse cuarenta y seis años después de su grabación es obligada, ¿tiene sentido publicar Chrome Dreams hoy en día? ¿Qué nos aporta la enésima visita al cajero? Para empezar, el valor musical de la obra es incuestionable y solo por tener disponible de manera oficial en las tiendas y plataformas esta colección de canciones, tal y como fue concebida, ya vale la pena su edición. Canciones como “Pocahontas”, “Like a Hurricane” o “Powderfinger” son clásicos de su repertorio, pero el álbum es mucho más que esos hits. La redondez del repertorio está fuera de toda duda y su producción, desnuda e imperfecta -parece que este sonido fue una de las cosas que desanimó en su momento al artista- suena vigente y oportuna, con sabor a clásico, por lo que disponer de él como uno de los discos oficiales de NY es un acto de justicia que nunca sobra.
Por otro lado, aunque las canciones ya estaban disponibles en otras obras, escucharlas del tirón en su disposición original le da un nuevo valor al conjunto de los temas, otra dimensión. Dando testimonio de un momento vital clave de su autor, supone un viaje por las latitudes sonoras que han cimentado la carrera del canadiense desde entonces hasta nuestros días, con especial foco en lo acústico. Todo suena fluido y coherente y no sobra ni falta una nota. Se echa de menos, eso sí, alguna novedad más respecto a lo ya escuchado en las versiones piratas, ya que todo el material había sido editado en estas mismas versiones a lo largo de álbumes y recopilatorios salvo las tomas que ahora ven la luz de “Sedan Delivery” y “Hold back the tears”, que aunque resultan curiosas no mejoran las hasta ahora conocidas. Poco valor añadido si lo comparamos con lo ofrecido en Toast (2022), Homegrown (2020) o Hitchhicker (2017), los últimos rescates de similar envergadura que ha acometido Young recientemente. Mientras en estos “álbumes perdidos” encontrábamos novedades editoriales de calado, el caso de Chrome Dreams es diferente, con mayor peso artístico de la obra en sí pero menor pertinencia por lo novedoso. Por eso, para quien ya disponga del bootleg siempre le quedará el aliciente, por ejemplo, de su extraña y original portada, basada en una idea de su añorado David Briggs y firmada nada menos que por ¡Ronnie Wood! pero para quien no lo tenga en su estantería se trata de una obra de escucha obligada, que ha sobrevivido al tiempo y a su particular historia con el encanto y misterio de los tesoros ocultos.